La estética de realismo documental que Ivana Mladenović fue capaz de imprimir a sus imágenes en Soldiers. Story from Ferentari (2017) es el sustrato en el que ahora Ivana The Terrible crece con la presencia de su propia directora como protagonista de la cinta —e interpretando a una versión ficcionada de sí misma—. Con ella también están su familia y seres queridos, incluyendo la fallecida cantante Anca Pop en uno de los papeles principales. Ivana aborda y recrea su propia experiencia de crisis de los treinta, mostrando su regreso a casa de sus padres en el lado serbio del Danubio. Del desbordante caos inicial parecen surgir poco a poco las ideas clave del relato: Ivana se siente insegura de su carrera como actriz, tiene una relación con un chico mucho más joven que ella, sus ahorros están invertidos en un proyecto de construcción de su hermano… La cámara en mano es más inquieta que nunca, las escenas se suceden con diálogos de una autenticidad sobresaliente en una puesta de escena que aprovecha el costumbrismo y las relaciones entre la familia directa con una ironía y humor negro finísimos.
La personalidad de Mladenović delante de la cámara impregna por completo el tono del film y promete cierta imprevisibilidad de las conversaciones y la resolución de las situaciones. Un festival musical que busca hermanar los pueblos rumano y serbio toma pronto una importancia vital. Se generan así en la narración los distintos niveles de conflicto. Desde lo individual ante la incertidumbre de Ivana, a lo personal con su rechazo a las expectativas sociales y de sus padres de buscarse un marido y tener hijos, su enfrentamiento directo ante una relación sin aparente futuro y con su antigua pareja y su novia, alguien que desafía las convenciones sociales y su idea de la sexualidad. Pero también desde lo social con una insidiosa aunque sutil ironía respecto al ambiguo vínculo entre Serbia y Rumanía, sus diferencias culturales y el choque con la realidad de la protagonista cuando en su juventud se fue de su pueblo para buscar mayores oportunidades de progreso y se encontró en absoluto desamparo.
La doble máscara de Mladenović —como una celebridad de su localidad natal y al mismo tiempo una actriz repleta de frustraciones—, así como su desorientación, va dejando vislumbrar el reconocimiento de su propio yo y sus intereses al margen de los demás. El lado humano de mayor peso dramático que subyace de las agudas y por momentos irritantes conversaciones da paso a la introspección. La mirada de la directora se vuelve sobre sí misma con una marcada autoconsciencia. Las secuencias con su antiguo novio la habilitan para construir un reflejo menos distorsionado de su realidad y su percepción de ella desde la amargura mal disimulada.
En el camino está el verdadero núcleo discursivo de una película que en todo momento señala el reconocimiento de la diferencia como el fundamento del entendimiento. Los actos interculturales, con gestos absurdos de hermanamiento entre naciones, cobran sentido aceptando que son así por un motivo, desde la distancia cómica y un tono ligero y lúdico en su punto de vista. Y con las personas ocurre exactamente igual. Extendiendo a su protagonista, Ivana, al verse proyectada tal como la conoce alguien de su pasado le permite un pequeño instante de claridad para su autodescubrimiento. Ivana The Terrible combina así una sencillez en su narrativa, apoyada por una aproximación formal naturalista, un complejo discurso repleto de matices, una panorámica entre lo personal y lo político, desde ambos márgenes de un río que marcan distancias radicales y mínimas en la visión individual y colectiva del mundo. Porque para esclarecer quiénes somos primero debemos admitir antes todo aquello que nos distancia de los otros.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.