Noam Chomsky, ¿les suena? Supongo que sí, pero, por si acaso, en un acceso de modestia, reconoceré que no soy un especialista en su figura. No, no soy ningún lingüista, aunque las lecturas firmadas por él que, hasta el momento, he realizado, me dan, creo, una idea bastante aproximada de su importancia en el devenir histórico que nos atañe, esto es, siglo XX y comienzos del XXI. Así, para los no iniciados y para los que quieran confirmarse en su reconocimiento hacia este dinosaurio que no ha parado quieto desde que revolucionara el mundo de la lingüística y la adquisición del lenguaje con su gramática generativa, el documental firmado por Gondry supone una ocasión perfecta de acercarse y profundizar posteriormente en el meollo, si gustan. No debe de ser sencillo condensar en tan escaso metraje tal variedad de ideas y conceptos como Chomsky podría debatir sin inmutarse ni acudir a otra bibliografía que su mente si así se le pidiera, por lo que la tarea del director en ese sentido es loable. De hecho, resulta ciertamente divertido observar al realizador francés en su faceta de niño henchido de curiosidad ante las artes demoledoras de su maestro, hasta el punto de que la cinta irá desvelando cierto poso obsesivo por parte de Gondry, incapaz de enfrentar su empresa sin sentirse perdido de algún modo entre las redes del lenguaje, que todo lo abarca.
A la manera de Linklater y su Waking Life se nos presenta, pues, un documento de un interés socio-antropológico considerable, donde la figura principal de la función se antoja cercana sin el aura endiosada que podría lucir (muchos lo harían) tras tantos años de periplo por el mundo, y donde la animación aportada por su director complementa elocuentemente las palabras del entrevistado, aportando capas extra al material para su análisis. De este modo, no nos encontramos ante el típico ejercicio hagiográfico o “testamental”, aunque el tono devenga íntimo y emocionante en ciertos pasajes (básicamente los relativos a la relación del pensador con su fallecida esposa), sino que la idea parece ser más ambiciosa al sugerirse un intento de deconstrucción del esquema mental del sujeto en cuestión. En este sentido, ya se advierte algo parecido en los primeros compases del documental al mencionarse el carácter manipulador del cine como producto derivado de una selección en que la realidad acaso se pierda o se pervierta —para deleite de todos, me permito añadir—, y será esta constatación la que permanezca con nosotros al acabar la proyección, que hace accesibles este tipo de reflexiones a cualquier público.
Si por algo destaca, por tanto, esta rara avis orquestada por Gondry, es por su claridad expositiva a pesar de su condición ensayística y del mismo autor, de manera que, utilizando la jerga introducida en este juego de muñecas rusas, se aprecia cierta ‘continuidad psíquica’ a lo largo de todo su metraje. En éste, se apelará al estatus del lenguaje como descifrador del mundo; a sus posibles orígenes desde que Platón lo atribuyera a los recuerdos; al carácter actual del sistema educativo y a la necesidad de liberarse del encasillamiento y cualquier tipo de dogma; a la evolución de la ciencia como un preguntarse lo evidente y traspasar así el misterio, conservando, eso sí, unas huellas de espiritualidad, de la que no reniega el entrevistado, que ve la vida más allá de los 70 como un “regalo”; a la trascendencia necesaria de la idea mecanicista y limitadora en la concepción del mundo, desechando la existencia de un “lugar natural” ideal donde reina lo Inteligible; a la ilusión o instinto de causalidad inherente a los humanos y su búsqueda de patrones de coincidencias con que significar; a la marcha infatigable, en fin, desde el ‘Gran salto’, ocurrido hace 75.000 años. Y hasta hoy.
PD. Casi se me olvida: is the man who is tall happy, then? Amigos, lingüistas o no, me temo que la felicidad es un invento del lenguaje.