Polo Menárguez se dirige a la capital de Serbia para construir un documental que refleja la situación de una serie de refugiados paquistaníes y afganos que sobreviven como pueden en una estación abandonada. Invierno en Europa se convierte así en otro documento que se suma a esa pila de denuncias que se dirige a Europa desde la propia Europa. El director de Dos amigos nos ofrece una obra dura que, lejos de darle a los acontecimientos registrados la forma típica del show televisivo que adquiere el noticiario pero sin tampoco caer en la moralina chirriante del documental hecho por gente que mejor debería no hacer documentales y dedicarse a alguna otra cosa, sino más bien mostrando de manera serena aquello que se encuentra en su viaje para decirnos algo así como «aunque no te voy a incitar a reaccionar de x manera ni a buscar las cosquillas mediante artificios ultra-emocionales, esto es lo que hay», recurre a un doble sentido bastante claro y para nada rebuscado, hasta hacerte pensar «bueno, pues este hombre hace juegos con el lenguaje y tal así como para volver esto un pelín más poético y recubrir de esta manera la crudeza bruta de una crudeza estética y retórica».
Es así que Polo Menárguez nos muestra en sus imágenes un invierno puro, real, un invierno con su hielo y su vaho que sale de la boca para dejar que en él habiten estos refugiados que saben de dónde vienen pero no tienen muy claro no solo a dónde van, sino que no saben si podrán ir a algún sitio. Es decir, que el de Madrid nos revela a un grupo de personas cuya vida se rige por la espera y por el sufrimiento, tanto físico por ese no tener ni que comer ni manera sana de protegerse del frío, como emocional en esa incertidumbre del no saber si tus colegas ni tu familia siguen vivos allí donde los dejaste, y todo ello desde una imagen de Jose Martín Rosete muy trabajada en la que el contraste que se da de hecho entre la grisácea neblina y el fuego que desprende Dios sabe que sustancias porque Dios sabe qué es lo que queman no hace más que insinuar ese otro contraste, del que una parte siempre queda fuera de campo, que se da entre ese espacio destrozado que se encuentra en el centro de Belgrado y el barullo, las casas y el quehacer típico del europeo seguro. Pero por el otro lado, y sin hacer presencia directa aunque tenga mucho que decir, Polo Menárguez deja que esos migrantes se expresen para hablar de ese otro invierno de Europa, metáfora que oculta una realidad que se define en términos de rigidez, lentitud, bloqueo y desgana y que apunta a un Viejo Continente que acumula problemas pero ante los que se mantiene estática sin ir ni para adelante ni para atrás. Nos encontramos entonces en esta última obra de Polo Menárguez con dos esperas, la de unos que no pueden reaccionar y la de otros que no saben muy bien cómo hacerlo, reflejadas ambas con convicción y seriedad.