No hay nada como rondar por tu cabeza un por qué y no obtener respuesta. Crispación asegurada. Un día salí de trabajar, directa al parking donde estaba aparcado el coche. Entro, arranco, pongo mil veces el intermitente aunque apenas haya coches a mi alrededor. Bueno, uno sí, uno rojo con una de las luces delanteras fundida. Uno que se pone a mi altura y me mira. Uno que sigue la misma ruta que yo hasta mi casa. Uno que para a mi lado con su cara de mafioso asesino (en ese momento tipo sospechoso) mientras aparco frente a mi portal y continúa cuando otro coche se pone detrás de él impaciente. Uno que para al final de la calle y observa mis pasos mientras entro en el portal. Pasan los minutos, las horas, los días y solo quedan preguntas, a cada cuál más conspiranoica y aterradora: ¿Quería asustarme? ¿Robarme? ¿Raptarme? ¿Compartir sus conocimientos sobre geología? —vale, esto último nunca se me ha pasado por la cabeza—. Hubiese sido tranquilizador saber qué ocurrió realmente, pero te conformas con el “menos mal que no ocurrió nada”, que es un poco mentira, porque al asesino mafioso del faro fundido (inicialmente solo tipo sospechoso) probablemente no le pasó nada, pero para mí fue un amargo verano y una necesidad de sospechar por si acaso de por vida.
Da igual, no es una pataleta, no es un intento de concienciación social, ni siquiera una batallita. Todo esto me sirve para decir: Boris Robić yo te comprendo.
Darko Sinko consigue, desde una metódica comedia negra, romper con lo anodino a través de una inquietante intriga sostenida por la nada. El vacío. Apáñate tú, si eso. Inventory nos presenta a Boris Robić, un hombre de mediana edad con una vida un tanto aburrida, dentro de una pareja un tanto hasta el moño del aburrimiento, con un trabajo poco emocionante que vive en una casa que está bien, sin más. Un poco como todos. Dentro de esta línea llana, recta y primaveral sucede algo insólito que viene a romper con la tranquilidad primero, y los nervios después de un hombre que se cree normal y aceptado por todo aquel que le rodea.
Su título, que viene de aquello de enlistar posibles culpables de ese posible intento de asesinato (o disparo fortuito), nos ofrece moderadas oleadas de diversión, en el nivel de gustos de nuestro protagonista. Con un fino, casi imperceptible humor, seguimos los pasos de Boris, desde ese momento en el que piensa que es imposible que nadie quisiera hacerle daño, a una creciente crispación donde culpar a justos y pecadores, donde cada frase es una lápida, donde el hombre anodino tiende a perder la paciencia, el sentido común y el respeto que probablemente nadie más que él era capaz de mantener. Un poco lo que en el cine griego sería más de lo mismo, pero que Sinko sabe sacar adelante alimentando el fuego poco a poco, sin ninguna prisa ni tampoco ningún resultado elocuente.
Su mayor baza es el desconocimiento, la destrucción de la integridad de un hombre anodino por no ser capaz de encontrar respuestas. Reiteradamente lenta y meditada, la realidad es que este es el ritmo óptimo para la evolución de su personaje. El ambiente se fusiona con el calmado espíritu de su protagonista, aunque observar con sentido analítico todo lo que sucede a su alrededor, si bien hace que evolucione a la locura, no permite que el ritmo cambie. La calma sigue mientras las pesquisas lo llevan a ningún lugar que siempre ofrece ese salseo poco elocuente pero muy radiactivo, gracias a conversaciones fuera de lugar y pesquisas improbables que van remodelando al hombre tranquilo. Su doble final no hace más que reforzar la duda razonable, la absurda y machacante preguntita, el porqué definitivo, vacío de significado y petulante que encierra la esencia de esta Inventory que nace y muere en la normalidad y la duda irracional, sin aspavientos ni emociones fuertes, ¿el nuevo humor esloveno? Todo vale.