El más reciente largometraje del reputado y cada vez más prolífico animador japonés Masaaki Yuasa propone un viaje al Japón del siglo XIV para narrar la amistad y carrera musical conjunta de Inu-Oh, un bailarín con multitud de malformaciones de nacimiento debidas a una maldición, y Tomona, joven músico de ‹biwa› que quedó ciego tras un incidente sobrenatural con una espada en su infancia. La ya escasa convencionalidad de su historia es imprimida por el torrente imaginativo de Yuasa, transformando una fábula de superación en el Japón feudal en una suerte de fantasía sobre los orígenes apócrifos del rock y de los festivales de música modernos.
Y es que es difícil dar una descripción de lo que se cuenta en Inu-Oh sin levantar unas cuantas cejas de la perplejidad. Lo que en un principio, se supone, va a ser un drama de época que nos permite observar usos, costumbres y tradiciones medievales, a mitad de camino se convierte en una celebración musical espectacular y totalmente anacrónica. La película aprovecha las numerosas incógnitas al respecto de los inicios y desarrollo del arte popular de su país para dar paso a una línea temporal completamente disonante, no ya con la representación histórica sino con la pura lógica del argumento y la expectativa narrativa. Esta transformación no es en modo alguno gradual y revela una capacidad para jugar con las expectativas y dejar correr libremente la imaginación que, tal vez, he echado de menos en otras obras del autor recientes con una estructura de base más encorsetada, por mucho que mezclasen elementos sobrenaturales, simbólicos y surreales.
Ahora bien, no me resulta fácil determinar hasta qué punto me cae en gracia este juego. Uno de los motivos es que creo que los elementos narrativos más convencionales que introduce durante su primera mitad me parecen lo suficientemente interesantes para llenar el metraje entero: la amistad entre los dos protagonistas, la relación de Tomona con su pasado, las intrigas de poder, la búsqueda de supervivientes del clan masacrado o el terreno sobrenatural de las maldiciones y espíritus vengativos sin duda se siguen tratando a su modo en la segunda mitad; pero todo queda como un bonito trasfondo de lo que a partir de ese momento ocupa casi toda la atención y la energía de Yuasa: la pura vorágine lúdica de imaginar a Tomona e Inu-Oh como dos verdaderas estrellas de rock.
Para entender el problema que me genera la irrupción tan repentina de este elemento, baste decir que en cuanto se establece el giro narrativo/estilístico correspondiente tenemos una cadena ininterrumpida de conciertos y espectáculos en prácticamente la siguiente media hora. De una cinta que dura hora y media. Me encanta, de verdad, me fascina que la obra cambie de ritmo sin tapujos y sin deberse a nada, pero un tercio de su metraje dedicado a mirarse al ombligo y decir “guau, realmente he hecho esto” acaba con mi paciencia, mucho más si hay elementos de fondo en la narrativa que me siguen interesando y que son desplazados a una posición casi accesoria. Esa parte me gusta, con todo, porque es puro Yuasa en el sentido más anárquico e hiper-expresivo, alcanzando unas cotas de energía visual impresionantes, porque las disonancias y anacronismos son muy divertidos. Pero no hay por dónde coger su duración. Rompe por completo la película en dos y hace que todo lo anterior se sienta otra cosa completamente distinta, algo que apenas se puede decir que pertenezca al conjunto.
Y viendo esto, lo que me transmite en términos de impronta autoral es un cierto agotamiento. Él es un autor brillante, con un estilo único que ha sido capaz de explorar a través de toda su obra y que le ha merecido alabanzas y un reconocimiento internacional como un animador de culto. Ese estilo ha terminado convirtiéndose en un sello distintivo, una marca personal alrededor de la cual ha ido creciendo de manera exponencial y en mi opinión no del todo natural, embarcándose en cada vez más proyectos y echándose a las espaldas casi todos lo que se producían desde su propio estudio de animación. No sabría decir si conocer acerca de su creciente ritmo de trabajo influye en mis sensaciones negativas o si éstas evocan esta preocupación por sí mismas; pero ver que, por decirlo de alguna manera, compartimenta de este modo sus excentricidades en vez de dejar que fluyan durante todo su metraje, haciendo que en consecuencia dé la impresión de que Inu-Oh contiene dos películas distintas y apenas compatibles entre sí, genera la sensación de que hay algo a estas alturas que no termina de resultar orgánico en su forma de imprimirlo.
Me resulta extraño y creo que un poco fuera de lugar un tono tan negativo como el que manejo en estas líneas, porque realmente me la he gozado mucho y me sigue fascinando la creatividad y personalidad artística de Yuasa que este filme tiene a chorros. Pero todos los aspectos positivos que puedo mencionar ya suenan de sobra, ya se han mencionado centenares o miles de veces y repasarlos de nuevo llueve sobre mojado. Creo que recrearme en mis sensaciones negativas, o como mínimo de un cierto recelo, me permite en cierto modo expresar las dudas que me genera el devenir de su carrera y el ritmo exponencial que ha tomado en los últimos años. Quien busque a Yuasa aquí, en cualquier caso, lo va a encontrar, y eso cuanto menos debería ser un incentivo para cualquiera que se disponga a ver la película. Hay muchísima calidad en Inu-Oh, una potencia visual increíble y la experiencia de adentrarse de nuevo en un estilo que con sus más y sus menos siempre logra evocar un asombro genuino en quienes admiramos a este director.