El cine negro es un perfecto espejo que sirve para ilustrar el estado de ánimo y las corrupciones existentes en un momento dado en la sociedad en la que se produjo la obra. Resulta ciertamente fascinante como el Japón de finales de los cincuenta adaptó a su idiosincrasia los paradigmas y mandamientos del género noir estadounidense llevándolos perfectamente a su terreno, dando lugar pues a una nueva forma de rodar este género por antonomasia de la historia del cine. De este modo, los primeros esbozos de cine negro japonés hay que apuntárselos a un primerizo Akira Kurosawa (gran amante del cine americano tal como conocen todos los aficionados al cine) que aprovechó la oportunidad que el noir le brindaba para realizar un par de obras de tono neorrealista en las que se vertían las miserias morales y económicas en las que se hallaba sumido el país nipón tras la posguerra: El perro rabioso y El ángel ebrio. Sin embargo, estas dos excepciones producidas en los años cuarenta no confirmaron la regla de la permanencia del noir en el séptimo arte japonés hasta bien pasados los años cincuenta, gracias fundamentalmente a las aportaciones de un director totalmente reivindicable como fue Koreyoshi Kurahara.
Así, el gran Koreyoshi Kurahara debutaría en la dirección de largometrajes en el año 1957 con I am waiting, una de las piezas fundacionales del género negro del país del Sol Naciente y a su vez uno de los primeros esbozos de lo que sería más adelante la Nueva Ola del cine japonés. En su ópera prima Kurahara ya daba muestras de su gusto por las historias oscuras de cosmos eminentemente occidental que a su vez ofrecían un retrato muy pesimista sobre el presente y el futuro de la generación perdida, aquella que edificaría los cimientos de la nueva corriente cinematográfica que emergería en los sesenta como grito de protesta de una juventud que reclamaba un cambio radical en los ancestrales usos y costumbres que aún seguían vigentes en el país asiático. Tras filmar la que es considerada por la crítica la película fundacional de La Nueva Ola del cine japonés, esta es la seminal The Warped Ones, Kurahara dirigió ese mismo año Intimidation, sin duda una de las películas más cautivadoras del cine nipón de los sesenta así como una enigmática representación del universo negro puramente occidental acondicionado en una atmósfera asiática lo cual suministraba los ingredientes precisos para esgrimir una rotunda denuncia contra los tejemanejes y bacterias presentes en la acomodada clase media japonesa.
Y es que Intimidation hace gala en sus escasos 65 minutos de metraje de todas las características que hicieron grande al noir en los años cuarenta, bebiendo pues de la influencia del universo de Dashiell Hammett y William Faulkner, pero a su vez Kurahara dibujó de una manera distinta un cuadro patético y rotundamente humano acerca del temperamento imperante, y muchas veces enfrentado, en esa clase trabajadora que aspiraba a escalar socialmente a toda costa y a cualquier precio. En la fascinante línea marcada por las fronteras del noir, la cinta narra la historia de un exitoso empleado de un pequeño banco de provincias llamado Takita, el cual tras haber contraído matrimonio con la hija del jefe de sección de su empresa va a ser trasladado a la sede central de la entidad financiera en la capital. Takita es un ser ambicioso y seguro de sí mismo, justo la personalidad contraria a la de su amigo de la infancia Nakaike, un hombre aparentemente bondadoso y pusilánime que igualmente trabaja como cajero en la misma empresa de Takita, y que fue traicionado por su amigo puesto que a pesar de hallarse perdidamente enamorado también de la hija del jefe no fue capaz de declararse a la misma, siendo pues adelantado por su amigo de la infancia en el momento en el que le presentó a su enamorada. Esto es, Nakaike forma parte de esa ingente masa de perdedores atrapados en un trabajo rutinario y alienante sin ninguna perspectiva de progreso o mejora en el futuro.
Partiendo de la dualidad ambición/modestia Kurahara pintará una trama directa, enérgica e intrigante gracias a la aparición en escena de un extraño personaje llamado Kumaki, un proxeneta cónyuge de la antigua amante de Takita que se presentará en la sucursal bancaria con unos papeles que demuestran una serie de operaciones fraudulentas ejecutadas en el pasado por el insaciable Takita a espaldas de la dirección de la sucursal. Así pues Kumaki chantajeará a Takita exigiendo el pago de tres millones de yens a cambio de no rebelar la trama corrupta hilada por el avaricioso empleado de banca, lo cual daría al traste con su futuro matrimonio y por tanto su pretensión de ascenso social. Ante la falta de apoyos financieros por parte de sus socios corruptos, a Takita no le quedará otra salida que atracar su propio banco, aprovechándose para ello de la amistad que le une al inútil de Nakaike la noche en que éste permanece en la sucursal vigilando el correcto funcionamiento de la misma. En consecuencia, el deshonesto empleado de banca emborrachará a su amigo para asaltar la sucursal en busca de los tres millones de yens. Sin embargo, un giro del destino inducirá a Takita a interrumpir el expolio, humillando ante todos sus compañeros la falta de profesionalidad del bueno de Nakaike. Pero, los ojos suelen llevarnos a engaño, por lo que el destino demostrará que la corrupción no siempre se sale con la suya así como que los bondadosos esconden igualmente un lado oscuro para sorpresa de todos.
Todo este complejo entramado es filmado por Kurahara con la garra y fuerza emanada del cine de género estadounidense. En este sentido, el director de The Warped Ones huye de los planos fijos y secuencia tan típicos del melodrama clásico japonés, haciendo uso de un montaje dinámico que ayuda a otorgar un ritmo trepidante a la cinta. Igualmente la fotografía es otro de los puntos fuertes de la obra, radiografiando en un blanco y negro de tonos muy luminosos y brillantes el conflicto que estalla entre dos personalidades atraídas por su inicial relación de amistad, pero rotundamente encontradas como son las del insaciable Takita y el fracasado Nakaike. Ello sirve al cineasta oriental para lanzar una profunda denuncia sobre la inmundicia y el carácter depredador del capitalismo sin freno que triunfó en la emergente economía japonesa de principios de los sesenta, así como la incipiente deshumanización que empezaba a nacer en una sociedad tan humanista e introspectiva como la existente en Japón desde tiempos del medievo.
La escasa duración de la cinta y asimismo la puesta en escena vigorosa llevada a cabo por Kurahara confieren a la trama la envoltura de una especie de pesadilla hiriente y cercana que recuerda a los mejores filmes de Robert Siodmark y Fritz Lang (sin duda una película que viene a la memoria mientras visiomamos esta obra cumbre del noir japonés que es Intimidation es el Criss Cross de Siodmark), siendo pues la cinta un sueño maligno que dará un giro sorprendente e inspirador en su último tramo para mostrarnos la desesperanza trágica, destructora de todo halo de humanismo, existente en la cochambrosa y putrefacta sociedad nipona de los años sesenta.
Todo modo de amor al cine.