Al rebuscar entre la inmensa maraña de nombres que han engrosado las filas de realizadores dedicados en cuerpo y alma al prolífico cine de terror en los quince años que llevamos de siglo, resulta inevitable toparse con la figura de James Wan y ensalzarle como el principal y más influyente referente entre sus congéneres.
Desde que saltase al estrellato en 2004 coronándose como el rey y fundador del torture porn gracias a Saw, y hasta que encandilase por completo a crítica y público con la joya indiscutible que es Expediente Warren: The Conjuring nueve años más tarde, los escarceos del director malayo con el terror han dejado piezas de una calidad siempre estimable, destacando entre todas por sus peculiares atmósfera y tono la primera entrega de la reconvertida en franquicia Insidious.
Pese a haber sido Wan el acaparador de la inmensa mayoría del reconocimiento, es su fiel escudero, el guionista Leigh Whannell, quien ha permanecido en la sombra durante el proceso creativo de sus filmes con un sello personal más identificable y ha aportado gran parte del genial imaginario que ha engrandecido su obra. Este hecho se torna obvio atendiendo al estreno de Insidious: Capítulo 3; cinta que supone el salto a la dirección de Whannell y que atesora todos y cada uno de los puntos fuertes de la saga, empezando por ese estilo único digno del más delirante de los freak shows y terminando por una ambientación envidiable, tensa y propicia para hacer pegar más de un salto —y de dos— incluso al sector más impávido del patio de butacas.
El ya clásico riff de violines estridentes que abre Insidious: Capítulo 3 mientras se sobreimpresiona el título en la familiar tipografía, grotesca y de un rojo intenso, actúa como una clara señal de advertencia que anuncia un nuevo retorno sin demasiadas novedades a la exitosa fórmula del largometraje original y su secuela. Su condición de precuela permite dotar a este tercer capítulo de cierto aire fresco al dejar de lado a la familia Lambert y concentrar la acción en un edificio suburbano poblado de nuevos personajes a los que atormentar. Más allá del cambio de protagonistas, la esencia sigue intacta capitaneada por unas brillantes escenas de suspense perfectamente diseñadas y ejecutadas con un pulso inusitado para tratarse de una ópera prima, y que visten con elegancia un buen puñado de lugares comunes que no importa en absoluto volver a visitar, sobre todo teniendo en cuenta la agilidad con la que se narra el relato y, lo que es más importante, la genuina capacidad para asustar con mecanismos que, pese a tradicionales, no insultan a la inteligencia del espectador.
Dejando relegadas a un segundo plano a las nuevas incorporaciones, es la veterana Lin Shaye la que se convierte en la verdadera estrella del festín paranormal, además de dar vida al personaje con la trama y la evolución más interesantes de todo el filme. Conocer el pasado de Elise, la psíquica ahora reconvertida en una suerte de Ellen Ripley del ocultismo, y su particular relación con el otro mundo termina convirtiéndose, por encima de ‹jumpscares› y criaturas aberrantes, en el mayor reclamo de Insidious: Capítulo 3. Esto, además, permite a Whannell dedicar secuencias exclusivamente al ‹fan service› en las que el seguidor de las peripecias de Elise sabrá apreciar con especial entusiasmo el buen hacer de una de las escasas cintas de terror capaces de destacar entre el saturado mercado repleto de basura de la más ínfima calidad carente de personalidad e inteligencia alguna.