No se puede negar, y más siendo una ópera prima, que Fridtjof Ryder nos ofrece una película si no arriesgada, sí diferente. O al menos no busca lo convencional para contar una historia de fantasmas, no del todo original; o en cuanto a la temática de la pérdida, la fractura del yo y la imposibilidad de conectar con el mundo real por un bloqueo emocional traumático.
Esto es lo que, grosso modo, sacamos un claro de un film, Inland, que como su explícito nombre indica, narra una historia, una realidad, que se desarrolla a través de la mirada fracturada de su protagonista. Y de fracturas precisamente es de lo que más adolece la narración ya que, si bien es cierto que hay una coherencia destacable en la planificación y ejecución visual de la historia, no lo es menos que más allá de las líneas maestras del argumento, hay una facilidad tremenda para perderse en los vericuetos del film.
Algo que de por sí no es necesariamente negativo, al fin y al cabo la historia parece demandarlo. Lo que sí ya no convence tanto es la tendencia a deambular, a momentos valle que, buscando profundizar en los personajes, sus conexiones emocionales e incluso las que pueden crear al espectador, acaban por generar un sensación de “no está pasando nada”. Peor todavía: esta sensación se va extendiendo durante todo el metraje al punto de que ya que no hay demasiadas respuestas a las incógnitas planteadas y uno no sabe muy bien cuál es el propósito, si lo hubiere, de esta historia.
Aunque podríamos hablar de cine de sensaciones con trazas de terror atmosférico, lo cierto es que no hay excesiva tensión dramática ni tampoco momentos ya no de miedo, pero sí de cierta opresión argumental. Esto quizás, más allá del acierto en la propuesta formal, es lo que realmente pesa en el balance final de la película, el no ser capaz de activar los mecanismos empáticos para conectar con ella, para que nos importe mínimamente lo sucedido.
A pesar de todos estos aspectos negativos, y como comentábamos al principio, sí hay que valorar el riesgo de la propuesta y ese pulso firme que muestra para no dejarse llevar por ciertos convencionalismos (aunque en este caso igual hubieran funcionado mejor). Siempre es de agradecer poder captar una voz propia aunque el experimento no salga del todo redondo. Junto a ello también cabe destacar el trabajo en la dirección de actores, ni que sea por defender más que correctamente unos papeles algo difíciles de ubicar en cuanto a su sentido último. Quizás en este aspecto, esto es de lo mejor del film: su aura de credibilidad a pesar de sus flirteos con lo fantástico y lo paranormal.
Inland se queda pues en una especie de tierra de nadie, moviéndose entre el agotamiento y un cierto sopor y las ganas de crear una historia plausible y dolorosa sirviéndose de mecanismos originales en lo visual y transgenéricos en la trama. Quizás no sea para recordarla profusamente, pero vale pena darle una oportunidad.