Ingrid Pokropek, directora, guionista y productora argentina asociada al prometedor y ya confirmado talento colectivo El Pampero Cine, cuenta en su haber, a día de hoy, con una carrera cinematográfica envidiable. Ha producido películas como La flor (Mariano Llinás, 2018), Las poetas visitan a Juana Bignozzi (Laura Citarella, Mercedes Halfon, 2019) o Trenque Lauquen (Laura Citarella, 2022) y, antes de su ópera prima en el largo titulada Los tonos mayores (2023), ya había dirigido varios cortometrajes entre los que destacan Shendy Wu, un diario (2019), Chico eléctrico (2021) o Abril, verde, amarillo (2023). Sin embargo, existe un cortometraje previo a todos ellos y quizás algo más desconocido que se llama Es una ficción de arena (2017), una producción presentada por la Universidad del Cine y disponible online en OctubreTV, plataforma gratuita de contenidos audiovisuales.
Con solo 23 años (que tenía entonces, aunque la campaña para producirla comenzó 2 años antes), Pokropek ya demostraba ganas de mezclar elementos ilusorios con algunos más banales, encantada con la idea de jugar con elementos más propios de la narración que con los puramente visuales, arrastrando al espectador por unas olas de mar hasta una orilla recorriendo unos 20 minutos de metraje que van de una idea en apariencia simple —un chico le cuenta una película a una chica sobre la marcha mientras esperan a que llegue una tercera persona— a una frescura juvenil que la convierte en algo mucho más fértil de lo que su título podría hacer pensar —haciendo que la película que está contando acabe teniendo autonomía propia, filmando no una película real, sino una relatada—. Como un castillo de arena, la extensión de esta ficción depende tanto o más de la capacidad creativa que de los medios disponibles, si bien el tamaño, amplitud y complejidad de la creación siguen estando sujetas a los elementos que pueden aparecer y desaparecer para ayudar a construir, destruir y más tarde deconstruir para acabar siendo otra cosa. Porque las posibilidades son prácticamente infinitas, como el conjunto de partículas desagregadas de las rocas que entendemos como arena.
Una obra con bastante personalidad que parece abrazar lo absurdo para desarrollar un casi-drama más profundo y sobre todo misterioso, que destaca por la gracia que tiene al retratar las relaciones sin necesidad de un argumento especialmente sólido. ¿De ahí quizás su título? ¿Porque por la arena uno puede caminar, no es especialmente molesta entre los pies (casi que según el tipo es apacible) y si la sabes manejar es moldeable? No lo sé, pero no importa. En sí misma, Es una ficción de arena no parece una película pensada para meditar, si bien es en sí misma una suerte de reflexión sobre la forma en que contamos historias y consigue ser vista como algo enigmático en conjunto.
Es decir, dentro de sus escasos minutos de duración (para lo que estoy acostumbrado), hay varias historias por desarrollar que no existen porque nunca existieron, varias imágenes que se podrían reconstruir como películas aparte y una serie de momentos que juegan con las posibilidades audiovisuales y narrativas para dar con un final satisfactorio que en conjunto tiene tanto sentido como bien podría no tenerlo. De ahí lo a gusto que se está y lo bien que se pasa este rato. Es, como diría la propia autora, un festín del reciclaje lleno de lugares comunes con un encanto particular. ¿Es un homenaje al cine en sí mismo, con sus elementos más habituales (especialmente a los que nos tiene acostumbrados el cine de Hollywood)? Puede que sí, pero como vivo en Madrid (a 34º ahora mismo), no hay playa y he estado viendo una como aquellas de las afueras de Mar del Plata, como yendo para el lado de Miramar, durante tanto tiempo, mi cerebro ya no da más de sí tampoco.