La ‹buddy movie›, ese entrañable subgénero que tantas alegrías nos dio allá por los geniales 80 y 90 y que tan poco espacio ha encontrado en las generaciones venideras quién sabe exactamente porque, si por el hecho de que el cine de acción esté experimentando un vuelco cada día más ostensible hacía el ruido, la gravedad y las desmesuradas pretensiones, habiendo perdido en parte unas connotaciones cómicas que tiempo atrás dejaron cintas como Superdetective en Hollywood, La jungla de cristal o Mentiras arriesgadas, entre tantísimas otras, y que hoy en día sólo parece conservar el cine que tiene al carismático Jason Statham por bandera o incluso la saga Los mercenarios está logrando recuperar casquería mediante, o porque poco a poco se están acotando más los lindes de un género que debería experimentar precisamente el cambio contrario: el de ser mostrado cada vez como más voluble y afín a contener mixturas, hecho que muy pocos cineastas han sabido aprovechar como es debido.
Así, las aportaciones de la ‹buddy movie› han ido quedando relegadas a unos pocos títulos de entre los que quizá cabría destacar la argentina Tiempo de valientes, la británica Arma fatal e incluso la divertidísima Desde París con amor, que han sido de las pocas en ofrecer algo de aire fresco entre tanta segunda y tercera parte de cintas como Hora punta o films de tan ínfimo nivel como Showtime o Vaya par de polis.
En un contexto tan desalentador resulta curiosa la aparición de una propuesta como Incompatibles, pues aunque no exenta de cierto filón comercial al tener en cartera a un Omar Sy que ya triunfara el pasado año gracias a su papel en Intocables, sorprende que tras ella no esté uno de los bastiones del cine de acción del país vecino como Europa Corp. y que, además, la pareja protagonista escogida para dar vida a sus dos personajes centrales resulte tan extraña como lo resulta ese dúo compuesto por Laurent Lafitte y Omar Sy.
Esa sensación de extrañeza desaparece en cuanto uno se percata de que lo que en el fondo está buscando su director, un David Charhon que debutara en 2009 con la comedia Cyprien, es precisamente esa disparidad de caracteres tan típica de la ‹buddy movie›, terreno en el que Incompatibles como es obvio no inventa nada, ni tan siquiera hace ademán por renovar concepciones establecidas, pero en el que atendiéndonos a lo que debe resultar una propuesta de estas características funciona a la perfección.
El marco escogido, pues, en el que un detective de la capital francesa se encontrará de frente con un investigador de un pequeño barrio a las afueras de la ciudad, no hace más que rememorar aquellos títulos noventeros que recorrieron las pantallas y dirigirse hacía lo obvio: la diferencia tanto cultural como racial, el comportamiento según el entorno social, la descontextualización de roles en un terreno que no es el suyo y una serie de parámetros de sobras conocidos que, pese a ello, se alejan en cierto modo de la sensación de ‹déjà vu› gracias a dos intérpretes que confieren espontaneidad y frescura a las decisiones de sus personajes.
De ese modo, tanto Lafitte en su papel de detective algo snob y bastante estirado como Sy dando vida al típico “niggah” de barrios bajos donde las formas se pierden más a menudo de lo debido, ofrecen una divertida réplica a esas secuencias en ocasiones bien concebidas (aunque, como en cualquier ‹buddy movie› que se precie, hay episodios que funcionan y otros que no), además de lograr que la típica progresión de la relación entre sus personajes no resulte tan rutinaria como podría intuirse dadas las características del film.
Mientras el guión se desarrolla por terrenos más o menos conocidos, Charhon realiza una labor en tareas de dirección que si bien no resulta atrevida y más bien se conforma con dejar que sus intérpretes gocen de sus personajes y lleven el peso del film, tampoco desentona al montar secuencias de acción que bien podrían haber supuesto un percance si tras las cámaras no se hubiese encontrado un nombre mínimamente competente, por lo que la presencia del cineasta galo, sin aportar verdaderamente un sello distintivo, se antoja necesaria para que todo fluya debidamente, sobre todo en materia actoral.
En definitiva, si alguien echaba en falta esas piezas tan recurrentes en décadas pasadas, con Incompatibles se podrá llevar un buen bocado a la boca con una propuesta que extrae la esencia de ese tipo de films y lo sitúa en un contexto mucho más cercano al nuestro (incluso hay algún tinte social por ahí de lo más curioso que, por suerte, posee la importancia que debe poseer: la precisa, la de ser un apunte sin más) sabiendo en casi todo momento como divertir al respetable y hacer que los apenas 90 minutos que pasa uno en la butaca vuelen y le sitúen ante una distracción tan amena como disfrutable.
Larga vida a la nueva carne.