Un gimnasio donde reina el ‹crossfit› y los ‹burpees› se imponen como un nuevo filtro que diezma la belleza en pos de una cultura orientada al físico y al esfuerzo, un grupo de muchachos ‹freestylers› donde encontrará alojamiento la joven Blancanieves tras ser traicionada por su madrastra, y una manzana envenenada con la que adormecer a la protagonista para que termine siendo objeto de culto en una galería de arte… desde luego, y si la exploramos con esa superficialidad que contempla no sin cierta ironía la cineasta letona, In The Mirror encuentra en su mordaz relectura del cuento clásico —con reminiscencias a otros cuentos, por aquello de no dejar la metatextualidad de lado y poder otorgar un mayor revestimiento a la personal mirada de Laila Pakalnina— uno de esos incentivos que, sin embargo, parece quedar relegado a un segundo plano en favor a un ejercicio de estilo cuya estructura otorga mayores matices aún a esa exploración encauzada desde el texto, pero pulida mediante una decisión formal que aporta una dimensión distinta al mismo.
El plano se convierte en In the Mirror, pues, en un mecanismo esencial, no tanto por su composición —esa suerte de ‹selfie› en movimiento en el que, además, su propia esencia dota de un carácter distintivo al relato ya que este queda expuesto en todo momento a la interacción de sus personajes—, que también, sino por la modulación que toma a través de esa decisión una herramienta desde la que interactúan los individuos que frecuentan ese particular microcosmos, más allá de la relación que entablará el espectador con una forma de comunicación tan extraña como, al fin y al cabo, perspicaz en tanto complementa las propiedades de una crónica que confluye a la perfección en el marco creado por Pakalnina.
Aquello que, mediante la introspección de un sugerente dispositivo fílmico, podría componer algo más que un ejercicio diferencial y único, deviene por momentos una frágil respuesta que parece enquistada en su propia naturaleza; que la decisión de optar por una solución formal que aporte causticidad a ese fondo y logre complementar los visos de su narrativa —al fin y al cabo encerrada en la lucha por el “yo” y esa cultura tan aferrada a mirarnos al espejo (de las redes sociales)— resulta certera, no da demasiado lugar a debate, pero la sensación termina siendo la de estar ante un experimento cuyas pautas se agotan, en especial frente a un tono que en ocasiones se antoja ensayístico en exceso. Y es que aunque puede que esta reiteración que expone la letona no deje de ser un reflejo fehaciente de conductas cada vez más vigentes que definen nuestro periplo como individuos ante la exposición que acatamos, los resortes empleados en In The Mirror terminan quedando expuestos por su incapacidad de avanzar como tal, de construir nuevas y estimulantes vías.
El nuevo largometraje de Laila Pakalnina se queda quizá a las puertas de algo mayor, pero desde luego la convicción y firmeza con que establece un dispositivo tan insólito como hábil, hace que bien merezca la pena enfrentarse a este ejercicio cuya condición se establece ya desde el primer minuto. Se podría decir, de este modo, que su insobornable dispositivo termina constituyendo un arma de doble filo: esa a través de la cual la propuesta cobra valor, ya no tanto por la estabilidad en la que es desplegado, sino por esa certeza con la que desarrolla ideas de lo más apreciables; pero al mismo tiempo por delimitar los efectos de una incisiva mirada que ve, en parte, su efecto suspendido por la persistencia de un objetivo que, como toda ventana social, no cesa en su mirada, terminando por apaciguar el carácter que se antojaba mucho más indómito de lo que termina siendo.
Larga vida a la nueva carne.