In the Last Days of the City es una de esas joyas que exhalan un aroma a cine inmortal. A ese cine transgresor, diferente y combativo que se produjo a principios de los años sesenta. Un cine de nuevas olas intelectuales que aspiraba trascender las fronteras del espacio y del tiempo. Al arte de los Godard, Resnais, Eustache, Rivette, Imamura, Yoshida, Ōshima, etc. Cineastas todos ellos que supieron radiografiar los ambientes subterráneos propios de los años en que fueron producidas estas películas, a través de una puesta en escena urbana y realista que absorbía toda la esencia del oxígeno vital de las calles y apartamentos habitados por una juventud con ganas de cambiar el mundo. Un mundo que apenas cambió a diferencia de sus incautos moradores, estos sí afectados por una transformación radical precisa para poder sobrevivir al inexorable discurrir de los años.
Esta es la sensación que ha empapado mi alma tras finalizar In the Last Days of the City. Película egipcia dirigida por el novato Tamer El Said poseedora de una potente atmósfera documental capaz de trasladar a la pantalla en forma de ficción los acontecimientos históricos acaecidos en el país de los faraones en los últimos años. Un período de revoluciones fallidas, de falsos brotes de libertad y de profundización de los dogmas del islamismo más profundo en un país caracterizado por la convulsión, las invasiones culturales y el movimiento a lo largo de su historia.
Da la sensación en todo momento que su autor pretendió absorber todos y cada uno de los recovecos que estaban teniendo lugar en el Egipto de principios de siglo con la ambición de sacar a la luz un proyecto donde se confunden los límites de la realidad documental con los de la propia epopeya guionizada que sustenta el esqueleto del film. Todo ello dio lugar a un documento de portentoso poder antropológico. Una especie de reportaje periodístico narrado bajo los dogmas del cine de arte y ensayo. Un experimento de metalenguaje fílmico que deriva hacia terrenos impactantes fundamentalmente por esa voluntad de sacar las cámaras y a los actores a la calle para improvisar sus pasos junto con los de los habitantes de El Cairo. Unas calles amplias, densamente pobladas por islamistas, por pro occidentales, por culturetas y mujeres vestidas con ‹hijab›, por comerciantes capitalistas propietarios de tiendas cuyos escaparates se adornan con unos maniquíes que conforme va progresando la acción vestirán su cuerpo con todo tipo de ropaje y por policías y miembros del ejército que deben hacer frente a esa oleada de descontento de todo tipo e ideología, centrada sobre todo en los jóvenes estudiantes de El Cairo, que acabó desembocando en el derrocamiento de Hosni Mubarak y su Partido Nacional Democrático el 10 de febrero de 2011.
En este sentido, In the Last Days of the City se alza como un ejercicio de estilo que recoge las opiniones y esperanzas de esa juventud inconformista que se alzó contra el poder. Sin embargo, lo que convierte a la película en un documento fidedigno y elocuente de lo que sucedió durante los días previos al alzamiento de la revolución es su conato de pieza de cine dentro del cine capaz de pintar un reflejo de la realidad que se confunde con la acción periodística. De este modo, Tamer El Said ideó un alucinante viaje a través de las avenidas y plazas del Egipto más desconocido, dándonos a conocer la demografía de su ciudad, su arqueología humana, su pintoresca diversidad, la carencia de libertad irradiada tanto en la abundante presencia del ejército en las calles con el propósito de salvaguardar la seguridad como por la inquisidora mirada de clérigos que amenazan con sus ojos plagados de odio a las mujeres que osan pasear con el rostro al descubierto y sobre todo el alma inherente a esa juventud culta y contestataria habitante de los peligrosos vértices del mundillo cultural que observará impasible gracias a unos ojos incapaces de emitir cualquier juicio de valor todos los cambios que estallarán en medio de la tormentosa primavera árabe egipcia.
Ello se logrará a través del personaje de Khalid (Khalid Abdalla), un joven treintañero aspirante a director de cine —siempre con la pretérita influencia de su difunto padre perteneciente a la clase artística egipcia— que tiene entre manos el proyecto de realizar una película capaz de plasmar la realidad de su ciudad, marcada por un incipiente deseo de quebrar la dictadura montada por el Partido Nacional Democrático, apoyándose para lograr este objetivo en la propia vivencia personal de su director, un realizador de televisión que está pasando por un duro momento personal debido a la enfermedad terminal que padece su madre. Con el apoyo moral y de consultoría cinematográfica de tres amigos también cineastas que viven en Beirut, Berlin y la peligrosa Bagdad, Khalid se mimetizará con el ambiente, caminando por medio de un laberinto tortuoso y peligroso para su propia estabilidad mental, debiendo salvar los obstáculos que se le interpondrán en el camino, como su voluble relación sentimental con la intrépida y valiente traductora Laila, una bella mujer que lucha día a día por mantener a salvo su dignidad e integridad.
La cámara seguirá los pasos de Khalid, pegándose como un invisible huésped a su espalda, mostrando de este modo los cambios sociales que tuvieron lugar en el Egipto que acabaría derrocando a Mubarak. Tanto es así, que ciertos pasajes del film más parecen una obra documental —increíbles son las tomas de los primeros planos de los rostros de los policías exhibiendo el miedo al observar de frente a una turba lanzando proclamas contra el Régimen— que una pieza adscrita a la ficción. De ello se beneficia el hecho de que Tamer El Said decidió no conceder ningún tipo de protagonismo ni liderazgo a su intérprete protagonista, un Khalid que acabará adoptando la estampa de un mero testigo de los acontecimientos, sin tomar en ningún momento partido mientras observa los cambios experimentados tanto en las calles como en el interior de las casas de su ciudad. Por consiguiente, Khalid será ese cineasta objetivo, incapaz de meditar ni padecer, temeroso de ser catalogado como un revolucionario, pero también de traicionar a su único y principal objetivo, que no es otro que el cine. El cine convertido en algo más grande que la propia vida.
La película se germinó a finales del año 2007, como proyecto personal de Tamer El Said con la intención de homenajear a su ciudad. Una urbe en la que se olía un viento de cambio. Con la determinación de cincelar un documento cultural que mostrase al mundo a esa juventud árabe abierta a nuevas formas de entender las relaciones sociales. Terminada en 2010 (aunque tras diversos avatares no ha sido hasta 2016 cuando ha podido ser lanzada a teatros comerciales), la cinta se benefició del convulso ambiente político social que estalló en El Cairo a lo largo de su rodaje, derivando de este modo hacia unos márgenes de realidad que superaban la ficción rodada. Las poderosas imágenes que así lo atestiguan suponen todo un hito en lo que respecta a la concepción del lenguaje cinematográfico. Unas imágenes que dialogan por sí mismas con el espectador sin necesidad de un guión hilvanado con un sentido lineal y clásico. Es el poder de la imagen el símbolo que transforma una simple historia de desafíos y oportunidades en un reto en sí mismo. Unas imágenes que transmiten cercanía, frente a la falta de conexión espiritual con el espectador que ostenta el personaje principal, una sombra fría y lejana que únicamente parece tener el cometido de servir de correa de transmisión de los acontecimientos históricos que son la base y esencia de la propia obra. Observamos como las espaciosas calles y locales localizados en El Cairo, toda una señal enmascarada que aspira libertad, toparán con el aislamiento que sufrirán aquellos que van en contra del sistema imperante. Esta artimaña, muy bien desplegada por El Said, dota al film de una extraña sensación contradictoria, erigiendo de este modo tan poético esa dicotomía que aniquila el libre albedrío.
Al hipnótico realismo que ostenta el film ayuda el hecho de que los personajes responden al mismo nombre que los actores que los interpretan, un punto muy típico de la ‹Nouvelle Vague›. Igualmente ayuda esa valiosa representación del ambiente caótico de El Cairo, contaminado por las bocinas de esos coches atrapados en asfixiantes atascos y también por los gritos del descontento. Y es que In the Last Days of the City supondrá un deleite para aquellos admiradores del pretérito cine francés de los sesenta y setenta, puesto que hacía tiempo que no me encontraba con una película tan sorprendentemente parecida en tono y contenido a esas obras del malogrado Jean Eustache que más que ficción suponían unos afilados pellizcos de esa realidad más cruel y angustiosa.
Todo modo de amor al cine.