Raro sería encontrar a estas alturas un espectador que no haya conocido el submundo criminal nórdico gracias al cuantioso desfile de títulos que durante los últimos años, y acompañando al crecimiento de una cinematografía que no para de ofrecer envidiables resultados año tras año, se han dado cita en las pantallas de cine (o de no pocos hogares, ya que por desgracia el DVD ha sido una herramienta recurrente para hacernos llegar grandes propuestas llegadas del norte de Europa). Tan extraño como lo sería no identificar determinados elementos que han pasado a formar parte, más que de una perspectiva, de un carácter. Un carácter anexionado al frío nórdico y a esos parajes helados, a un modo de pensar y, cómo no, de actuar, que marcan inevitablemente consignas para comprender un microcosmos que es más lejano que el de otros escenarios criminales de lo que se pudiera deducir.
En ese sentido, In Order of Disappearance posee la tremenda virtud de crear y moldear un discurso en torno a ese particular microcosmos, y lo hace desde una perspectiva suficientemente amplia como para que esa temática no desaparezca. Diálogos que entroncan con la personalidad del pueblo noruego, crímenes que se suceden pero se desvanecen entre sus paisajes e incluso ese propio (y nevado) territorio en el que se mueven los personajes son la clave para desgranar el relato que constituye Petter Moland.
Esos crímenes invisibles a los ojos de la localidad a la que nos traslada el cineasta noruego, casi siempre camuflados en el propio paisaje, refuerzan una idea que se apoya también en lo visual para hacer de In Order of Disappearance una crónica en parte fantasmagórica, que indaga en la capacidad de la imagen trasladándonos a una suerte de pueblo maldito que no llegamos a ver en ningún momento. El interior de los hogares y los caminos (siempre bajo la atenta mirada de ese quitanieves que ejerce como protagonista) que sirven como vasos comunicadores son, de este modo, los principales espacios en los que se mueve el film.
La negrura de una comedia que se sabe surtir de ese ambiente criminal con habilidad y la propia trama en la que el impostado vengador no deja de ser la víctima (concepto reforzado por esa certera conclusión y el nexo entre dos personajes) dotan de un sentido mayor a la propuesta. Con independencia del retrato realizado por Petter Moland, ambos funcionan con voluntad propia y son los conductores de un film que encuentra en ese submundo un vínculo propio.
Sin dejar de ser una película cimentada en el universo que representa, In Order of Disappearance encuentra en las relaciones entre sus personajes otro pequeño bastión; relaciones que fácilmente nos podrían remitir a esos títulos que encuentran en el paisaje más que un aliado, un tono (con el Fargo de los Coen como representación mayúscula). De este modo, Nils, un quitanieves que emerge como protagonista casi absoluto de la función, establecerá una comunicación que girará en base a una violencia seca que incluso llega a rozar el esperpento y nos descubre una inusitada faceta en ese personaje cuyo mayor conflicto parecía una especie de no-relación con su mujer.
Las mujeres también circundan el relato de algún modo, y a la extraña correspondencia entre Nils y su esposa, se añade también el nexo establecido entre Greven, responsable indirecto de la muerte del hijo de Nils, y su ex a través del hijo que comparten. Aquello que pudiera parecer anecdótico, no hace sino complementar determinados aspectos en torno a la personalidad tanto de Nils como de Greven, demostrando que aunque este último pueda poseer soluciones mucho más pragmáticas debido al poder que atesora, también tiene sus momentos de marcada debilidad. Ello no incurre tanto en una humanización de los personajes —algo que el cineasta no busca— como en una desnaturalización de roles que se invierte desde el momento en que vemos a Nils actuar con la vehemencia que lo hace.
El talento de un cineasta cuya continuidad demuestra no residir en casualidad alguna, se ve apoyada por intérpretes cuya presencia se deduce —ni es necesario decir que Stellan Skarsgård y Bruno Ganz están perfectos—, y por una joven promesa como Pål Sverre Hagen, capaz de llevar a su propio terreno un personaje cuyos matices el noruego entiende a la perfección.
Con todo ello, Hans Petter Moland consigue transformar una comedia negra criminal en algo más que un arquetipo del que difícilmente nos hemos despegado en terrenos como el que nos ocupa, y hacer de In Order of Disappearance un film con una identidad tan marcada como lo es ese humor que se mueve en un espectro más amplio de lo que uno podría presumir en un principio. Nada mejor que visitar los helados parajes nórdicos si lo que buscan es alejarse de la rutina de la gran ciudad y conectar con unos personajes cuya capacidad empática se alza más allá del mero chascarrillo.
Larga vida a la nueva carne.