Nada pintaba mejor que un ataque en plena naturaleza a todo tipo de miedos infundados. Tal vez acuciados por el silencio ensordecedor de las ramas mecidas por el viento, puede que un acechante peligro que no se consigue ver al encontrarse escondido entre la maleza, pero al final, terror en campo abierto.
En Largo fin de semana descubrimos lo destructivo que puede resultar un par de días en pareja incursionando en parajes ajenos con una furgoneta, una película donde avistamos la necesidad de huir o perecer en el intento en recónditos terrenos australianos donde perderse y nunca más ser encontrados. Porque una pareja deja a la historia una muy buena base que explotar: la intimidad, esa necesidad de ser únicamente dos y la previsible intención de ir al fin del mundo , uno grande y ostentosamente virgen, para conseguirlo.
Nos podemos acercar a Europa para encontrar la aclamada Eden Lake, donde la intimidad mencionada anteriormente se ve empujada irremediablemente hacia el más puro caos gracias a los especímenes locales. Cuanto más foráneo, mayor es el objeto de deseo para el paleto terrateniente que habita en el lugar, cada vez más refinado en sus gustos.
La casualidad puede ser un detonante, pero la premeditación resulta igualmente encantadora, llevándonos de un modo sorprendente a manos de un psychokiller experto tanto en la caza de conejo con rifle como en la captura a lazo de humanos. Hasta el encantador y siempre perfecto Kurt Russell se las vio con su nuevo todoterreno que no sabía cómo pagar y su bonia esposa en las llanuras estadonidenses como buena pieza no encajable en la road movie Breakdown.
Ya se sabe, las profundidades del bosque son terriblemente acogedoras con los intrusos.
El miedo, ese método intimidatorio de acoso irreconocible que se puede crear de la nada es el protagonista de la película británica In Fear, debut de Jeremy Lovering en el largometraje. La idea en la que se basa es el pastel de chocolate con guinda incluida al que más de uno le cuesta resistirse ante su delicada presentación. Una pareja que apenas se conoce, prácticamente iniciando una relación, se encierra en un coche de ca mino a un festival con una pequeña sorpresa, la parada técnica (una muy bien calculada por el muchacho) en un romántico y ahora subrayo el «apartado» parador en tierras inglesas.
Pronto la maravillosa escapada llena de complicidad se esfuma ante un laberinto de carteles, estrechos caminos llenos de follaje y una levitante e imperceptible tensión. Un coche, dos personas y el ronroneante zumbido del «algo falla» es suficiente para convertir la película en un ligero crescendo de miedo. ¿Infundado o simplemente paranoico? El paso de los minutos, horas interminables de un único día nos van encajando las piezas.
Sin adivinar un camino exacto, sólo con puntos de referencia que nos indican haber pisado antes ese lugar, el director crea tensión en pequeños detalles, legando por encima de todo en el comportamiento de sus protagonistas, siempre dosificando sus reacciones, el pánico de uno es la burlo del otro, el enfado sucumbe al recuerdo, para no asfixiar el relato desde un primer momento.
Cae la noche, la confusión muta a desesperación y el film cambia de tercio para dar paso a una nueva aventura. La duda se vuelve emocional y la certeza instintiva, convirtiendo al humano en un ser primitivo cuando las circunstancias límite le superan. Es justo en el momento en que el miedo reacciona ante el extremismo.
Con pocos recursos mantiene la atención hasta una parte final no del todo satisfactoria, pero que nos instruye con una clara imagen en base a la fluctuación, con boscosos e imperecederos caminos y un marcador de gasolina que no deja de bajar. Lo suficiente para plantearse lo romántico de la soledad.