In Between Dying es una de esas obras que fácilmente puede catalogarse como hipnótica. Una apuesta que va con todo jugando la carta de la atmósfera, de la metáfora visual y de una cierta reflexividad poética. En este sentido podemos decir que el film de Hilal Baydarov es todo un descubrimiento, al exprimir con acierto todos sus referentes formales. No es difícil detectar ecos de Bresson, de Tarkovsky e incluso del retrato del vacío, de la no-proyección del presente de Béla Tarr. Pero ¿Es esto suficiente para sostener todo el metraje?
La respuesta a ello es ambigua. No se puede negar el poder de fascinación que transmiten sus imágenes y, no menos importante, algunos de sus pasajes más reflexivos al respecto del tránsito, a veces tan insignificante, a veces tan poderoso, entre lo que significa vivir y morir. Pero, y ahí radica el principal problema del film, su propia condición de retrato de una cierta nada existencial implica también, en demasiados momentos, una nada cinematográfica más allá de la propia belleza.
Es evidente que no se trata de un engaño. In Between Dying no miente en su propósito de ser no estrictamente narrativa y de jugar con lo onírico, lo irreal y la alteración de lo espacio-temporal, pero aun así se queda atascada en su bucle de intenciones en una dinámica que oscila entre el sopor y la confusión. Lo realmente dramático es que uno se puede desconectar fácilmente de su propuesta sin que, y eso es lo peor, tenga ninguna incidencia en el resultado final.
Así pues, estamos ante una ‹road movie› de carácter existencial, por así decirlo, que no consigue el propósito que debería, que no es otro que invitar a la reflexión propia. En su lugar, estamos ante una invitación al acompañamiento, a ejercer de ‹voyeurs› contemplativos de la acción sin ninguna implicación emocional más allá del reconocimiento de la capacidad del director de encontrar la imagen perfecta para cada situación.
Nos enfrentamos a lo que podría denominarse un cine de sensaciones que, aparentemente, apela a crear un determinado estado de ánimo al espectador más que a narrarle una historia concreta. Lo que sucede es que, quizás su propia condición enigmática e insondable genera sensaciones no intencionadas más cercanas al aburrimiento y la incomprensión que a una agitación intelectual. Y es que, todo lo que contiene de sólido, concreto y honesto también lo tiene de repetitivo e intrascendente. Una vez hemos descubierto lo que pretende no consigue ir más allá de lo planteado al inicio.
A pesar de todo ello hay que destacar el buen ojo de Baydarov a la hora plasmar sus ideas en imágenes potentes. De convertir no-lugares en, curiosamente, emplazamientos con contexto. Al fin y al cabo, a pesar de que los temas tratados podrían sugerir la universalidad de los mismos, hay tendencia clara al localismo, a ofrecer un punto de vista propio de una manera de pensar, reflexionar e interpretar las complejidades de la vida, la muerte y los tránsitos que hay entre estos dos mundos tan cercanos y tan lejanos a la vez.