Si bien la obra de Ti West se había instaurado en los últimos años en una corriente tan heterogénea como la del cine de género, a la que había otorgado cierto aire renovador gracias a su particular visión de un cine pasado revitalizado a través de una óptica anclada en unos códigos que señalan a uno más moderno, su traslado al western no apunta allí donde habían conseguido llegar títulos como The House of the Devil o The Sacrament. En ellas se advertía la intención de explorar cada vez más a fondo un terreno anclado en la naturaleza de West como cineasta, en In a Valley of a Violence uno tiene la sensación de que su nuevo trabajo no es sino un coqueteo con el western, una suerte de jugueteo a través de la cual, sí, establecer unas reglas propias, pero al mismo tiempo observando desde la distancia aquello que se le supone ajeno como autor. No, con ello no hablamos de que haya realizado ni mucho menos un ejercicio convencional o falto de personalidad —más bien al contrario—, sino del hecho de preferir indagar en esa condición desde un prisma quizá no tan sugerente como lo era cuando ponía su mirada en el terror, aunque mismamente refrescante gracias a una modulación de lo más interesante y diversa.
Si a grandes rasgos hay ciertos elementos que delimitan el trabajo de West como un film de corte clásico —desde motivaciones argumentales a apuntes en la realización y el montaje—, lo cierto es que el de Delaware reinterpreta en todo momento esa percepción mediante un tono gradual, que tan pronto obtiene matices que lo llevan a un terreno más ingenuo —buena parte de ello debido al protagonismo que se otorga a los dos personajes femeninos de la cinta, a los que el cineasta decide dotar de una mayor carga, trecho en el que quizá sí se distancie en cierto modo de esa perspectiva más clásica—, como elementos capaces de fomentar un humor tan medido como diferencial, que no únicamente alivia momentos de mayor tensión —aunque más ligada a un extraño dramatismo—, también funciona como uno de los principales motores de In a Valley of Violence.
Esa violencia que forma parte del título y a la que sigue recurriendo el cineasta, tiene así más de un momento cómico e incluso guiñolesco, como si esa condición trenzada por el director impregnase además del tono de la obra, ciertos momentos que terminan por articular una naturaleza mucho más disconforme de lo que se deducía en un principio. El relato de venganza enarbolado, no posee de este modo el carácter sucio y áspero anexado a unas cualidades que casi pedían algo más cercano a los films más maduros de West, y no obstante In a Valley of Violence sobresale precisamente gracias a esa negrura con la que es capaz de impregnar el relato, descrita no sólo por sus diálogos, también por unos personajes que son llevados del más puro arquetipo a un contexto verdaderamente sugerente, donde el terreno a pisar se convierte más en un marco que en una fijación a través de la cual anclarlos a unos códigos tradicionales. Una tradición que, en definitiva, sortea sin llegar a otorgar esa aura regeneradora suya, pero mediante la cual instaurar una perspectiva que le lleva a destacar de nuevo pese a alejarse del escenario donde se movía de un modo confortable, encontrando nuevos retos que reflejen en él lo que ya resultaba una evidencia: una autoría tan férrea y sugerente como lo es el resultado de un cine capaz de marcar a una generación.
Larga vida a la nueva carne.