Libuše Jarcovjáková (1952) es una fotógrafa checa cuya búsqueda creativa, enmarcada entre las turbulencias sociopolíticas de la primavera de Praga y la caída del muro de Berlín, persigue representar lo ordinario —en un abrazo que acoge con igual entusiasmo las acepciones de lo corriente y lo vulgar—. Su despliegue estético inmortalizó desde inmigrantes vietnamitas (a quienes la artista enseñaba checo) hasta sus compañeros del turno nocturno en la imprenta en la que trabajaba, pasando por bailes gitanos o noches locas en el bar gay clandestino T-Club. «Es poco original, esto [la fotografía de calle] ya lo está haciendo Koudelka», le espetaban los pocos expositores de arte con los que conseguía contactar.
I’m Not Everything I Want To Be es, además de una bella meditación sobre el impacto (personal y comunitario) de la imagen fotográfica, un arduo trabajo de curaduría. En una época empeñada en encomendarse a la inteligencia artificial y al algoritmo, resulta refrescante enfrentarse a obras como las de la documentalista Klára Tasovská, cuyo trabajo de digitalización, selección, organización y presentación de las fotografías de Jarcovjáková es, como poco, encomiable: dos años de revisión y selección del material (de las setenta mil fotografías iniciales el documental presenta casi unas tres mil) y dos años más en la sala de edición para afrontar un montaje que, aunque inicialmente aspiraba a ser experimental, terminó trazando una narrativa cronológica (cuya lógica simplificada no es óbice para vivir una experiencia estimulante). El resultado, sometido a una apuesta visual cargada de fotos estáticas (‹à la Marker›) y a la narración en ‹off› de la propia protagonista, es a un mismo tiempo íntimo y universal, silencioso y atronador.
Porque, aunque hoy Jarcovjáková es mundialmente reconocida por su trabajo, lo cierto es que pasó décadas fotografiando por puro anhelo expresivo, empujada por la inercia de registrar un mundo que la rodeaba y que no comprendía. La necesidad de la fotógrafa de descifrar las dificultades de encaje en una sociedad en cambio impulsó también un diario escrito, cuyas reflexiones y observaciones de la vida cotidiana “praguense” acompañan en ‹off› al conjunto de fotografías fijas que conforman la película. Las cavilaciones de Libuše se elevan más bien como confesiones frontales, a tumba abierta: habla de su difícil relación con los hombres, del vínculo con el propio cuerpo y la sexualidad, de sus vivencias con el aborto, del sentimiento de pertenencia a una comunidad, pero también de las dudas que aquejan a cualquier artista: ¿podré ganarme la vida con ello? ¿realmente sirvo para esto? Para disipar todos estos interrogantes están las fotografías, base y motor del documental de Tasovská, habitáculos congelados de un pedazo de historia que responde con contundencia: el proceso de la búsqueda artística/personal (imposible disociarlos) no termina nunca.
Mención especial para el diseño de sonido creado ex profeso por Alexander Kashcheev, que acompaña, empuja o remata la narración, elevando el valor del conjunto. De hecho, es este encaje de bolillos entre imagen, sonido y voz de Jarcovjáková (casi siempre sobria y casi siempre digna) que apuntalan la verdadera virtud del relato: consigue ser igual de desacomplejado, hermoso y espontáneo como las fotografías de la artista, hasta el punto que uno olvida que se está enfrentando a imágenes fijas para dejarse llevar por esta película-río, tan honesta e imperfecta como su protagonista.