Vídeos aleatorios en Youtube: alguien propone a grupos de gente que posen para una foto. Todos se preparan con su mejor sonrisa o estrategia física, pero no hay foto, les están grabando. Esos instantes en los que es la persona quien se mantiene estática mientras los objetos que les rodean siguen su curso movimientario. Ese preciso momento en el que se cambian los papeles. Hola Ulrich Seidl, un placer haberte conocido al fin.
El director depura esta idea ya conocida, amplia el ángulo de mira, lo posiciona acondicionando la estancia y dispara. Es así como consigue clavar la mirada un poco más allá de la persona entrevistada: aunque no hace una foto, retrata una realidad para superar los quince minutos de fama que todo hijo merece en algún momento.
Bien, Ulrich Seidl roza la inverosimilitud en este homenaje a los infiernos austriacos, también conocidos como acogedores y entrañables sótanos, un tema realmente apasionante (no hay ironía en esta afirmación) que ya no es un simple reflejo de una sociedad que se siente a todas horas como un iceberg, mostrando sólo una pequeña parte para mantener oculta su verdadera vida, es la manipulación exacerbada del contenido de estas estancias bajo el título del continente, sin saber si el producto que nos venden es la historia, el historiador o las medallas al mérito de la pared. Aunque la falsedad sea una posibilidad que ronda por la cabeza al terminar la proyección, no parece necesario llegar a ella, ¿realmente no resulta creíble que exista gente dispuesta a contar con total naturalidad sus predilecciones más íntimas? Es un ejercicio liberador y el mismo director aprovecha esta faceta para deformar sus ideales, como un chiste inapropiado a partir de un hecho costumbrista.
Su provocadora visión de la intimidad adquiere una sutil elegancia en su forma de rodar, ampliando espacios abarrotados de objetos, siempre fiel a una simetría que centre la atención en lo importante, dando paso a dos capas superpuestas, la persona y el entorno, de un modo en el que se genera un diálogo entre ambos. Cuando calla la persona, es el habitáculo el que mantiene a flote esta conversación: no hay que olvidar su título, Im Keller, una especie de reto no propuesto en el que debemos saber qué es más importante aquí, el dueño o el espacio. En los personajes que van apareciendo en pantalla hay dos corrientes a seguir, la palabra, dejar que interactúen con sus espacios y cuenten lo que realmente les mueve entre esas paredes, y el silencio, cuando, como recordé al inicio, se transforman en una pieza más de sus abarrotadas colecciones, una mirada fija a cámara que perpetúa sin límites la docilidad ante quien aquí lleva la batuta. Aún así la estaticidad no es pesada, la transformación orgánica en un objeto cualquiera queda rota siempre por algún elemento que aporta vida a la escena y concede que el cambio de papeles resulte atractivo: todo sigue en su lugar aunque en esencia se haya traspapelado toda realidad.
Pequeños seres insólitos. La selección de adultos dispuestos a hablar juega con nosotros desde su inicio. Nos desafía a mantener la compostura ante lo que se ve y se oye en todo momento, subiendo el nivel poco a poco para que el apego que sintamos ante ellos sea inenarrable. Un «facepalm» máximo. Cantantes pistoleros o pistolas de largo alcance instaladas entre las piernas, el radicalismo es tal que todo asume un tono jocoso ante la seriedad del que habla. Aquí no hay diversión a costa de otros, es el modo en que nos ofrece Seidl el relato el que consigue convertirnos en cobayas de su experimento. Los sumisos somos nosotros, no aquel que balancea el peso del mundo desde su escroto mientras friega platos. Lo extraño se vuelve básico y necesario para seguir el ritmo y las paradas sintomáticas de la imagen son pequeños suspiros para no atragantarnos ante la incredulidad. Ya lo he dicho, las manos a la cabeza, y vuelta a empezar.
Así, en conjunto, encontramos la amistad duradera o el odio acérrimo ante el realizador, y de paso, a los austriacos y sus asentamientos civiles donde ser uno más alejado de todo complejo. Las similitudes con la ficción la convierten en una rara avis, seguramente una más en su filmografía, pero en solitario y sin previo aviso alguno, es una gozada temática y estilística, totalmente sucia y provocadora, incluso claustrofóbica y recargada ante ese inusitado enfoque, que invita sin remisión a descubrir mucho más. El resultado no será el mismo para todos, seguramente más de uno se sentirá ultrajado e incluso engañado, pero… ¿realmente se sentirían tentados a saber qué sucede en sótanos ajenos?
Lavadoras, esa es la respuesta a todo mal.