Las relaciones paterno-filiales siempre han sido especiales en un marco donde el horror surge como pulsión, como forma de exteriorizar miedos e inquietudes presentes en el seno familiar. En I’ll Take Your Dead el vínculo que une a William, más conocido como “The Candy Butcher” —que vendría a ser algo así como “el carnicero dulce”—, y su hija Gloria, se desarrolla en una ausencia materna que sale a relucir especialmente ante las particularidades de la ocupación su padre y el presunto dilema que una práctica como la que lleva a cabo debería ocasionarle. Pero el protagonista del nuevo film de Chad Archibald —autor de otros títulos de género como The Heretics, Bite o Ejecta— poca alternativa parece tener ante un cometido que prácticamente llegó de casualmente —en ese sentido, quizá no requeriría de tantas justificaciones su personaje—, y funcionó a partir de ese instante a modo de protección de su pequeña, certificando entre las paredes de esa casa en la que conviven ambos la decisión tomada por la figura paterna, que obtiene un valor específico ya desde la primera secuencia del film, cuando William reciba una visita inesperada y, pese a rechazar el encargo, deba acatar en última instancia una tesitura del todo incómoda.
Su principal virtud, forjar un contexto propio con la concisión que se desprende de la visión en torno a sus intérpretes, otorga a I’ll Take You Dead cierta perspectiva en su construcción dramática. Y es que si bien ambos protagonistas se ven enfrentados a una situación insólita —al “oficio” desempeñado por él, se le unen las secuelas que atañen a ella a raíz de esa carga, que es cuando Archibald aprovecha para exponer un componente sobrenatural del cual, poco a poco, va proporcionando nuevos detalles—, el reflejo realizado es, en todo momento, inspeccionado desde una mirada humana, en que los actos son cuestionados como consecuencia directa de su naturaleza. Es, no obstante, a partir de ese intento por dotar de una cierta humanización a sus personajes —y con la aparición de un tercero—, donde el film empieza a recorrer lugares comunes que, aunque en cierto modo se antojan lógicos y hasta necesarios en el consecuente avance de la trama, llevan el desarrollo de la obra a derroteros que no es que resulten molestos, pero convierten I’ll Take Your Dead en un trabajo más rutinario de lo que se presumía en un principio.
Es quizá —y paradójicamente, dada la propensión a inclinar la crónica en torno a lo familiar, buscando de ese modo estímulos que no tengan la obligación de recurrir de forma expresa a lo terrorífico— cuando la cinta del canadiense entra en su vertiente más genérica —enlazada aquí por un último acto que combina el thriller con esa relación fantasmagórica trazada, dejando además algún ramalazo de western—, el momento en que I’ll Take Your Dead (re)articula sus constantes y, sin ofrecer una apuesta inspirada en exceso, sabe dar con la conclusión tan consabida como inevitable. Tal vez, en ese envite final, el elemento sobrenatural del que hablaba se muestre demasiado vago e incluso queden irresolutas cuestiones que podrían haber otorgado otro foco al relato, un punto más de complejidad, pero puede que todo ello corresponda con la modestia de una propuesta que, lejos de su original premisa, decide recorrer los senderos más llanos y apacibles dentro de un género en el cual, de tanto en tanto, tampoco cabe desestimar el ejercicio de evasión que propone Archibald sin necesidad de recurrir a abigarradas atmósferas o grandes dosis de hemoglobina —aunque alguna escena se guarde—.
Larga vida a la nueva carne.