I Saw the TV Glow (Jane Schoenbrun)

I Saw the TV Glow podría ser fácilmente un ‹coming of age› pasado por el tamiz del fantástico en su versión aproximada lo “lynchiano”. Y probablemente como definición, como titular, estaríamos ante algo muy cercano a la realidad. Pero el segundo film de Jane Schoenbrun esconde mucho más que el gusto demostrado por unos ciertos códigos estéticos. Y es que no nos hemos de dejar deslumbrar por el simple aparato formal desplegado. No, esto no es, contrariamente a algunas voces críticas, un artefacto vacío conectando desesperadamente con una estética diseñada para atrapar a un potencial público juvenil.

De hecho estamos ante justo lo contrario, la inmediatez aquí no tiene lugar. La superficialidad está presente para ser denunciada y el reflejo de una era concreta y su manera de filmar e impactar en ese público adolescente es una declaración de intenciones al respecto de la confusión que puede crear si las líneas de la realidad y la ficción se desdibujan.

En realidad, I Saw the TV Glow puede funcionar para un público global, tanto para el adolescente que se puede sentir identificado con los protagonistas como para los miembros de la generación X, que vivieron en primera persona lo narrado en cuanto a contexto temporal. Pero, ¿qué nos trata de contar el film? No hay una sola respuesta para ello y, probablemente en sus diversas capas de lectura es donde reside su encanto. Además, sin caer en la falacia de creer que lo múltiple es igual a complejo. No estamos ante una trama de fácil seguimiento y entendimiento, pero lo suficientemente enriquecida como para que cada nuevo visionado dé pistas (falsas o no) sobre la dirección temática hacia donde nos lleva.

Desde luego, y ya habitual en los intereses de su directora, hay un escenario de conflicto en cuanto a términos de identidad. No solo, aunque también al respecto de lo que significa crecer, buscar tu lugar en el mundo, sino también alrededor de la identidad de género. Basculando siempre en una indefinición personal que lleva a la incomprensión, al sufrimiento y a la soledad. Y con ello el desvío hacia un punto importante en el núcleo del film: la imagen romantizada de uno mismo en el pasado, reflejada en esta ocasión en la fascinación por una (falsa) serie de TV capaz de crear una identificación y, al mismo tiempo, una fascinación malsana cercana a la adicción y la frustración.

Una serie que consigue recrear con gusto la estética de los noventa y crear una mitología propia tan poderosa que funciona hasta el punto de sentir lo mismo que los protagonistas. Ganas de seguir viéndola. Y es que sí, Pink Opaque (ese es su título) resulta tan poderosa que daría para recrearla de verdad si no fuera porque en realidad, o en lo que pensamos que es la realidad, no era para tanto.

Es en esto donde I Saw the TV Glow muestra sus cartas al defenestrar la tendencia personal (y de los medios) en querer vender nostalgia como algo bueno. Sí, puede que ciertos tiempos pasados tuvieran cosas buenas (y malas también) pero ante este alud revisionista corremos el peligro de acabar enterrados en vida en ese reino de medianoche mencionado en el film. Un no-lugar poblado de lobotomías cerebrales destinadas a recrear imágenes de felicidad y frustraciones al constatar que nada es lo que parecía desde una perspectiva realista presente. Schoenbrun pues se posiciona no solo contra el revisionismo si no también contra la banalidad en la que a menudo se nos ofrece. Piezas de un puzle que no conforman un todo de lo personal y lo real al completo sino simples destellos de intensidad hipnótica por separado pero que juntas solo ofrecen caos, desconexión y finalmente una vida convertida en el ruido blanco de la nieve en la televisión.

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