I Care a Lot es una crónica despiadada. Un relato que se articula bajo una premisa clara: el hijoputismo (perdón por la expresión) es lo que mueve y domina el mundo. Ya no se trata de una maldad ‹per se›, del concepto vago del “mal absoluto”, no. Se trata de una concepción darwinista en cuanto a la adaptación como forma de supervivencia. ¿Adapatarse a qué? En este caso a una visión de un mundo dominado por la ambición desmedida por el dinero. No por el poder ni por el triunfo. El dinero es lo que te otorga todo lo demás, y la manera de conseguirlo es lo que marca la diferencia entre tenerlo o no.
En esta descripción J Blakeson tira de entrada por un tono cínico, descarnado mostrado a través de una luminosidad sarcástica y un retrato de personajes (especialmente a través de una esplendida Rosamund Pike) que bordea la admiración. Entendámonos, no se trata de elogio sino más bien de reconocimiento a un trabajo bien hecho, aunque este sea moralmente reprobable.
En este sentido I Care a Lot brilla en la descripción del contexto y la escritura de sus personajes. Sin embargo, en cuanto hay que desarrollar la premisa, se pierde algo el foco. ¿Comedia negra? ¿Thriller mafioso? ¿Cuento moralista? Todo ello está presente, aunque no del todo bien hilvanado. Especialmente en lo que se refiere al hilo tonal que debería conectarlo todo. El humor, por negro que este fuera, desaparece en favor del aspecto menos atractivo del filme, lo moralista.
Toda motivación y todo subtexto desaparecen para convertir el desarrollo y, especialmente, el desenlace en un ‹tour de force› algo caprichoso con el único objetivo de lanzar un mensaje que, por otro lado, parece desmentir todo lo planteado desde el inicio. Lo que era una descripción cínica y desagradable, aunque certera en su dibujo, se convierte, en retrospectiva, en lo que parece una simple excusa para confirmar una tesis demasiado arbitraria, visto lo visto anteriormente.
Quizás, también estamos ante un caso de tesis interesante desarrollada a través de herramientas que no lo son tanto. O lo que es lo mismo, en esta descripción del mal disfrazado de un bien impostado y cínico el tema escogido no es tan interesante o, como mínimo, no demasiado bien desarrollado. Si en la reciente El Agente Topo podríamos hablar de una superficialidad buenista en lo que se refiere al mundo de las residencias de ancianos, en este caso la banalidad estaría en el extremo opuesto, en una instrumentalización de la vejez que se despacha demasiado pronto y de forma meramente funcional.
En definitiva, I Care a Lot puede ser disfrutable, qué duda cabe, desde diversos puntos de vista, pero la trampa está en que no parece estar diseñada para ello sino para establecer un estudio de personajes y su adaptación al mecanismo despiadado del nuevo capitalismo. Estamos pues ante un caso de desfocalización o, vulgarmente, de querer abarcar mucho y apretar poco. O mejor dicho, de centrarse demasiado en aquello que funciona y abandonar a una rutina mecánica el resto dejando al conjunto en una sensación de producto que se queda en tierra de nadie.
El final no me gustó, muy apresurado y complaciente….