Hunted (Charles Crichton)

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Ya hemos mostrado en alguna que otra ocasión nuestra admiración hacia una figura tan selecta como poseedora de una tonalidad fascinantemente ecléctica como la del maestro Charles Crichton. Sin duda el británico fue una de esas figuras que renovaron el cine orillado en las islas en los años cincuenta derramando en todas y cada una de sus criaturas esa ironía atestada de denuncia social innata de su obra sin que ello fuera óbice para adornar sus films con esa cadencia trepidante y terriblemente entretenida con la que solía poner la guinda a sus preciados pasteles. No obstante, Crichton sigue siendo uno de los directores ocultos del cine british si comparamos su semblanza con otras luminarias como David Lean, Carol Reed, Tony Richardson o Alexander Mackendrick. Y es que si bien la filmografía del autor de Los apuros de un pequeño tren ostenta dos títulos muy populares como son Oro en barras y Un pez llamado Wanda, la deriva televisiva que adoptó su carrera a partir de los años sesenta indujo a un cierto olvido de su faceta puramente cinematográfica, dejando ocultas pues joyas como El tercer secreto o esta fascinante Hunted, película que se alzó con el Leopardo de Oro en el primitivo Festival de Lorcano celebrado en 1952.

Hunted se alza como una obra cincelada en una etapa de madurez de Crichton tras el rotundo éxito cosechado con la anteriormente mencionada Oro en barras, contando ya el autor de Oleadas de terror con una más que consolidada trayectoria. De esta forma, la cinta emerge como una pequeña pieza de cine de autor donde el elenco de actores está a disposición de la trama trazada por el británico, sintiéndose la intención del cineasta de elaborar una especie de cuento moral, que no moralista, tiznado de ciertos elementos noir de vanguardia que evocan y mucho al cine del maestro Carol Reed. Así, no solo la presencia de un niño como protagonista recuerda a ese Ídolo caído realizado por el autor de El tercer hombre a finales de los cuarenta, sino fundamentalmente por esa trama que descansa sobre la asfixiante persecución de un presunto criminal por parte de las autoridades británicas embellecida con una fotografía de tono expresionista que sin duda rememora esa obra maestra del cine que es Larga es la noche.

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En este sentido, la cinta arranca con un impacto visual: la huida desesperada de un niño rubio de rostro angelical y ropas harapientas de unos 7-8 años que corre sin rumbo en medio del peligro que supone una calle plagada de viandantes y coches. A punto de ser atropellado por un coche de caballos, Robbie (que así se llama el infante) aterrizará en una casa abandonada totalmente destruida por los efectos de los bombardeos de la II Guerra Mundial. Pero, la aparente paz de este lugar en ruinas será interrumpida por la presencia de Chris (interpretado con la maestría innata en él por un jovencísimo Dirk Bogarde que soporta sin problemas el peso de la trama sobre sus imberbes hombros), un marinero que ha asesinado entre los escombros del edificio a un hombre sin que sepamos muy bien porque motivo. Sorprendido por la inesperada presencia del pequeño Robbie, Chris tomará a éste como un improvisado rehén, iniciándose de este modo una peligrosa huida que resultará todo un viaje de iniciación y descubrimiento para el tímido e introvertido Robbie que cambiará por completo su vida.

De este modo, la inicial relación de desconfianza mantenida entre captor y rehén se irá puliendo con el paso de los minutos, derivando hacia una relación de amor paterno/filial disfrutada por dos seres huérfanos de cariño. Así descubriremos que Robbie es en realidad un niño huérfano que ha sido adoptado por unos padres caprichosos y crueles que castigan las travesuras infantiles propias de la edad del pequeño maltratando su débil e inocente cuerpo propinándole unas feroces palizas. Este fue pues el motivo, tras un pequeño incendio en el hogar provocado por Robbie al jugar con unas cerillas, de la huida de casa como alma perseguida por el diablo del rubio infante. Igualmente descubriremos que Chris adopta la efigie de un desdichado marinero enamorado hasta los huesos de una esposa ninfómana que aprovechaba las largas ausencias en la mar de su marido para calmar sus ansias sexuales con su jefe de oficina, propietario del cuerpo inerte ajusticiado por los celos y sed de venganza de Chris.

En este sentido, el inicial rechazo que provoca la presencia de ese presuntamente despiadado criminal que adopta el perfil de Chris irá puliéndose hasta adquirir la semblanza de la compasión gracias al trato de cariño y afecto que se entablará entre el marinero y el indefenso Robbie, que observará a Chris como esa figura paterna que jamás conoció. La cinta funciona como un perfecto reloj suizo gracias a una puesta en escena colmada de un ritmo trepidante de modo que sucederán multitud de cosas en un reducido espacio de tiempo casi sin que seamos conscientes de ello. De igual forma, la obra alumbra un ejercicio de suspense muy enriquecedor, pero que no tapará el esencial contorno dramático que teje el ropaje conceptual del film. Un hecho dramático que irá potenciándose a medida que avanza el desesperado viaje de Chris y Robbie con destino a las montañas escocesas que albergan al hermano del evadido.

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Crichton da muestras de su maestría en la composición de ambientes y perfiles humanos, edificando una obra arriesgada en la que nada está improvisado. Así, la frialdad que acompaña la mirada tanto de Chris como de Robbie en el arranque del film se adornará de una fotografía seca y lúgubre en virtud del dibujo decadente y crepuscular de un contorno urbano devastado moral y económicamente por la posguerra donde apenas existe pues hueco para la bondad y la compasión. Ni si quiera en los ojos de unos funcionarios de policía que actuarán como unos inhumanos autómatas guiados por el olor a sangre de una presa que ha sido ya enjuiciada sin posibilidad de defensa o esos padres adoptivos que bajo la fachada de esa respetable clase media sostenedora del orden social esconden en las paredes de su casa a un degenerado y egoísta matrimonio para el que el pequeño Robbie juega únicamente el papel de un oso de peluche al que maltratar cuando aflora su odio latente.

Frente a estos honorables miembros de la sociedad, emergerán Chris y Robbie, dos delincuentes perseguidos por la policía —en virtud de la comisión de un crimen por un lado y del escape de su hogar por otro— que en realidad adoptarán la semblanza de dos mártires del destino. Un dúo de desheredados víctimas de un sistema que aparta de sí a esos solitarios huérfanos de cariño que se rebelan contra lo establecido a los que no les queda otra que huir hacia adelante pese a que dicho trayecto depare un futuro más que incierto. Crichton no dejó títere con cabeza, arremetiendo contra esa clase pasiva temerosa de la ley mediante esa pareja dueña del hostal que cobija en su éxodo a los protagonistas, que culpará a Chris injustamente haciéndole culpable de las señales marcadas a fuego en la espalda del bisoño Robbie observadas por la dueña del establecimiento. O ese hermano añorado por el marinero que no mostrará ningún símbolo de afecto o protección con la llegada de su pariente huido, invitando al contrario a su hermano a abandonar el hogar ante el miedo que le despierta que liguen su persona con la del criminal prófugo.

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De este modo, el autor de Dance Hall retratará una sociedad deshumanizada y desconfiada para la que el prójimo se asoma como una amenaza en la sombra capaz de destruir la aparente calma que reside en los hogares británicos. Unos hogares que lejos de irradiar esa luz de paz y tranquilidad florecen como espacios carentes de libertad y amor, siendo por tanto un perfecto caldo de cultivo para el nacimiento de la maldad y la corrupción. Y es que Hunted pinta un cuadro dantesco y fatalista donde apenas cabe sitio para el optimismo. Porque Crichton mostró su fe en el ser humano mediante ese lazo de afecto que nacerá de forma espontánea entre un criminal y su pequeño rehén enfrentados a una sociedad perversa, individualista y desalmada preocupada únicamente por el propio bienestar, que igualmente hostigará cualquier halo de rebeldía frente a lo convencionalmente establecido.

Sin duda Hunted se destapa como una de las piezas más osadas y sólidas de un cineasta a reivindicar. Puede que la propuesta argumental os haya recordado a otras magnéticas y aclamadas obras que versan acerca del alumbramiento de la madurez y por tanto el fin de la infancia, como ese Un mundo perfecto de Clint Eastwood o la reciente Mud de Jeff Nichols. Ambas comparten con la cinta reseñada esa correspondencia de apego surgida de la huida de un criminal por desconocidos y rurales caminos con la inestimable compañía de un inocente niño/adolescente. Pero no se lleven a engaño. Lo trillado del argumento no es óbice para que Hunted se contemple como una cinta fresca y novedosa que ofrece al espectador una mirada rotunda, peliaguda e innovadora sobre la fragilidad que esconden los cimientos que estabilizan esas sociedades occidentales construidas sobre la fe y la esperanza. Una esperanza cada vez más difícil de encontrar en las mismas.

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