El peso de las convenciones sociales deslizadas desde el aspecto familiar y el respeto por la tradición maridan en Huesera, debut en la dirección de Michelle Garza, como un enlace difícil de contravenir ante el que no parece haber respuesta posible que no sea la de seguir los designios de un carácter conservador perpetuado hasta las últimas consecuencias. Es ese el motivo que empuja a la familia de Valeria cuando esta empiece a experimentar extraños síntomas y apariciones a raíz de su embarazo, a encontrar explicaciones aludiendo a una madurez incompleta y una psicología quebradiza en lugar de intentar comprender su subjetividad como individuo. Un contexto que pronto incomodará a Valeria, y que suscitará además enfrentamientos con su hermana a raíz de la incapacidad que ella y otros familiares creen detectar en su posible rol como madre, hecho al que se le añadirá la desconfianza creciente de su pareja, Raúl, al ver que las dudas y miedos ante la situación vivida por la protagonista no dejan de acrecentar un panorama incierto. Toda una declaración de intenciones por parte de Garza, que muestra como esas inseguridades en lugar de encontrar apoyo ante una tesitura totalmente nueva para Valeria, sólo arrojan sombras y falta de empatía.
Pero si bien Huesera tiene clara su condición desde la que fluir de forma simbólica, suscitando un apartado dramático bien dispuesto, ello no supone ni mucho menos que la cineasta mexicana olvide las constantes del género para utilizarlo como mera excusa, como trampantojo desde el que alimentar sus verdaderos intereses. En ese ámbito, Garza aprovecha las posibilidades del relato invocando un horror que en cierto modo no se aleja excesivamente del ‹j-horror› que tan buenos resultados arrojó entre finales del s. XX e inicios del s. XXI, pero concretándolo en imágenes que no se sienten un mero reflejo de aquella corriente y que, lejos de ella, encuentran las vías necesarias desde la que generar inquietantes atmósferas e imágenes cuyo impacto no sucumbe a esa voluntad de explorar lo afectivo en otros términos. Huesera engarza así un terror no sugerido que, no obstante, sabe manejar sus constantes evitando fagocitar un relato al que concede el suficiente espacio como para dotarlo del equilibrio idóneo. Y es que si bien el film no huye de lugares comunes o construcciones elementales dentro del género, vuelve sus miras en torno a un marco (presuntamente) psicológico que pronto nos desliza de nuevo bajo las aristas de esa crónica.
Un apartado también inducido por la escritura de unos personajes que definen y, en ocasiones, delimitan el marco en el que se maneja Valeria. Lejos de la interacción familiar, la cineasta mexicana incide en el pasado de la protagonista a través de un ‹flashback› que no sólo marca la intención de huir del mismo y la existencia de una relación previa, además también describe el anhelo de encontrar un camino propio. Es en ese nexo donde Valeria parece encontrar de nuevo la tranquilidad y la intimidad que no se deslizan del seno familiar, siendo Octavia una confidente en la que expresar esas inseguridades que se trasladan de una situación de algún modo incierta.
No obstante, el terror no es una herramienta ni mucho menos indefinida en Huesera, un hecho que contrastan tanto el trabajo realizado a nivel visual —con esas imágenes de la protagonista que se parten constantemente mediante el reflejo, manifestando así una imagen incompleta en busca de su reconstrucción, o el empleo en ocasiones de planos más cortos y cerrados—, donde el detalle deviene esencial, así como el uso de un sonido que amplifica los rasgos de ese horror. Garza elabora así un film que se expresa con firmeza sin temor a confrontar sus referentes —de hecho, ese último acto bien podría remitirnos al llamado “Wanverso” y un título como Insidious— logrando que incluso esas incursiones posean la personalidad necesaria y se perfilen desde un universo de lo más particular que se afianza en la etimología del mito logrando proyectar una fábula tan terrorífica como valiosa sobre las ilusiones propias y aquello que, en la realidad, las coarta.
Larga vida a la nueva carne.