En el marco de una carrera tan espectacular, contundente y plena de obras maestras como fue la trayectoria del genio vienés Fritz Lang, también tienen cabida ciertas obras que por un motivo u otro han sido castigadas con el olvido al haber caído en un segundo plano en relación a las preferencias populares. Este es el caso de You and me, primeriza cinta producida en esos años de aterrizaje del autor europeo en el intrincado cosmos del Hollywood dorado dirigido por los magnates de los grandes estudios. Un mundillo superficial y vanidoso que no casaba con la idiosincrasia y forma de concebir el arte de uno de esos genios que tuvieron que emigrar al país de las barras y estrellas para poder seguir cultivando ese talento perseguido por los totalitarismos europeos que desembocarían en la cruenta II Guerra Mundial.
Ciertamente You and me alumbra como una película extraña y en cierto sentido desviada —principalmente por el tono de comedia social que despliega el film en buena parte de su metraje— de la línea editorial que definió el cine de Fritz Lang. Incluso el propio autor austriaco parece que en sus memorias renegaba de los resultados obtenidos con esta su tercera película estadounidense. Sin embargo, he de decir que para un servidor You and me —con sus dejes superficiales insertados para buscar una mayor gloria de aceptación popular muy típicos de una producción de un estudio de la envergadura de la Paramount Pictures— contiene muchos de los dogmas y propuestas que hicieron grande a Lang en la época del majestuoso cine silente alemán y que también posteriormente vertería el autor de Metrópolis en sus películas más potentes e incuestionables de su etapa americana.
Se tiende a etiquetar a Lang como un maestro del fatalismo más fogoso. Es verdad. Sus películas muestran el pesimismo y la falta de expectativas de un autor para quien el ser humano era un animal irracional agitado por sus instintos más primarios. Esos impulsos que bajo el disfraz de la hipocresía y el progreso trataban de ser atemperados sin suerte. Y es este intento de apaciguar lo que realmente somos lo que inducía a los protagonistas de los filmes de Lang a hundirse en una red de perdición auto-destructiva que estimulaba un resultado final funesto y desgraciado guiado por la senda del crimen, y porque no decirlo, fomentado por una sociedad caníbal y hostil contra todo símbolo divergente. Una nación —como la americana que le tocó vivir a Lang— que exhibía un puritanismo vomitorio de puertas afuera para transformarse en una especie de Sodoma y Gomorra realmente regida por travesías colmadas de lascivas y depravadas intenciones.
Pero este tono desalentador que contienen las películas de Lang no es para mí el principal punto de partida alrededor del cual pivotan las historias emanadas de la mente del genio. Porque en mi opinión el principal paradigma que conecta la obra de Lang es el amor. En todas las películas de Lang el principal origen y causa que moldea las diversas epopeyas filmadas por el autor de Los sobornados es este, a veces fugaz a veces indeleble, sentimiento. Un amor disfuncional, heterodoxo, imposible que terminará acarreando funestos frutos a sus protagonistas. Para Lang el amor es el único sustento que posee el ser humano. El hombre no puede sobrevivir sin él, y por ello tratará de encontrarlo en los más recónditos lugares y parajes a sabiendas que ello puede conducirle a la muerte o la perdición. Y es precisamente el amor la temática que emana en cada minuto de metraje de esta fantástica rareza que es You and me.
En este sentido, la cinta se abre paso entre las rutinarias propuestas cinematográficas que etiquetaron las comedias sociales de los años treinta como un producto inclasificable, que bebe en cierto sentido de ese tono social y crítico que exhalaba las comedias de Gregory La Cava pero que igualmente posee ese sello marca de la casa en virtud de una puesta en escena íntimamente expresionista inspirada en los montajes silentes. De este modo Lang se muestra comodísimo entre luces y sombras y demás trucos de iluminación ideados para hacer esbozar un alarido de asombro en el espectador. Así, a pesar de su tono de comedia social, You and me ofrece lo mejor de sí gracias a una puesta en escena muy emparentada con ese cine negro que conquistaría las filias de la cinefilia Langiana en los años cuarenta, forjada mediante una iluminación tenebrosa rebosante de claroscuros ligados con una atmósfera deprimente que se adereza con una trama más amable de lo habitual donde el suceso romántico —con unos claros ingredientes de filantropía redentora— será la principal correa de transmisión de emociones para el espectador.
Y es que nos hallamos con una comedia dramática que expone esas buenas intenciones y amabilidad que precedieron a la recuperación económica de un Estados Unidos que aún mantenía candentes heridas nacidas de las amarguras de la Gran Depresión. Así, la cinta arranca con una de las escenas más singulares y raras presentes en una película de Fritz Lang. Una secuencia de tono musical que combina una simbólica melodía con unas imágenes y letras que lanzan una afilada mirada en contra del capitalismo y su irracional adoración hacia el dinero y la acumulación voraz de riquezas. Esta en principio excéntrica liberalidad dará paso a la presentación del paisaje escénico y humano que construye la obra. De este modo, Lang nos presentará al señor Morris (un Harry Carey siempre convincente y tierno, si bien esta vez en un papel más secundario de lo que en un principio haría pensar el arranque del film), el bondadoso y humanista propietario de unos grandes almacenes quien se ha fijado como objetivo empresarial reinsertar socialmente a los expresidiarios recién salidos de la cárcel, ofreciéndoles para ello trabajo como vendedores en su firma, a pesar de los reproches de su amargada y amanerada esposa.
En estos primeros compases del film, la cámara de Lang se mueve como pez en el agua mediante nerviosos y abruptos travellings que sirven para presentar la galería humana de temperamentos que habitan los grandes almacenes donde tiene lugar la acción inicial de la cinta. Pero esta vorágine visual será mitigada en el momento en que el foco de la cámara se centre en la mirada y los virginales ojos de Helen (interpretada por la primera actriz fetiche americana de Lang, la siempre dulce y agradable Sylvia Sidney), una empleada de la sección de ropa femenina cuya astuta observación de ex-presidiaria logrará interceptar un intento de robo tanteado por una pobre muchacha de la que Helen se apiadará dándole esa segunda oportunidad que ella no disfrutó en su momento.
Junto a Helen trabaja en la sección masculina un apuesto vendedor llamado Joe Dennis (interpretado por George Raft con su habitual contención, en un papel de tono romántico que le viene como anillo al dedo), un joven ex-delincuente que trata de olvidar su pasado gangsteril y que se halla enamorado en secreto de la bella Helen. Sin embargo, el afecto mutuo que se tienen tanto Helen como Joe parece tornar en una consumación imposible, ya que este último tiene planeado abandonar su trabajo en los grandes almacenes para viajar a California iniciando una nueva vida alejado de la influencia de sus antiguos compañeros de fechorías que siguen hostigándole para que retorne a la vida delictiva. Empero en el momento en que Joe va a abandonar la ciudad, Helen le propondrá matrimonio, acto que incitará a Joe abandonar su idea de retiro, contrayendo pues nupcias con su enamorada esa misma noche.
Pero la convivencia matrimonial resultará complicada por la pareja, ya que ambos son desconocedores del origen punible de su cónyuge. Aspecto que supondrá un obstáculo para el establecimiento de una relación de confianza plena y mutua, hasta el hecho que cuando esa procedencia sea descubierta por Joe provocará en el antiguo criminal un sentimiento de derrota y abatimiento que le instigará a aceptar la proposición de sus antiguos compinches de atracar los grandes almacenes para usurpar la suculenta recaudación obtenida a final de mes. Pero el carácter redentor y bondadoso de Helen exhortará a la bella dama a avisar al benefactor Morris para detener el intento de golpe en el que se haya implicado su marido, para de este modo impartir una lección moral y liberadora a un Joe que tomará conciencia de que el camino de la perdición solo ofrece un camino unidireccional contrario al amor verdadero y la felicidad.
Partiendo de este argumento algo somero, Lang ofreció todo un catálogo de su talento innato para concebir una obra distinta y alejada de todo modelo convencional. Por consiguiente, los primeros minutos del film son todo un decálogo del mejor cine de Lang dando muestras éste de esa garra visceral adornada de un ritmo frenético y visceral donde la cámara se mueve continuamente sin optar en ningún momento por la quietud y el sentido estático de la puesta en escena. Esa sensación de movimiento otorga al film en estos primeros minutos la silueta de una odisea existencial donde el amor topará contra los convencionalismos y miedos de sus protagonistas, pero que finalmente triunfará contra los prejuicios internos y externos gracias a un montaje milimétrico dotado de unas secuencias que mezclan con acierto la negrura de una puesta en escena expresionista tiznada de elementos noir con una teatralización para nada sencilla donde los rostros en primer plano de los protagonistas mirando directamente a los ojos del espectador logran captar sin espejos ni paños calientes la emoción que emana de la representación escénica. Lang brinda todo un recital de dominio de la técnica cinematográfica intercalando majestuosos picados con unos angulares que quitan el hipo, todo ello desatado con una iluminación magnética donde la luz de las velas se da la mano con unas sombras que reflejan su contorno en escaparates que insinúan la perfidia interior que esta teniendo lugar en el interior del local que adornan.
Sin duda, esta primera media hora del film —la de mayor calado humano en virtud de la fina descripción que lleva a cabo de cada uno de los personajes que integran la trama— evoca directamente al cine de Paul Fejos. Y es que ciertas escenas recuerdan íntimamente a esa obra de descubrimiento y esencia amorosa que es Lonesome, siendo referencial esa capítulo que evoca a una añorada luna de miel en exóticos lugares que los protagonistas saben que jamás podrán pisar un más que sentido homenaje a la misma escena protagonizada por Annabella y Gustav Fröhlich en la imperdible Sonnenstrahl, cinta que para un servidor sirvió de clara inspiración a Lang en estos primeros compases de su You and me.
Si bien la cinta pierde algo de su encanto a medida que abandona el principio amoroso para apoyarse más en la vertiente negra en virtud de la caída de Joe en las redes de su antigua banda para perpetrar el robo de los grandes almacenes, ello no es óbice para que la película mantenga en todo momento su interés gracias a su muy cuidada puesta en escena en la que se adivina la mirada de un Fritz Lang en estado de gracia. Y es que totalmente Langiana y fantástica se eleva la escena final en la que el señor Morris y Helen se personarán en el centro de la sala donde está teniendo lugar el robo en una posición contrincante respecto a la toma de espaldas de los infractores como símbolo de su vergüenza, enfrentada la misma con la fortaleza y brío de la mirada acusadora de un Harry Carey —cuya mirada de frente a la cámara será la de un profesor impartiendo una lección moral no solo a sus antagonistas sino igualmente al espectador—. Igualmente, Lang pudo insertar ciertos guiños oníricos muy desenfrenados en esa escena en la que los atracadores evocan sus recuerdos entre las rejas de la cárcel donde dieron sus huesos antaño en una secuencia de corte surrealista que anticipa el desenlace final que tendrá lugar.
A pesar de sus aciertos, You and me continúa siendo una cinta olvidada y maldita dentro de la filmografía del genio vienés. Ello se debe en mi opinión a ese tono displicente y amable, alejado del cine más vigoroso y demoledor nacido del imaginario del autor de Furia que revive esas comedias de corte social que plagaron las pantallas norteamericanas tras el estallido de la Gran Depresión. Pero lejos de profundizar en ese colorido social, Lang apostó por construir una obra dinámica y afectuosa alrededor del amor como fuente de emanación de estabilidad emocional, apoyándose para ello en las magníficas interpretaciones de una pareja protagonista que encaja a la perfección en medio de esos enredos siempre presentados de forma simpática y agradable que convierten a esta obra menor de Lang en una pieza que merece ser rescatada del olvido. Una obra que irradia ese amor en todas sus diferentes vertientes que tanto obsesionaba al maestro vienés.
Todo modo de amor al cine.