Tierra baja no sólo se alza como el último largometraje de ficción de la polémica Leni Riefenstahl, sino que igualmente se erige como una de las películas más enigmáticas y ocultas de una autora ya de por sí maldita, consecuencia de su cercana relación con el nacionalsocialismo y con su líder supremo Adolf Hitler. Basta con echar una sencilla ojeada a los escritos que nadan a través de la red acerca de la película para incrementar el aura de misterio que impregna cada fotograma del film. Así, la obra se edificó gracias a la fascinación que Riefenstahl sentía hacia el mundo de la ópera, fundamentalmente por la opereta que da título a la cinta, compuesta por el germano Eugen d’Albert basada en la obra de teatro Tierra baja del catalán Ángel Guimerá. El origen pirenaico del libreto fue captado a la perfección por la bávara, otorgando a su película una atmósfera conquistada por un cosmos muy primitivo alejado pues de la modernidad urbana, en el que las pasiones vernáculas de los oriundos del lugar y la dictadura feudal ejercida por los nobles terratenientes contra los miserables campesinos que apenas pueden obtener el sustento para sobrevivir, cimentará las diferentes interrelaciones que se irán estableciendo a lo largo del metraje entre los diferentes personajes protagonistas de la obra.
El montaje definitivo del film no salió a la luz hasta pasados más de veinte años desde el inicio de la producción, interrumpido el estreno por la caída del Régimen Nazi después de su derrota por el bando aliado en la II Guerra Mundial, a lo que se unió el ostracismo en el que cayó la bella directora alemana al ser inculpada —si bien pudo librarse de la condena que sufrieron buena parte de sus amigos y compañeros— por colaboración con el Régimen en los juicios que tuvieron lugar al término del conflicto armado. De este modo, en los orígenes del proyecto que datan de 1934, la película se fundó con el objetivo de continuar con la carrera como directora de largometrajes de una Riefenstahl que había comenzado su camino de forma magistral en el universo de la ficción con esa maravilla titulada La luz azul. Sin embargo, un encargo del partido nazi para filmar una serie de documentales que buscaban encumbrar la grandiosidad y la mítica del poder del nazismo durante la celebración del quinto Congreso del partido —la famosa trilogía acerca del III Reich culminada por esa joya y portento desde la perspectiva visual e innovadora que fue Olympia— obligaron a la alemana a abandonar temporalmente el proyecto. El mismo sería retomado en 1940, si bien el ministerio de propaganda nazi desaconsejaría a Riefenstahl rodar la cinta en las localizaciones catalanas en las que deseaba emplazar su película para otorgarle un mayor realismo, por lo que finalmente la cinta se filmaría en una zona alpina cercana a Baviera en la que se construyó un poblado catalán a imagen y semejanza de los sitos en el Pirineo. Un aspecto muy inquietante asociado a la historia del film, fue el reclutamiento de prisioneros de campos de concentración de origen judío, así como habitantes de comunidades gitanas perseguidos por el Reich, como figurantes con la intención de asimilar la etnología ibérica en estos ciudadanos no pertenecientes a la raza aria cuna del movimiento nacionalsocialista. Tras una serie de avatares (la enfermedad de Leni que obligó a sustituirla brevemente por el maestro G.W. Pabst en el rodaje de algunas escenas, así como los continuos choques que enfrentaron a Riefenstahl con Goebbels, el cual interrumpió varias veces la filmación de la obra para producir otras películas más afines a la propaganda nazi), finalmente la película fue terminada en 1944, si bien los ya comentados problemas de la directora europea con la justicia tras la derrota nazi así como la pérdida del negativo original obligaron a que no fuera hasta 1954 cuando la cinta pudo estrenarse en cines comerciales, obteniendo un sonoro fracaso internacional que provocó el destierro de la película que aún permanece hasta nuestros días.
Tierra baja comparte con su hermana La luz azul ese clima rural pleno de supersticiones y fascinación hacia el arte esotérico, casi onírico, que tanto atraía a la brillante directora de El triunfo de la voluntad. De este modo, la película posee una estética emparentada con el arte expresionista alemán de finales de los años veinte, brindando un magnífico homenaje a esta propuesta de referencia en unos maravillosos diez primeros minutos construidos a imagen y semejanza de las grandes obras mudas nacidas en el país europeo en los primeros años del nacimiento del cine, en los que la acción se desarrolla sin diálogos, simplemente por medio del lenguaje corporal de los actores y los sonidos ambientales de la montaña, captados de forma hipnótica por la prodigiosa cámara en grúa de Leni. Igualmente, introduce en estos primeros compases una especie de maldición que conectará con el final de la historia, gracias a la cual la cinta trazará una parábola circular que a modo de metáfora identificará a los lobos que devoran a los indefensos rebaños de ovejas con la política feudal de esos otros lobos aristocráticos que a la par chupan la sangre de los apaciguados campesinos que mansamente cumplen con sus injustos compromisos para con sus dueños y señores, aunque éstos agredan los propios medios de subsistencia de la población campesina a costa de desangrar a sus necesitados trabajadores.
En estos primeros minutos, la película dibuja a la perfección el paisaje que dominará el resto del film, siendo la estética visual y corporal la principal correa transmisora de narración en detrimento de la linealidad clásica fundamentada en un ritmo dinámico y dialogado a la hora de contar una historia. Así, la pureza y la épica del mundo rural, frente al impostado mundo urbano construido por alienantes máquinas forjadoras de la piedra y el hormigón para destruir el ambiente bucólico y seminal del entorno, absorben los paradigmas esenciales del film mostrando ese paisaje como el principal protagonista de la historia, siendo el escenario ideal para que afloren las pasiones enterradas en el talante del ser humano por el paso de los siglos. En este sentido, la película narra una historia en principio inconexa y poco ortodoxa, presentando a una serie de personajes que no mantienen ninguna relación entre sí, pero que terminarán chocando por efecto de los designios del destino. Por un lado conoceremos a Pedro, un joven pastor de ovejas que habita en la cumbre de la montaña que peleará valientemente contra un lobo al que matará en defensa de sus ovejas. Esta impactante y salvaje escena, de un realismo demoledor y lenguaje escénico mudo, saltará repentinamente a un entorno menos hostil si bien más ruin al presentarnos a Sebastián, un noble terrateniente fascinado con la crianza de reses bravas, cuya falta de cerebro le ha conducido prácticamente a la bancarrota. Sebastián domina con mano de hierro a sus campesinos, cortando el suministro de agua con el que riegan sus campos para obtener trigo por el único motivo de ofrecer agua a sus sedientos toros. Las dificultades económicas del aristócrata le llevarán a tratar de concertar un matrimonio de conveniencia con la hija del usurero prestamista que ahoga sus arcas. Sin embargo, el marqués caerá perdidamente enamorado de una guapa gitana que baila su miseria en las sórdidas tascas del pueblo: la bella Marta (interpretada por la propia cineasta).
Este manantial amoroso será obstaculizado por la necesidad de Sebastián de contraer matrimonio con la rica heredera para poder saldas sus deudas, así como por los primeros síntomas de rebelión que empiezan a brotar en la tierra baja de la comarca por parte de unos campesinos que ansían liberarse de las cadenas de esclavitud impuestas por el malvado cacique de la tierra alta. Así, la tierra baja se amotinará en contra de la alta, con la magnética gitana Marta como testigo presencial perteneciente a ambos mundos por su origen humilde y su amor enfermizo hacia el caudillo terrateniente. Sin embargo, una treta del noble para engañar a su prometida, consistente en casar a su amante Marta con el joven pastor Pedro, desembocará en un torrente de pasiones que provocarán el choque entre el joven ovejero y un nuevo lobo con piel humana e idénticas devoradoras intenciones.
Rodada con una maestría que demuestra el talento innato que poseía la Riefenstahl para mimetizar las pasiones humanas con el entorno agreste, la película se observa a día de hoy como una cinta hipnótica que desprende cine de autor por los cuatro costados. Ya he comentado que la falta de ritmo y la inconexión expresiva del desarrollo de la trama puede provocar un cierto distanciamiento en aquellos espectadores habituados a que el argumento fluya como una corriente de un río sin obstáculos en su discurrir. Y es que Leni, quizás debido a las circunstancias que rodearon a la producción del film, pintó su cuadro a base de brochazos de genialidad, desperdigados a lo largo del lienzo en su conjunto, dejando así que la trama transite por espacios conquistados por el arte mudo, más interesado pues en empalmar las secuencias a través de señales visuales de talante pictórico que en el propio margen lineal de la narración. No obstante, la sensación de atasco que pueda surgir en el espectador por este motivo, será instantáneamente fulminada por la poderosa puesta en escena diseñada por la alemana, la cual adoptó los trazos de Goya o El Bosco para ensalzar la belleza fotográfica del film, empapando la pantalla con ramalazos de arte gótico y oscuridad de una perfección descomunal.
Igualmente seductoras son las escenas de danza y baile protagonizadas por la autora de Olympia, una de las pasiones que tuvo que abandonar en su juventud por una lesión que la impidió ejercer su talento de bailarina y a la que retornaba siempre que podía —inolvidables sus aportaciones personales al mundo de la danza en Olympia y La luz azul—, secuencias estas de una pulcritud y elegancia arquitectónica sublime. Y es que es la belleza sin duda el vocablo que mejor define las cualidades de Tierra baja, dado que esta última aportación a la ficción de la bella Leni, ostenta en su ser esa obsesión por la divinidad en el sentido más amplio del término que sentía la talentosa directora europea. Por tanto, Tierra baja se conserva como una película que si se observa sin complejos resultará sin duda una experiencia sumamente atractiva que describe la maestría de una de las pioneras de la modernización de la imagen en el cine.
Todo modo de amor al cine.
Eterna y grandiosa, de principio a fin, en todo esplendor, en toda justa y notable integridad de su vida completa, de principio a fin; grandiosa!