Cuando Bergman realiza Sueños (Kvinnodröm, 1955) todavía no había dirigido films como El séptimo sello (Det sjunde inseglet, 1956), Fresas Salvajes (Smultronstället, 1957), el Manantial de la Doncella (Jungfrukällan, 1960) o Persona (1965), los cuales le convirtieron en uno de los directores suecos más reputados del panorama internacional. Tampoco estaban presentes en su cine, los grandes temas “bergmanianos” tales como la muerte, el sentido de la vida, la existencia de Dios, la culpa y el pecado; sin embargo en algunos de estos primeros films de juventud sí se evidencia un interés por la psicología de sus personajes. Aunque aborda con frecuencia dramas sentimentales, Bergman intenta que no queden en un simple muestrario de conflictos que los personajes han de superar sino que éstos se nos aparezcan de carne y hueso, con hondura y profundidad.
Así sucede con Sueños, dos cuentos breves y amargos —que parecen inspirados en Chejov— unidos por un vínculo común: las dos protagonistas mantienen una relación profesional. Susanne (Eva Dahlbeck) es diseñadora de moda y la joven Doris (Harriet Andersson), su modelo más reputada. Ambas realizan un breve viaje de trabajo de Estocolmo a Gotemburgo. Al llegar a esta ciudad, las dos experimentan un par de amargas experiencias de cariz dramático y sentimental, siendo la más interesante y curiosa, desde mi punto de vista, la que tiene a Doris como figura estelar.
La joven modelo se me envuelta, casi sin pretenderlo, en una extraordinaria trama de reminiscencias buñuelianas (aunque Bergman carece del sentido del morbo que tenía el genial aragonés) en la que esta se implica en una extraña relación con un maduro cónsul, veinte años mayor que ella; éste no le toca ni un pelo y sólo le pide que acepte sus regalos e invitaciones a cambio de compañía. Así, ambos se nos muestran como cómplices de un turbio pacto, en el que cada uno a su modo sale beneficiado: aceptar tan insólita proposición le permite a Doris introducirse en un mundo de glamour y lujo al que nunca podría acceder de otro modo, pero al que le gustaría aspirar algún día; la compañía de la joven modelo aporta al cónsul una alegría y una ilusión, que mantenía sepultadas hasta ese momento por una realidad personal y sentimental trágica y amarga. Juntos comparten una jornada maravillosa, que los envolverá en una especie de burbuja de autoengaño y que inevitablemente derivará en un desenlace dramático y triste. Aquí no valen complacientes finales al estilo Pretty Woman. La actriz Harriet Anderson aporta la ingenuidad e inocencia que su personaje requiere; una mujer noble pero también caprichosa, alegre y pizpireta, que se deja llevar por una situación anómala que terminará superándola.
En comparación, la trama protagonizada por Sussane se nos antoja más convencional y por tanto menos sorprendente. La diseñadora es una mujer madura y muy sensible, enamorada de un hombre casado que le corresponde pero que no es capaz de abandonar a su esposa y comprometerse plenamente con ella. La relación ha sufrido constantes crisis y parones y parece que ésta vez va a ser la definitiva. En Gottemburgo, se pone en contacto con su amante para citarse con él quizá por última vez. La excelente interpretación de Eva Dahlbeck dota de gran hondura a su personaje, que vive su pena por dentro, y que ama intensa y apasionadamente a este hombre aunque la situación le provoca también una dolorosa angustia. Es necesario tener las famosas últimas palabras para intentar salvarlo todo.
Ambas tramas terminan confluyendo en un común desenlace triste y doloroso pero a la vez esperanzado, ya que las dos mujeres regresan a Estocolmo con nuevas expectativas y renovadas esperanzas: Susanne parece dispuesta a empezar de cero y Doris se reconcilia con su novio, pero es demasiado joven para echar a un lado sus aspiraciones e ilusiones.
En cuanto a la realización del film, Bergman opta por una narración sencilla, que ofrece sin embargo algunos hallazgos interesantes.
A lo largo del film, observamos un tratamiento fotográfico en el que se juega con la alternancia entre la sombra y la luz. En muchas secuencias interiores, los personajes se mueven en escenarios muy luminosos (la jornada en la ciudad de Doris y el cónsul) con otros más oscuros (la habitación de la cita de Sussane y su amante, el viaje en tren de Estocolmo a Gottemburgo y viceversa, las crisis de ansiedad de Sussane), mostrando el perfecto contraste que experimentan las dos mujeres en sus dos peripecias sentimentales. Ambas se debaten entre la esperanza y la desesperanza, alternando situaciones alegres o de intenso apasionamiento con momentos en los que están presentes la humillación, el desamor, la cobardía, la ruptura o el final definitivo.
Otro aspecto a destacar, lo encontramos precisamente al comienzo de la cinta. Bergman nos ofrece una larga secuencia en la que presenciamos una sesión fotográfica en la que no se pronuncia palabra alguna, sólo escuchamos ruidos y sonidos. De alguna forma, recuerda la secuencia inicial, a modo de prólogo, de Hasta que llegó su hora (C’era una volta il west, 1968) de Sergio Leone en la que tres pistoleros esperan la llegada de un tren que no parece llegar nunca. Tanto Bergman como Leone intentan dilatar el tiempo hasta la extenuación, aunque en el caso del realizador sueco lo hace para subrayar el nerviosismo y la angustia que experimenta el personaje de Sussane durante la sesión fotográfica, por intuir que la ruptura con su amante es inminente.
Aunque al comienzo de la reseña señalé que en Sueños no apreciamos todavía los grandes temas de sus obras capitales, lo cierto es que en esta película Bergman refleja una crisis personal —es decir, comienza a hablar de él— y que tiene que ver con el reciente fin de su relación sentimental con la actriz Harriet Anderson y que precisamente interpreta a Doris en el film. Esta película nace inspirada por las sensaciones dolorosas que le produjo dicha ruptura pero que, curiosamente, aparece mejor reflejada en la historia protagonizada por Sussane.
Bergman consigue, desde mi punto de vista, un film interesante, algo irregular y desequilibrado, pero que encuentra en algunos detalles de puesta en escena y en el excelente trabajo del elenco de actores sus principales puntos de interés.
Gracias por la reseña, me encanto que solo por eso voy a verla! ;)
Gracias por leer mi reseña.
Me hace ilusión que la lectura te lleve a querer ver la película.
Hola Joseph, perdón por el comentario tardío, acabo de leer tu reseña. Estoy viendo la filmografía completa del genial director, me faltan 3 o 4 para terminar. Aún no veo ‘Dreams’ (está programada para esta noche), y no suelo leer comentarios de las películas antes de verlas (sí después), pero esta vez me tenté. Lo único que quería destacar es que los temas «bergmanianos» que correctamente describes, ya estaban presentes en sus obras anteriores. En ‘A Lesson In Love’ (1954) por ejemplo, en la escena en que el abuelo va a cambiarse los calzones cortos por largos y tiene una charla con su nieta (Harriet Andersson) acerca de la muerte y la existencia de Dios. Es una escena pequeña, pero Bergman la piensa (creo yo) para desarrollar especialmente estos tópicos entre el abuelo (cerca de su muerte) y su nieta (con toda la vida por delante). Y en ‘Llueve sobre nuestro Amor’ (1946), hay alguna referencia también. Claro que no tienen la profundidad que desarrolló en sus obras posteriores, pero eran preocupaciones de Bergman desde siempre. Bueno, era solo marcar eso, Saludos!
Tienes razón. He vuelto a leer la reseña y me he expresado mal al principio. Quería decir que no los trataba en esta película en concreto. De todos modos, confieso que no he visto las películas que dices. Gracias por el apunte.