Joseph L. Mankiewicz es uno de los autores estadounidenses por el que siento una mayor admiración y respeto hacia su arte. No siempre del todo reconocido como uno de los cinco o diez cineastas fundamentales de la historia del cine, sus críticos suelen achacar que su cine resulta plano y carente de toques de puro autor al estilo de los cineastas más aguerridos surgidos en los años cincuenta y sesenta. El principal ataque vertido en contra del cine de Mankiewicz consiste en afirmar que éste es un guionista (aquí no hay crítica posible, dado que es rotundamente asimilado que el estadounidense es uno de los mejores guionistas de la historia del cine) metido a director, lo cual dota a sus obras de una dialéctica magnética e inigualable que no se acompaña de una dirección acorde con la calidad del escrito que traza la narración de la historia. No puedo estar más en desacuerdo con esta premisa intencionadamente dañina y falsa, puesto que basta echar un leve vistazo a la filmografía del de Pennsylvania para corroborar que nos encontramos ante uno de los mejores directores de actores que asomó su arte por los estudios de cine, puesto que intérpretes de la talla de Bette Davis, George Sanders, Michael Caine, Kirk Douglas, Rex Harrison, Gene Tierney, James Mason, Anne Baxter, Elizabeth Taylor o Ava Gardner (por poner solo algunos ejemplos) cuentan entre sus papeles más memorables aquellos surgidos de la pluma y realización de ese erróneamente catalogado como mal director de cine que es Joseph L. Mankiewicz.
Si que es cierto que Mankiewicz no solo fue un espléndido director de cine, sino que para mí fue ante todo un intelectual interesado por el mundo del arte. Este carácter inquieto se cultivó desde su más tierna infancia gracias a la influencia de su padre (un eminente profesor de origen judío asiduo a las altas esferas de la ciudad de los rascacielos). Inicialmente Joseph se interesó por el mundo de la medicina, si bien pasado poco tiempo el estadounidense decidió abandonar las batas y los bisturís en favor del mundo del arte gracias a la enorme fascinación que Mankiewicz comenzó a sentir hacia el mundo del teatro —algo que se siente de forma exponencial en las mejores obras cinematográficas del americano—. Por medio de su hermano mayor Herman (que como todos los buenos aficionados al cine sabrán fue otro extraordinario —y algo atormentado— guionista que firmó el considerado mejor guión de la historia del cine, este es, el de Ciudadano Kane), el pequeño de los Mankiewicz inició sus pasos en el mundo del cine en los estudios de la Metro Goldwyn Mayer como guionista. Pronto destacaría en el oficio de escribidor de textos, ganándose un merecido prestigio por medio de espléndidos textos como por ejemplo el de El enemigo público número 1, cinta que resultaría galardonada con el Oscar al Mejor guión. Inquieto por naturaleza, Joseph promocionaría dentro del estudio del león adquiriendo nuevas responsabilidades como productor. De su privilegiada visión como productor surgieron títulos tan emblemáticos para los estudios de la Metro como Furia o Historias de Filadelfia. Pero las labores de productor pronto se le quedaron pequeñas al siempre activo Joseph, por lo que por fin en 1944 daría el salto a la dirección con una película de tono gótico muy interesante titulada El castillo de Dragonwyck. El resto forma parte de la historia del cine, puesto que la carrera del americano sin duda configura una de las filmografías más magnéticas, inteligentes, corrosivas, perfectas y clarividentes de este viejo arte de hacer películas.
Solo en la noche fue la segunda película como director de Mankiewicz tras su debut con la cinta indicada anteriormente. Se trata de una película de cine negro (subgénero desmemoriados), género que se encontraba en pleno esplendor de resultados y popularidad en el momento de la producción de la película gracias a toda una serie de obras maestras (de sobra conocidas por todos) que elevaron a los altares el noir como medio de expresión no sólo de historias tremendamente entretenidas y tejidas a la perfección por los técnicos de los estudios de cine, sino que también proporcionaban una radiografía del estado de ánimo de una sociedad que se recuperaba de las heridas de una inhumana guerra y que buscaba una solución al problema de reinsertar en el mundo de la paz a unos ciudadanos que únicamente habían conocido la violencia extrema en los últimos años. Si bien se trata de una obra de tono menor en la carrera del americano, Solo en la noche resulta una película ciertamente interesante para entender la evolución en el cine de Mankiewicz. En la misma no encontraremos esos tics de autor que permiten reconocer claramente la firma de aquel que está detrás de la cinta, puesto que si bien el film ostenta un magnífico y enrevesado guión pleno de aristas y retorcidos laberintos muy en la línea de las historias emanadas del imaginario de Raymond Chandler, del mismo no se desprenden esos diálogos afilados en los que el sarcasmo y la mala leche campan a sus anchas tan característicos del cine de Mankiewicz. Y es que nos hallamos ante una cinta en la que la acción y el ritmo trepidante triunfan sobre la dialéctica cortante y el humor negro, hecho este que puede chocar al tratarse de un film dirigido y escrito por el genio de Pennsylvania.
Si conseguimos zafarnos de la idea preconcebida del esperado toque Mankiewicz (el cual, como he anticipado, no existe en el film), la película es ciertamente disfrutable particularmente para los fanáticos del cine negro de los cuarenta (como es mi caso). La cinta narra la historia de un miembro del ejército que despertará súbitamente en la cama de un hospital militar con amnesia y el rostro completamente desfigurado tras haber sufrido una terrible explosión de una granada en un combate. Los escasos medios de identificación a disposición de los miembros sanitarios para tratar de ubicar la identidad del accidentado parecen mostrar que el mismo se trata de un tal George Taylor, un personaje sin amigos ni familiares conocidos como si hubiera aparecido de la más profunda nada. Tras permanecer seis meses de convalecencia y haber sido reconstruido el rostro del desconocido Taylor, éste retornará a la vida civil, sin ningún recuerdo que le permita conocer sus antecedentes pasados, por lo que el amnésico Taylor intentará recomponer los hechos que le permitan reconstruir su vida. Este recurso de otorgar el protagonismo a un personaje sin memoria fue un paradigma muy típico del cine negro de los cuarenta siendo recordadas cintas de este estilo como Street of Chance, Arrostrando la muerte, Dos en la oscuridad o Pacto tenebroso, quizás un hábil recurso con el que se invitaba a los espectadores de esa época a luchar por mantener en su memoria (al igual que luchaban los protagonistas de estos filmes) el tormentoso pasado que habían vivido para que de alguna manera las consecuencias del mismo no se volvieran a repetir. Así, los únicos indicios del pasado de Taylor serán un par de cartas, una de las cuales escrita por un extraño personaje llamado Larry Cravat, al parecer uno de los pocos amigos de Taylor. En la carta redactada por Cravat, éste informa a Taylor de la existencia de una cuenta abierta a nombre del desmemoriado con 5.000 dólares como recompensa a un trabajo realizado para este enigmático personaje. Sin embargo, a medida que el bueno de George Taylor comenzará a rastrear las huellas de Cravat la trama irá torciéndose con la aparición de una serie de siniestros personajes que igualmente andan sumergidos en la búsqueda del tal Larry Cravat, un individuo que desapareció sin dejar rastro hace dos años al cual nadie parece conocer realmente y que está relacionado con la desaparición de dos millones de dólares pertenecientes al bando nazi que fueron sustraídos al mismo al comienzo de la guerra, así como con un misterioso asesinato que quedó sin resolver. De este modo, a medida que Taylor se inmiscuye en la búsqueda de Cravat, éste descubrirá que los vínculos que parecen unir a ambos personajes no son tan lejanos como al principio pudiera parecer.
Del resumen de la trama se desprende que la película adquiere un talante muy cercano al espléndido cine de serie B de los años cuarenta. Ello se debe a la ausencia de renombrados actores en la película (son reconocibles los rostros de los habituales secundarios de la Fox, siendo tal vez el más conocido por los aficionados al cine el de Richard Conte, que borda de nuevo un personaje secundario de carácter poliédrico) así como a una trama aparentemente ilógica e irreal, pero que gracias al buen hacer de Mankiewicz en la escritura del guión tornará en un fluido y magnético rompecabezas en el que todo acaba encajando a la perfección. Éste, el guión, es indudablemente uno de los puntos fuertes de la película, ya que la misma historia en otras manos seguramente hubiera caído en los brazos del esperpento y la desfachatez, pero gracias al talento narrativo del americano, el hilo argumental de la cinta acabará tejiendo una epopeya hipnótica plena de suspense y capacidad para sorprender al espectador sin necesidad de giros engañosos. La película ostenta todos los ingredientes necesarios para seducir a los fans del cine negro. Las precisas gotas de suspense se aderezan con una ineludible trama amorosa, la presencia de una multitud de personajes (especialmente fascinante resulta el del maleante de origen alemán que oculta su verdadero rostro bajo el disfraz de un adivino sin dotes de quiromancia) que aparecen y desaparecen para inquietar el viaje iniciado por el verdadero sustento dorsal de la cinta que no es otro que el viaje de tintes homéricos iniciado por George Taylor por los bajos fondos de Los Angeles en busca de su verdadera identidad, personajes que arquearán el argumento quebrando las líneas de narración clásicas, pero que lejos de surtir despiste en el espectador enriquecerán el resultado final del film. Igualmente como buena cinta noir no pueden faltar las subtramas de asesinatos, coacciones y robos que desembocarán en un final sorprendente y magistral que dará consistencia a todo el núcleo trazado previamente por Mankiewicz. Sin querer desvelar nada, únicamente reseñar que la influencia de esta película se hizo sentir casi medio siglo después en un pequeño clásico a recuperar de los noventa como es La noche de los cristales rotos. No obstante, sería una licencia catalogar a la cinta como serie B, puesto que tanto la envoltura visual del film (de una elegancia supina en la que se nota el talento de los técnicos de la Fox) como el diseño de producción manifiestan que Mankiewicz contó con material de primera línea para construir su segundo film como director. Aparte del guión, el ritmo y el montaje del film son sus otras virtudes fundamentales. Desde el punto de vista técnico la cinta bien podría compararse con las grandes obras del género del estilo de El halcón maltés, La máscara de Dimitrios o La senda tenebrosa (con esta última comparte un paradigma de estilo como es el uso de planos subjetivos para hacer compartir al espectador el punto de vista del protagonista).
Sin ser una obra maestra, Solo en la noche es una película que hará gozar de gusto a los fans del cine negro clásico, e imprescindible para conocer la diversidad temática que ostenta la carrera de Joseph L. Mankiewicz. En este sentido, la película manifiesta la capacidad del americano para tejer atmósferas enrarecidas de tintes pesadillescos sin que para ello sea preciso un guión excesivamente dialogado adornado con la dialéctica incisiva del maestro. Y es que Mankiewicz no solo fue un brillante guionista, sino que como demostró en sus inicios como director, fue un magnífico director de cine con una esencial querencia para edificar historias profundamente humanas excelentemente producidas.
Todo modo de amor al cine.
It would be fantastic if you would include the year the film was released. The year should always be there … The Wizard of Oz (1939), Double Indemnity (1944), etc.