Anthony Mann es uno de los máximos responsables del amor apasionado que profeso al séptimo arte. Contaba con 8-9 años y mi padre, gran apasionado del western, me animaba a compartir con él una serie de películas denominadas por aquel entonces de “indios y vaqueros” protagonizadas por un desgarbado pistolero que escondía bajo su rostro de buena gente una personalidad atormentada por un pasado que explotaba vengativamente en medio de hostiles paisajes agrestes bellísimamente fotografiados por la cámara maestra de John Alton. Esas obras tan singulares tituladas Horizontes lejanos, Winchester 73, Colorado Jim, El hombre de Laramie, El hombre del oeste y Tierras lejanas me fascinaron por la extrema belleza pictórica de sus fotogramas y por sus historias de soterrada violencia que ostentaban unos rasgos distintivos fácilmente identificables que las convertía en únicas en su especie.
Pasados los años se lanzó a la venta en DVD el ciclo de películas de serie B ‹noir› que formaron la carrera como realizador de Anthony Mann. Filmadas en estudios independientes fueron consideradas durante muchos años obras menores en la carrera de Mann, alejadas de la calidad de los míticos westerns que el estadounidense rodara en los años cincuenta. Sin embargo, una vez revisadas las obras más significativas de esta etapa (El gran Flamarion, Justa venganza, El último disparo, El reinado del terror y La brigada suicida) se puede advertir en ellas la más pura esencia del cine de Mann: estilo sobrio y directo en el que se da una gran importancia a la imagen cimentada en una espectacular fotografía expresionista, narración ágil sustentada en historias sombrías en la que el pasado persigue a los personajes, uso de una violencia seca sin concesiones a la galería y guiones eficaces sin fisuras que buscan la comparación con un reloj suizo.
La brigada suicida fue la primera cinta que descubrí del período ‹noir› de Mann por lo que la tengo un especial cariño. Película de escaso presupuesto guarda un lugar destacado en la historia del cine por ser el film que unió los destinos de Anthony Mann y el mago de la fotografía John Alton. Podemos catalogarla dentro del subgénero de cine negro documental, muy de moda en los años cuarenta y cincuenta y distinguido por describir con un caso real la labor de las fuerzas de seguridad americanas enfrentadas al crimen organizado. Merecen destacarse dentro de este género películas como El justiciero de Elia Kazan, La casa de la calle 92, Yo creo en ti y 13 Rue de Madeleine de Henry Hathaway, Puerto de Nueva York de Laslo Benedek, Relato criminal de Joseph H. Lewis o la recientemente comentada en la web La ciudad cautiva de Robert Wise.
Lo que convierte a La brigada suicida en una obra digna de estudio en las escuelas de cine es su capacidad para tornar la escasez de medios en una virtud dejando aflorar el talento de su equipo técnico que logra tapar las carestías pecuniarias existentes. Su ritmo vertiginoso apoyado en un magnífico guión y un eficaz montaje, que describe a la perfección el ambiente de los bajos fondos de la ciudad gracias a unas magníficas secuencias filmadas en exterior en las que se percibe cierto aire de clandestinidad, nos apremia a no parpadear en aras de evitar omitir cualquier detalle importante del relato. Una cualidad puramente ‹noir› es el uso de una voz en ‹off› con la que el narrador nos puntualiza con todo lujo de detalles las peripecias que van aconteciendo en el desarrollo del caso. Mann consigue un resultado de calidad suprema apoyado en una fotografía mágica, espectacular, magnética del maestro John Alton. Es inaudito que con el único recurso del encuadre apropiado para cada escena Alton consiga perturbarnos trasladándonos al mundo subterráneo del hampa a través de un juego de claro oscuros y luces parpadeantes que oscurecen al contacto con el rostro de los actores, consiguiendo una atmósfera próxima al cine de terror.
El carácter documental de la cinta viene reforzado por la secuencia inicial en la que el Jefe del Departamento del Tesoro ofrece un pequeño discurso al espectador con objeto de describir el trabajo que realizan los agentes de las diferentes fuerzas que conforman el Departamento del Tesoro (escena marcadamente de serie B en la que el funcionario presenta al público datos estadísticos de los resultados de su Departamento). A continuación se relatarán los acontecimientos que dieron lugar a la resolución de un caso gestionado en el Tesoro, el denominado Caso del papel de Shanghai.
Tras el asesinato de un confidente que iba a proporcionar información sobre la existencia de un papel de enorme calidad usado para falsificar billetes descubierto en Detroit, los agentes del Tesoro Dennis O´Brian y Tony Genaro viajarán a la ciudad del automóvil para infiltrarse en la banda de Vantucci siguiendo los indicios del origen de los billetes falsos. Una vez dentro de la organización las pistas recabadas conducirán a un siniestro personaje llamado El Planificador. El agente O´Brian viajará a Los Angeles localizando en las saunas de los bajos fondos de la ciudad a este sombrío individuo. Descubriremos que El Planificador es una especie de intermediario que conecta a dos organizaciones criminales que han localizado un papel de altísima calidad procedente de Shanghai con el que se pueden obtener falsificaciones casi perfectas.
Los agentes del Tesoro penetrarán en una sinuosa trama en la que el suspense va in crescendo conforme avanza la crónica de los hechos debiendo utilizar toda su astucia para sortear las trampas que van encontrando a lo largo de su investigación del submundo de los falsificadores de dinero. En este sentido la película sirve para homenajear la labor de los T-men que son proclamados como hombres engendrados de una pasta especial que hace que no duden en jugarse el pellejo anteponiendo sus intereses familiares para salvaguardar el cumplimiento de la ley y el orden en la sociedad.
La brigada suicida goza de todos los ingredientes del mejor cine negro clásico de bajo presupuesto: fotografía de barrocos claro oscuros e impactantes contrapicados que impulsan el suspense de cada plano, interpretaciones sobrias y enérgicas de un plantel de actores fraguados en las trincheras de la serie B (destacando el gran Dennis O´Keefe, el actor fetiche de Anthony Mann en su etapa ‹noir›), predominio de planos de interior intimistas y violencia extrema exhibida sin tapujos al más puro estilo del cine de acción. Mi escena favorita sin lugar a dudas es la del asesinato cometido en la sauna que frecuenta El Planificador. Alton utilizando un juego de brillantes luces y amenazantes sombras elabora un viaje Dantesco que sospecho gustó a David Cronenberg (escena de la sauna de Promesas del Este). El final del film recuerda a los westerns de Anthony Mann, que planifica un tiroteo en la cubierta de un barco similar a los míticos duelos localizados en los escarpados barrancos del oeste y cuya fotografía recuerda a las películas negras ‹low cost› que Fritz Lang rodó en Estados Unidos.
Una revisión de La brigada suicida demuestra que nos encontramos ante una película de autor en la que Mann consiguió un resultado tremendamente entretenido de sobresaliente calidad que estimula la reconciliación con el viejo cine de pequeñas películas que el tiempo se ha encargado de convertir en obras de arte.
Todo modo de amor al cine.