Hoy… Imágenes (Robert Altman)

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Siento especial predilección y simpatía hacia el cine y la persona de un genio descomunal del séptimo arte como fue y sigue siendo para todos los que aún seguimos deleitándonos con su singular e hipnótico universo: el maestro Robert Altman. El de Kansas City posee sin ninguna duda una de las carreras más libres, genuinas, eclécticas y fascinantes surgidas en los últimos 40 años, y a pesar de ello o precisamente por ello, sigue ocupando un papel para mi gusto excesivamente residual en las reviews y reivindicaciones de las nuevas generaciones de aficionados al cine, que bajo mi punto de vista, observan a Altman como a un bicho raro que realizó obras ciertamente fascinantes (como Vidas cruzadasShort Cuts, Nashville, Un largo adiós, Tres mujeres, Gosford Park, Secret Honor, Los vividores o M.A.S.H., todas ellas cintas idolatradas por ese concepto tan heterogéneo que se tiene a bien denominar la cinefilia), pero al que igualmente no perdonan que se dejara atrapar por el cine más comercial y desinhibido abandonando así los mandamientos de la secta gafapasta (El Dr. T y las mujeres, Conflicto de intereses, Pret a porter, Popeye, etc). Y es que Altman pasó de todo tipo de adscripciones y prebendas tanto de un lado como del otro en lo que respecta a la forma de entender el cine (entretenimiento contra introspección), siendo para mí uno de los pocos espíritus puramente independientes y libres que han recorrido los enrevesados trayectos del mundo del cine. Esta libertad ideológica y artística es un punto que me fascina de Altman como autor, puesto que a diferencia de otros cineastas a los que la masa cinéfila no ha dudado en implantar la etiqueta de autor, el cine de este sensei estadounidense se caracteriza por la total ausencia de vasos comunicantes que conecten dialéctica o formalmente todas y cada una de sus obras, puesto que en las películas del director de Vidas cruzadas no encontraremos pues ningún elemento reiterativo que aparezca sin omisión en todas sus cintas, al contrario, éstas se identifican por el hecho de ser radicalmente opuestas a sus hermanas, y aún así en ellas se atisba el carácter indómito, radical, cínico y crítico de un maestro que pintaba sus cuadros con las requeridas gotas de ironía y descaro para crear unos cuadros verdaderamente inquietantes y diferentes al resto de los de sus compañeros de profesión.

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Para homenajear a este ídolo, he decidido reseñar una de sus películas más desconocidas e inquietantes, la enfermiza y fascinante Imágenes (Images), film que el americano realizó a principios de los años setenta tras el enorme éxito de crítica y público cosechado con M.A.S.H. y Los vividores, que en su momento fue un fracaso de taquilla y que inexplicablemente continúa siendo una película poco vista en relación con la enorme calidad que atesora, convirtiéndose de este modo en una especie de película de culto entre los aficionados al cine más subterráneo y cautivador. Uno de los aspectos que más me hipnotizan de esta película es su corrompido universo, totalmente rompecocos capaz de desquiciar al espectador conforme más se reflexiona sobre la misma tras su visionado, alineado con el cosmos del más radical David Lynch, director que en la fecha de estreno de Imágenes aún no había dado el salto a la dirección de largometrajes y que espero (no lo sé con seguridad, y seguramente sea una alucinación por mi parte) tenga a esta magna obra de su compatriota en un pedestal. Y es que Imágenes es una cinta que perfectamente podría haber surgido de la torcida mente de Lynch, y es por eso que afirmo con rotundidad que Robert Altman es uno de esos cineastas fundamentales sin el cual el arte del director de Twin Peaks no sería el mismo que el que conocemos hoy en día (es bien conocido que otra de las obras de Altman, Tres mujeres, está considerada como una de las cintas que más han influido en el cine de Lynch).

A pesar de que la película se vendió como una especie de thriller psicológico con ciertos trazos de cine de terror enfermizo, Imágenes es sobre todo una cinta inclasificable que tocando los paradigmas de varios géneros logra alcanzar un resultado que difícilmente casa al cien por cien con la adscripción a un género o géneros concretos. Así, efectivamente la cinta es un thriller, pero igualmente puede ser una cinta de terror gótico, un drama familiar, un melodrama, una cinta de fantasmas y casas encantadas o una obra surrealista que se presta a múltiples y diversas interpretaciones. Y este aspecto, el hecho surrealista, es lo que confiere a la cinta un halo espectral y perturbador que en mi caso me vuelve loco cada vez que intento descifrar lo que Altman quiso plantear al espectador con esta obra cumbre de su arte. La rareza que emana del film se nutre del hecho de que la historia está basada en un cuento escrito por la actriz protagonista del film, la siempre seductora y atractiva Susannah York, el cual fue adaptado por el propio Robert Altman en una especie de cuento gótico de terror de trazos claramente surrealistas. Si bien la actriz británica parece que fue reacia a aceptar interpretar el papel principal, Altman la convenció para embarcarse en un viaje hacia lo desconocido en el que era preciso una interpretación muy física y visceral para poder hacer atractiva la historia. Y lo consiguió, puesto que la York se desnudó en cuerpo y alma para verter una de las interpretaciones más impresionantes y cautivadoras de la historia del cine, performance que fue premiada en el Festival de Cannes con el galardón a la mejor actriz del certamen celebrado en 1972. Susannah York es la película y sin su presencia dudo que Altman hubiese alcanzado los signos de maestría que desprende el film, ya que la trama se centra en las peripecias que sufre el personaje interpretado por la británica encerrado bajo las cuatro paredes de una casa campestre apartada de la civilización con el único contacto humano de cinco personajes que aparecerán y desaparecerán del escenario conforme se desarrolla el argumento del film.

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Así, la cinta arranca mostrándonos a Cathryn (Susannah York), una escritora inmersa en la redacción de una especie de cuento infantil (siendo esto un claro paralelismo entre ficción y realidad ya que como habíamos comentado la película se basa precisamente en un cuento infantil escrito por la York). Cathryn se halla sola en casa, parece que a la espera de la llegada de alguien en la mitad de la noche que fulmine la soledad literaria que la acompaña. La soledad artística de la novelista se romperá con una llamada de teléfono de una remitente desconocida que anuncia a la escritora que el marido de ésta, Hugh (interpretado por Rene Auberionois), está manteniendo en ese preciso instante una aventura con una joven, engañando pues a su esposa haciéndola creer que ha pasado la noche celebrando una cena de trabajo. A pesar de creer que se trata de una broma, las continuas llamadas de esta voz desconocida terminarán perturbando a la escritora. A los pocos minutos de este inquietante suceso, llegará a casa Hugh, un alegre hombre de negocios que según se desprende parece mantener una relación amorosa y sexual bastante fría con Cathryn. Tras una breve discusión, el matrimonio hará las maletas abandonando el frío apartamento urbano que sirve de hogar conyugal para dirigirse a una apartada casa de campo alejada de todo símbolo de civilización.

En el camino hacia esta siniestra mansión, un punto parece romper la trama: la figura en lo alto de la montaña que se sitúa en el fondo del paisaje de una mujer que como una sombra espectral observa las vivencias del matrimonio desde su ubicación. Pero esta no será la única presencia que perturbará la tranquilidad y aparente soledad de la mansión. Y es que de las habitaciones de la casa emergerá la figura de Rene (Marcel Bozzuffi), un antiguo amante de origen francés con el que Cathryn mantuvo una relación de tintes claramente sádicos y sexuales en el pasado, que falleció en un extraño accidente acontecido años atrás y que sorprendentemente asomará ante la vista de Cathryn exigiendo que ésta vuelva a retomar su relación puramente sexual con él, para así olvidarse de la frigidez que ampara su relación matrimonial con Hugh. Pero Rene, no será la única aparición tenebrosa que acontecerá en el discurrir de la trama, ya que una vez eliminado Rene, igualmente aflorarán en el sórdido escenario campestre un amigo del matrimonio llamado Marcel (Hugh Millais) acompañado por su solitaria y rubia hija Susannah (Cathryn Harrison), un personaje que del mismo modo que Rene también mantuvo y desea mantener una relación pecaminosa y carnal con la bella Cathryn a espaldas de su marido y amigo Hugh.

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Todos estos personajes que aparecerán como una especie de fantasmas espectrales a modo de golpes esquizoides en la sórdida mente de la escritora de cuentos infantiles, irán lastrando los nervios de Cathryn llevándola hacia un viaje en el que la presencia de la locura y la esquizofrenia convertirá el reposo vacacional de la novelista en una auténtica pesadilla emanada de las profundidades de una mente achacosa hasta alcanzar cotas insospechadas de estupefacta demencia. Lo que resulta verdaderamente magistral y hechizante del film es el modo empleado por Altman para retratar a partir de una historia gótica de terror los síntomas de la esquizofrenia más profunda y alarmante. Así, a medida que la trama avanza el cineasta americano consigue que el espectador sienta poco a poco como la historia de terror y melodrama va tornando sin prisa pero sin pausa en un retrato clarividente y realista de las pautas de comportamiento de un enfermo de esquizofrenia, creando un clima tenebroso e inquietante gracias a la ubicación de la trama en el asfixiante y opresor entorno que conforma la casa de campo protagonista del film. De este modo nos iremos preguntando cual es la verdadera esencia de los personajes que acompañan a Cathryn en su trayecto emocional, así como si estos existen realmente o todo es fruto de la imaginación de la infecta mente del personaje principal de la trama. Sin duda, Altman plantea un juego macabro e hipnótico al espectador, gracias a la asociación de los nombres de cada uno de los personajes del film con el nombre real de los actores que interpretaron los mismos (nótese que Cathryn es el nombre de la actriz que interpreta a la niña Susannah que a su vez comparte nombre con la York, así como el cruce de nombres mantenidos entre los protagonistas y actores principales del film).

Y es que para mí, Imágenes es uno de los documentos más impactantes y fidedignos jamás realizados en el cine sobre las pautas de comportamiento que caracterizan esa enfermedad tan conocida y a la vez tan desconocida que es la esquizofrenia, planteando una hipótesis que convierte al cine (o la literatura, el arte en general) en una correa transmisora de la enfermedad que combina por partes iguales los planos de la realidad y la ficción que tanto atormentan a los enfermos que padecen esta patología. En este sentido seremos testigos de las confusiones de Cathryn, una atormentada autora que ha montado una vida paralela e inexistente como medio de evasión a su aburrida, solitaria y rutinaria existencia gracias a la presencia de unos entes fantasmagóricos que a los ojos de la misma adoptan la forma de personas de carne y hueso que interpretan el papel de un marido, un amante libidinoso, un amigo con derecho a roce y una amiga imaginaria presente en las fantasías infantiles de la protagonista. La locura es pues retratada al estilo de una historia clásica de fantasmas y parapsicología que reta continuamente al espectador a mantener la atención en la historia para no perder el hilo de la misma.

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Esta combinación de ficción y realidad es soportada por Altman gracias al empleo de una puesta en escena minimalista, tanto en lo que respecta a escenarios como a elenco de actores, carente de efectos especiales, sustentada pues como habíamos comentado en el tremendo buen hacer de Susannah York (sorprende que esta actriz ya interpretara a principios de los años sesenta a otra enferma de esquizofrenia bajo las órdenes de John Huston en la no siempre reconocida Freud, pasión secreta). La actuación de la York consigue que el espectador se plantee si lo que está aconteciendo sucede en el marco de la realidad de una historia de terror o si por el contrario los acontecimientos se enmarcan en la irrealidad de la paranoica mente de la protagonista que trasvasa los límites del entorno real de su existencia.

En este sentido Imágenes se halla claramente influenciada por las teorías de Freud, compartiendo rasgos seminales con obras de la talla del Persona de Bergman, Inland Empire y Carretera perdida de Lynch, La doble vida de Verónica de Krzysztof Kieslowski o por poner un ejemplo más reciente con el Sólo Dios perdona de Nicolas Winding Refn, cintas todas ellas en las que la realidad y la ficción, al igual que la salud y la esquizofrenia, cruzan sus caminos para provocar la fascinación y romper la cabeza de los buenos aficionados al cine y también a la filosofía. Y es que son recurrentes los temas que podemos extraer de todas estas cintas: los celos, la soledad alienante, la enfermedad, el deseo, las apetencias sexuales, la muerte, el suicidio, el asesinato, la frigidez, la búsqueda del amor duradero, la invención de amigos invisibles, los complejos de Edipo, los pecados carnales, etc, siendo reflejados todos estos temas de un modo atractivo y sugerente, permitiendo por ello que el espectador saque sus propias y singulares conclusiones que no tienen por qué coincidir con las del resto de aficionados que hayan visualizado dichas obras.

Como punto final a la reseña, no me puedo olvidar de la fantástica y aterradora banda sonora compuesta por un joven John Williams, composición anterior a su mítica asociación con Steven Spielberg, que ayuda a incrementar el nivel de paranoia y miedo que ya de por sí desprende el revestimiento del film. Una banda sonora sin duda heterodoxa, inspirada en los sonidos chirriantes y pesadillescos de puro escalofrío del Bernard Herrmann de Psicosis que con su compás quebradizo, anárquico y subyugante ayuda a engrandecer aún más el impresionante resultado final de una obra maestra del cine, para el que escribe una de las mejores películas de la década de los setenta, que esperemos no se pierda en el olvido del paso del tiempo y que con el paso de los años ocupe el pedestal que se merece. Muchas gracias por habernos regalado su arte e independencia, Mr. Robert Altman.

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