El western no deja de ser el género cinematográfico americano por antonomasia. Fundamentalmente, y aunque podríamos desgranar abastamente los motivos, se trata de un género que construye y proyecta al mismo tiempo los valores fundacionales de Estados Unidos. El western no deja de ser un elogio de ese «self-made man», del individualismo del hombre responsable que, sin dudarlo, se levanta en armas contra la injusticia por el bien de la comunidad. Es el héroe solitario que marcha siempre hacia un futuro incierto aferrándose con el rabillo del ojo a un pasado que no volverá. Sin presente, tornándose en el concepto conocido como “americana”.
Stars in my Crown se apoya en cierto modo en estos supuestos argumentales, el hombre solitario luchando contra las injusticias, cierto, pero como es habitual en los westerns de Tourneur se va mucho más allá de los tópicos genéricos. No se trata solo de subvertir las normas, se trata de ofrecer una perspectiva diferente que consiga dejar incolumne la apariencia mientras se cambia totalmente el alma del film.
Sí, estamos ante la historia de un héroe solitario otra vez, sin embargo este es un héroe diferente. Un hombre asentado en la comunidad, luchando desde su posición pastoral contra la injusticia, siempre en pos del bien común. Su figura emerge como correa de transmisión de valores como la no-violencia, el diálogo y un cierto progresismo cultural en su denuncia del racismo. Una figura que no estará sola en su misión sino que deberá compartir su misión con la figura del médico. Una suerte de contrapoder que aparecerá como rival y que acabará por confluir con el protagonista en una parábola que nos habla de trabajo en equipo, de sintesis entre fe y ciencia, de la tradición y modernidad; pero sobre todo de la inutilidad y estupidez de la confrontación de los elementos positivos de la comunidad.
La estrategia argumental sin embargo, aunque destacable, no podría funcionar, por más poderoso que fuera su alegato (que lo es) sin un acomodo visual que lo acompañara. Es aquí donde Tourneur nos ofrece el salto cualitativo que hace que Stars in my Crown deje de ser un pequeño film de buenas intenciones a algo más grande, trascendente. No hace falta imaginar que hubiera hecho el Renoir de Una partida de campo en un western porque es exactamente lo que Tourneur dibuja con su cámara. Sí, al igual que Renoir homenajeaba a la pintura de su padre, Tourneur evoca un lienzo impresionista de una américa en construcción. Pero más allá del bucolismo, de la postal ingenua, el pincel de Tourneur vuelve a emparentarse con el de Renoir cuando decide ir más allá y bucear en las sombras que esa América seguía proyectando.
Si La regla del juego era una descripción monumental de un mundo a punto de morir en su propio hedonismo y ceguera, Stars in my Crown usa los mismo recursos no como descripción sino como denuncia. Lo que se nos propone al espectador es un juego especular que confronta un mundo nuevo, lleno de brillantez y como puede ser devorado por las sombras. Un grito de alerta que viene acompañado de otro más fuerte en forma de esperanza en forma de vigilante. Lo novedoso es que esta vez esta figura no emerge de la nada, no es un justiciero que llega, trasciende la ley y se va dejándo un rastro desolador de violencia y muerte sino que forma parte de la propia comunidad.
En este sentido Tourneur realiza un alegato a la confianza en las instituciones. Lejos del anarcoindiviualismo del hñeroe solitario fordiano (interpretado demasiadas veces torticera e injustamente como parafascistoide) estamos ante una película que propone frenar ciertas derivas ideológicas a través del poder de la palabra (acompañada siempre de la obra). Un film cuya defensa de lo institucional no se transmuta nunca en conservadurismo ramplón. Al contrario, se trata de combatirlo a través del cambio, de demostrar que el sueño de la razón no tiene porque producir siempre monstruos si se actua con previsión y fortaleza.
Stars in my Crown deviene un film sensible, ético y poderosamente político (e involuntariamente de máxima actualidad en el retrato de ciertos personajes y actitudes) que pone de manifiesto la necesaria resistencia del poder popular y sus representantes contra las malas praxis y los abusos de los trusts económicos. Y no, no estamos en el siglo XXI ni esto es Wall Street. Por ello Stars in my Crown no es sólo película que conmueve y emociona desde el corazón, no es sólo una película que sabe trasladar la imaginería del realismo poético francés a la aridez del western americano sino que se convierte en un clásico que consigue trascender el contexto histórico de lo filmado y el de la época de filmación. Stars in my Crown no es una película, es la plasmación de lo humano, lo universal, lo inmortal.