Mi relación de admiración hacia el cine de Dino Risi trasciende de los límites estrictamente cinematográficos. Risi es un autor minusvalorado, quizás porque el género que más y mejor cultivó —el de la comedia popular italiana— siempre fue el hermano pobre del drama. Así, mientras que cineastas como Rossellini, Visconti, De Sica o el mismo Federico Fellini en sus primeros pasos neorrealistas lograron el aplauso unánime de la crítica mundial gracias a sus demoledoras historias, otros directores coetáneos de los nombrados como por ejemplo Luigi Comencini, Steno, Mario Monicelli o el mismo Dino Risi tuvieron que esperar a que su carrera se consolidara con obras de mayor calado emocional y de denuncia social para cultivar el aplauso de una crítica que no veía con buenos ojos la aceptación popular que ostentaban dichos autores. La visión estrecha y plena de prejuicios de los profesionales más sesudos del cine impedía observar los afilados y corrosivos cuadros de denuncia social que encerraban esas comedias en principio evasivas dirigidas por estos maestros, sin duda, unos auténticos juglares que mezclaban con sapiencia y talento las carcajadas más desternillantes en medio de situaciones dantescas contextualizadas en entornos deprimentes atiborrados de corrupción y pobreza tanto moral como económica inherente a esa Italia de los cincuenta sumida en la cruel atmósfera de posguerra. Un clima propicio para el alumbramiento de la picaresca en unos personajes que con gracia se enfrentaban a la vida trapicheando con mercancías y cultivando el arte del hurto y del timo en medio de una sociedad pasiva ante los incipientes casos de corrupción política protagonizados por las en principio honorables familias pertenecientes a las altas esferas de la sociedad italiana. Sin duda unos pérfidos criminales que supieron enriquecerse a costa de la miseria que acechaba a sus semejantes en esos duros años.
Mi adorado Dino Risi comenzó sus primeros pasos en la dirección en los años del neorrealismo tardío, abandonando pronto el universo del melodrama romántico para abrazar el más simpático de la comedia social. Si bien sus primeras obras podrían ser catalogadas como superficiales, en las mismas se intuía que detrás de la cámara se hallaba un hombre comprometido con sus ideas y con una clara tendencia a plasmar los problemas que más le preocupaban insertando los mismos en unas tramas de marcado calado tragicómico. De este modo, y gracias a la colaboración de genios de la comedia trasalpina como Alberto Sordi o sobre todo el actor fetiche del milanés que fue Vittorio Gassman, Risi fue perfilando a ese antihéroe que terminaría protagonizando buena parte de sus historias. Este es, el de un pobre desgraciado bastante malhumorado y ambicioso con el rostro de perdedor marcado a fuego en su tez, que terminará atrapado en una red de vicio, corrupción y traiciones en virtud de sus intrigas y falsos delirios de grandeza. Unas historias sitas en ese habitat irrespirable, frívolo y fútil representado por la pujante Italia del progreso industrial y del crecimiento económico desmedido en un período que abarcó desde principios de los sesenta hasta finales de los años ochenta.
Pero mi relación de amor con Risi alcanza dimensiones indestructibles gracias a una película. Y es que no me canso de anunciar que La escapada es una de mis 4-5 películas favoritas. Para un servidor la mejor cinta de la historia del cine italiano. Para mí el cine es un cúmulo de emociones y sentimientos. Un arte capaz de remover conciencias gracias a su poder de fascinación y hechizo. Quizás no existe película mala. Toda película puede ser buena si se ve en el momento adecuado. Por desgracia no siempre se produce esa conexión espiritual que estalla cuando se vislumbra una obra de arte justo en el momento para el cual fue concebida. Yo tuve la suerte de contemplar La escapada en el instante adecuado. Me enamoró esa relación que se construye entre esos dos antagonistas: el pícaro y vividor Bruno y el responsable e inocente Roberto. Lo magistral de la película es que Risi edificó su fábula como un viaje homérico de descubrimiento donde no solo el ingenuo Roberto deja de estar muerto en vida para descubrir que la misma oculta unos misterios que van más allá de lo que ocultan los aburridos manuales que estudia sin parar incluso en las vacaciones de Ferragosto, sino que el propio Bruno también tomará conciencia que su vida de juerguista igualmente tiene un reverso que también debe cultivar para evitar caer en un futuro en la total indigencia emocional. Es imposible que cualquier perfil de espectador que visualice la película no encuentre un punto de conexión con cualquiera de estos dos personajes. Un vínculo que en mi caso se acrecentó por la situación emocional que estaba aconteciendo en mi vida en el mismo instante en el que contemplé por primera vez esta obra de arte.
Una década después del advenimiento de esta obra maestra y con un tono claramente menor con respecto a la misma, Dino Risi volvió a apostar por ese juego de personajes antagonistas para vertebrar una comedia de fuerte calado social, y en el caso que nos ocupa de denuncia política, con En nombre del pueblo italiano. A principios de los años setenta, el cine de Dino Risi se había hecho mayor. Esa sarna corrosiva incluida en sus mejores comedias se había avinagrado si cabe aún más. A Risi no le gustaba su querida Italia. La misma se había convertido en un monstruo habitado por toda una galería de personajes arribistas, desalmados, déspotas y sin ningún tipo de escrúpulos que dejaban poco oxígeno para la emanación de situaciones cómicas. La comedia, por contra, nacía de la propia corrupción que vestía el sistema. El pícaro presente en las primeras obras de Risi ya no existía, sino que había sido sustituido por personajes caníbales, sádicos y por tanto conscientes de su malicia.
Bajo este panorama desolador, el autor de Perfume de mujer moldeó una sátira árida, pretendidamente fea e infecta que ostenta como principal virtud su modernidad. Puesto que la denuncia que irradia En nombre del pueblo italiano se encuentra de rabiosa actualidad en nuestros días. De hecho la trama planteada en la cinta se refleja como en un espejo con las innumerables corruptelas políticas acontecidas en nuestra querida España en los últimos treinta años. La cinta demuestra por tanto que a pesar de la tecnología y ese progreso que nuestros políticos no se cansan de anunciar a los cuatro vientos, no hemos cambiado para nada en los cuarenta años que separan la producción de la película de nuestro tiempo actual, mostrándose en todo momento vigente sin necesidad de cambiar una coma de su guión original.
La película parte del enfrentamiento que tendrá lugar entre dos personajes de perfiles claramente diferenciados. Por un lado el incorruptible juez Mariano Bonifazi (Ugo Tognazzi), un magistrado de ideología marxista para el cual el mantenimiento del imperio de la ley no puede ser quebrantado. Risi perfilará magistralmente al personaje en los primeros compases del film exhibiendo al mismo como un adalid de la lucha contra la corrupción urbanística, encerrando a un constructor corrupto que ha edificado un horrible edificio de oficinas en medio de un descampado que será demolido en el nombre del pueblo italiano. Pero como buen amante de la naturaleza, el principal enemigo de Bonifazi adoptará el rostro del empresario Lorenzo Santenocito (Vittorio Gassman), un multimillonario chulo putas que se salta a la torera cualquier ley que obstaculice sus ambiciosos proyectos empresariales y cuyas fábricas de plástico no paran de contaminar el río donde el honorable Bonifazi acude a pescar los fines de semana.
Igualmente Risi detalla finamente el carácter del ingeniero Santenocito, cuya primera aparición en pantalla será a bordo de un poderoso deportivo que pasará olímpicamente de recoger a unas bellas y rubias autostopistas para en cambio si acoger a un hippie al que le soltará toda una consigna de reproches que denotan su pasado fascista. El poder desmesurado de Santenocito insufla miedo incluso entre los agentes de carretera que temerosos de ser expedientados por sus superiores dejarán al ingeniero saltarse sin impedimento las normas de tráfico. Santenocito es ese empresario que maneja los hilos de la economía y por tanto del poder político del país. Un mortal con ínfulas de Dios inmortal conocedor que puede pasarse la ley por el forro de sus genitales.
Tras la presentación de los dos antagonistas Risi dará paso al desarrollo principal de la trama. Un argumento tiznado con gotas de cine negro y de suspense que será empleado por el maestro para dibujar un cuadro patético y demoledor pintando el mismo con un lienzo impregnado de esa corrupción, chantajes, lameculismo y vicios inherentes al ejercicio del poder político a pesar de los vanos intentos de aquellos idealistas que se atreven a enfrentarse de frente con el sistema.
Así Bonifazi localizará el expediente de un caso de asesinato caído en el olvido: el de una joven localizada muerta con signos de haber sido golpeada hasta la muerte. Tras los preliminares análisis forenses, se sospechará que la joven fue conducida ya cadáver al piso donde fue descubierta para evitar dar pistas de quien se esconde tras el rostro de su asesino. De este modo y después de interrogar a los padres y conocidos de la joven (magistral sin duda el perfil de los dos padres más preocupados por la repercusión social y el dinero que por su propia hija asesinada, sin duda toda una metáfora de la achacosa clase media baja italiana de la época, para Risi la principal responsable de la existencia de la corrupción política debido a esa actitud pasiva ante el crimen), Bonifazi conectará a la víctima con su principal enemigo: el mujeriego Santenocito, con el cual fue vista en varias ocasiones la desgraciada adolescente.
Bonifazi emprenderá una investigación personal de acoso a su adversario, recorriendo unas cloacas habitadas por ratas vestidas con trajes de Giorgio Armani, así como enfrentándose a las artimañas de un Santenocito que no dudará en utilizar a su senil padre, su mujer y sus poderosos círculos de influencia para enmascarar su relación con la asesinada no sabemos con que espurio motivo.
Cabe destacar el duelo interpretativo que tiene lugar entre un espléndido Ugo Tognazzi, quien para un servidor en esta realiza uno de los mejores papeles en un plano muy contenido y melodramático de su inmaculada carrera, y un más exagerado Vittorio Gassman que igualmente da el do de pecho componiendo un personaje antipático y repelente con esa capacidad camaleónica que poseía esta indudable luminaria del cine italiano. Sin duda memorable se eleva la escena en la playa donde el astuto Santenocito trata de camelar y sobornar con mentiras y falsos recuerdos de niñez al juez Bonifazi con una conversación bajo las olas del mar que alberga la moraleja que brota del film: el sistema se auto-alimenta y por ello cualquier esfuerzo por cambiar el mismo caerá en saco roto.
Risi culmina su obra con un movimiento de maestro de ajedrez. Así cuando el devenir de los acontecimientos presupone cierto desenlace, un espectacular giro argumental permitirá conocer las auténticas causas de la muerte de la joven cuya investigación obsesionaba a Bonifazi. Sin embargo el triunfo de la selección italiana ante Inglaterra en el mundial de fútbol provocará un estallido de júbilo entre la ciudadanía romana. Una ciudadanía cuyos problemas —el paro, la corrupción, la falta de expectativas en el futuro, la pérdida de valores humanistas, etc.— serán olvidados por la alienante festividad futbolística. El fútbol…ese circo con el que los senadores romanos mantienen adormecida desde tiempos ancestrales a ese populacho perteneciente a una sociedad enferma de sus propios vicios e inmoralidades. Un escenario este propicio para que el único personaje honesto que ostenta el film (Bonifazi) termine cometiendo un acto del todo inmoral con el único objeto de derrotar a su obsceno rival. En palabras del maestro Dino Risi: un sistema indecente acabará devorando cualquier síntoma de bondad. Nadie por tanto está a salvo del vicio disoluto.
Son incontables las situaciones y escenas del film que se mantienen totalmente vigentes en la España actual. Ese poder absoluto del gran empresariado, la ferocidad de una industria salvaje que incumple las leyes, la radiografía de una nación durmiente narcotizada por el fútbol y la frivolidad… Nos suena cercano ¿verdad? Todo ello convierte a En nombre del pueblo italiano en una de esas películas necesarias que permiten la reflexión al culminar su visionado. Quizás no sea el aspecto técnico y visual el punto más llamativo de la cinta. No. Aquí no vamos a toparnos con bellas composiciones de planos trazados a través de encuadres artesanos que ayudan a que la historia entre a través de los ojos. Para nada. A Risi no le preocupa lo más mínimo el contorno visual de su obra. Al revés. Huye de todo símbolo preciosista a posta fotografiando una Italia podrida, sucia, repleta de basura tanto en las calles como en los edificios que alberga a la clase dirigente y respetable. Un recurso de maestro que demuestra que las obras menores de los grandes genios del cine son tanto o más interesantes que cualquier obra mayor ideada por un cineasta de motor diesel.
Todo modo de amor al cine.