Sobre la controvertida figura de Elia Kazan caben pocas palabras que añadir a lo ya comentado sobre la misma. Kazan ha sido y es uno de los cineastas más mediáticos, idolatrado por muchos y defenestrado por otros tantos debido a su implicación en los procesos de delación de la Caza de Brujas. Pero de lo que no cabe duda, evidenciado por los numerosos debates que giran en torno a su figura aún hoy en día, es de que Elia Kazan es uno de los más grandes cineastas que ha parido el arte cinematográfico,siendo ello admitido incluso entre aquellos que atacan a su persona, los cuales no titubean a la hora de ensalzar las enormes cualidades que ostenta su cine.
Particularmente como absoluto fan de Kazan que soy, me resulta complicado catalogar una obra de este genio como obra menor ya que todas sus películas me provocan un efecto fascinador. Tratando de ser lo más objetivo posible, no me resultó complicado encontrar bastantes artículos que criticaban negativamente una de mis películas favoritas del cineasta de origen otomano, tachándola de delirio de grandeza, aburrida, mala, cargante, artificial e incluso algún comentario he encontrado en el cual se califica a la cinta como un desperdicio y mala digestión de Bergman. Eso es lo que me ha hecho elegir El compromiso para incluirla en esta gran sección de Cine maldito que es obras menores.
Y es que incluso entre los fans acérrimos de Kazan, El compromiso está considerada como una cinta fallida y alucinógena impropia del estilo depurado, eficaz y clásico del cineasta americano, a los cuales les choca extremadamente que Kazan se dejara llevar por un planteamiento arriesgado y heterodoxo más propio del cine experimental europeo o del Federico Fellini más grotesco. No les falta razón a los que enjuician a esta magna obra de este modo, porque tienen razón. El compromiso es fundamentalmente la obra más original, transgresora y arriesgada de Elia Kazan, y por tanto para mí es su película más personal y propia, incluso más que América, América. Elia Kazan se desnudó de cuerpo y alma adaptando en pantalla una de sus novelas de reminiscencias autobiográficas lanzando de este modo un grito íntimo y personal sobre su filosofía de la vida, sus aventuras, sus demonios y miedos y su tormentosa infidelidad la cual fue un obstáculo que le impidió desarrollar una vida plenamente satisfactoria. Sin duda El compromiso es Elia Kazan en vena y por tanto una pieza imprescindible y necesaria para estudiar y conocer su figura en profundidad.
Grito desgarrador, desesperanzado y desesperado que a su vez le sirvió para verter una soterrada crítica sobre la deshumanización de la consumista y alienante sociedad americana de la época a través de una película de estilo pretendidamente confuso y enmarañado, en la que el silencio extremo de la primera parte de la misma se abraza con naturalidad con la habitual verborrea, picaresca y dominio teatral escénico tan característico del cine de Kazan. Es decir, nos hallamos posiblemente ante la película que mejor define a Kazan como ese hombre atormentado por sus circunstancias que vivió atrapado dentro de una sociedad vendedora de falso bienestar que es en realidad una fábrica emanadora de seres solitarios y melancólicos que únicamente hallan pequeños resquicios de libertad en actos que chocan frontalmente con los términos aceptados por los convencionalismos sociales dominantes.
Quizás la sinopsis sea lo menos importante de la cinta, puesto que el elevado componente metafórico inserto en la espina dorsal del film incita que sea necesario un esfuerzo adicional, que va más allá del mero hilo argumental, por parte del espectador como condición necesaria para disfrutar plenamente de la obra en profundidad, si bien la podemos resumir de la siguiente manera. Despierta otro anodino día en la vida de Eddie Anderson, un exitoso publicista que vive en uno de los fastuosos y desahogados barrios residenciales de las afueras de la ciudad de Los Ángeles. Eddie parece tenerlo todo: éxito, dinero, una guapa y sumisa mujer, una envidiable mansión, un descapotable y la envidia de sus semejantes que anhelan la borrachera de éxito en la cual parece desarrollarse la vida de Eddie. Tras levantarse de la cama (la cual no comparte con su agria mujer), ducharse, desayunar, escuchar las rutinarias noticias (Guerra de Vietnam, publicidad, llegada del hombre a la luna, publicidad, deportes, publicidad….) se trasladará en coche hacia su lugar de trabajo. Sin embargo algo sucederá en esa mañana que rompe la aburrida inercia del día a día. Eddie en un acto de despertar de rutina intentará suicidarse lanzando su coche contra los bajos de un camión. El intento fracasa, provocando en Eddie un estado de aletargamiento catatónico que le impedirá comunicarse con su familia.
Ni su mujer, ni su hermano ni sus compañeros de trabajo comprenden las motivaciones que han llevado a Eddie pretender su propia muerte y tampoco el porqué de que una vez restablecido en casa persista su incomprensible silencio. A partir de ese momento la vida de Eddie se limitará a caminar en bata por el césped de su chalet, ver la alienante programación de la televisión americana y escuchar las elucubraciones de su insoportable esposa al mismo tiempo que su mente viaja hacia escenarios más amables y extrovertidos que le ofrece la presencia imaginaria de su amante, así como gracias a los soliloquios que mantienen con él sus allegados, rememorará acontecimientos vividos en su pasado: sus triunfos en el trabajo, las consecuencias de vivir una vida artificial y vacía, su aburrida vida conyugal, las presiones y traiciones laborales o sus aventuras con una ambiciosa compañera de trabajo. Después de un lento despertar a la vida, Eddie tratará de reconducir la misma, debiendo elegir entre la estabilidad que le ofrece su esposa o el riesgo de empezar de nuevo una vida con su amante con la cual comparte un hijo nacido fuera del matrimonio, así como la última oportunidad de saldar cuentas con su testarudo, avaricioso, amoral y moribundo padre, siendo Eddie el único miembro de la familia que parece comprender y soportar la intensa personalidad del patriarca.
Este esquema basado en mezclar presente con flash back aprovechando los desvaríos mentales que sufre el protagonista es empleado por Kazan para dibujar un retrato personal y arriesgado sobre la crisis existencial en la que acaba sucumbiendo el personaje de Eddie (el claro alter-ego de Elia Kazan), un ser frágil y melancólico encerrado en un falso caparazón de fuerza, firmeza y éxito, al que sus dudas, su miedo al compromiso y a la responsabilidad (que chocan con su dependencia emocional y el estrés que sufre en su trabajo) le hacen cuestionarse el sentido de la vida y de su propia existencia en un mundo dominado por las apariencias y las relaciones falsas, en el cual Eddie no ha encontrado su sitio, obligándole a renunciar a ser él mismo (un sujeto amante de la libertad y el libre albedrío) en aras de alcanzar el dulce y depravado sabor de un ente subjetivo y ficticio que cierta gente ha convenido en catalogar con el denominador común de la palabra éxito. Kazan proyecta a lo largo del desarrollo de la trama una clarividente moraleja, enraizada hondamente con sus vivencias pasadas, en la cual manifiesta que el hecho de gustarse a sí mismo y no efectuar actos que pueden acarrear irrecuperables trazos de remordimiento es condición indispensable para ser feliz en la vida. ¿Quizás Kazan quiso manifestar con El compromiso su derrota personal por el hecho de no haber sido él mismo en aquel famoso momento que marcó para el resto de sus días su existencia?
Visualmente la cinta es espectacular. Filmada a todo color mezclando tonos cromáticos luminosos y oscuros en función de la psicología de los personajes y la intensidad dramática de la escena, Kazan utiliza los recursos fotográficos preeminentes a finales de los sesenta (zoom, fundidos, planos subjetivos, cámara lenta, rebobinados hacia atrás como si de una cinta magnetofónica se tratara, etc) los cuales sirven para profundizar en el cosmos onírico y surrealista que dominan las ensoñaciones del protagonista. Igualmente Kazan rompe la linealidad del relato incrustando en la trama secuencias inconexas influenciadas por el cine mudo en las cuales únicamente se emplea como hilo conductor una estridente música en la cual los dos «Eddies» reflexionan en un ambiente esquizofrénico y Freudiano sobre las circunstancias que marcaron el carácter adulto del propio personaje. Para rematar la faena, el cineasta norteamericano se atreve a filmar unas primerizas escenas de sexo y desnudos adelantadas a su época que sirven de apoyo al cosmos enfermizo que impregna toda la trama.
Como en toda película de Kazan el elenco actoral está sencillamente excepcional. Así Kirk Douglas dio el do de pecho en El compromiso firmando uno de los mejores papeles de su carrera como el atormentado Eddie. Douglas aceptó un papel muy arriesgado, logrando desbordar la pantalla dibujando un papel excesivo e histriónico pero a la vez tierno y deprimente con el cual regaló al público un recital interpretativo solo a la altura de los más grandes. Pero del mismo modo hay que reseñar las estupendas interpretaciones de Deborah Kerr en el papel de la sumisa esposa de Douglas, la fogosa performance de Faye Dunaway que además de guapísima nos brinda una de esas interpretaciones impactantes y poderosas que adornaron su carrera en los setenta y por último el gran Richard Boone el cual también da un recital interpretando al vigoroso y temperamental padre de Douglas.
Sin duda El compromiso es una de las películas más sinceras, honestas y desgarradoras de Elia Kazan y es por ello que resulta chocante que sea una de sus películas más reprochadas y minusvaloradas. Son pocos los cineastas que se han atrevido a desnudar para ser contempladas por el público sus más intrínsecas vergüenzas. Federico Fellini lo hizo en su aclamada 8 y 1/2 al igual que Bob Fosse en su referencial All That Jazz. Sin duda a la altura de estas dos obras maestras podemos situar a Elia Kazan y a ese estrafalario experimento vital que tuvo a bien titular El compromiso.
Todo modo de amor al cine.