No hay duda que los años 60 y 70 nos ofreció un buen puñado de cintas políticas americanas que venían a confirmar el estado mental de una sociedad traumatizada que cristalizó en la lucha de los derechos civiles, el escándalo Watergate y la posterior dimisión del presidente Richard Nixon junto con la cruenta guerra de Vietnam que se libraba en el marco de la guerra fría. Siete días de Mayo, Punto límite (para algunos la verdadera obra maestra de la paranoia nuclear por encima de ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú) o El mensajero del miedo son cintas de los 60 que crearon tendencia. En los 70 encontramos por ejemplo a Todos los hombres del presidente, aunque a mitad de esta época pierde fuelle y la gente empieza a desear opciones escapistas que huyan de la realidad y del cine denuncia.
Es por eso que una cinta como Twilight’s Last Gleaming, o Alerta Misiles en su simple anti-traducción al español, llegó a destiempo para la mentalidad de la época, que mayormente intentaba huir de un pasado poco glorioso para abrazar el cine-espectáculo. Porque el filme de Robert Aldrich se detiene en la podredumbre moral y política del país, mezclando en la coctelera a todos los traumas anteriormente mencionados. Y como tal fue destrozada y hundida en taquilla. El pesimismo y el cinismo dejaban de estar en auge y no había cabida para ese cine político más que en producciones modestas o en el extranjero y no en grandes estudios, como extrañamente había sido el caso. No es extraño que su director tuviera que acudir a Alemania del Oeste para financiar una cinta que nadie quería ver en circulación.
La idea de partida es sencilla; cuatro presos se escapan de la cárcel y guiados por un ex-general condenado injustamente van a parar a un base secreta de misiles nucleares. Pronto lanzan su ultimátum: o se dice la verdad sobre los motivos de la guerra de Vietnam, o atacan a Rusia desencadenando el infierno entre ambas potencias. O lo que es lo mismo, «o hacéis lo correcto , o mandamos a tomar por culo el mundo».
Si inicialmente puede parecer que estamos ante una cinta más enroscada al thriller con un cuarteto protagonista enfrentado al ejército americano, pronto todo desemboca en una obra de tintes políticos con conspiraciones y una dirección que crea varios frentes de acción y sin un protagonista claro. Hay que aclarar que la versión que se estrenó en la mayoría de los países es una mutilación en la sala de montaje que imposibilita entender o profundizar en las intenciones del cineasta, por lo que es totalmente necesario visionarla en el montaje del director, afortunadamente recuperada hoy en día.
Con todo lo dicho, uno queda sorprendido de la profundidad que intenta dar a todos los personajes, sobre todo a los que están fuera de la base militar. Se toca el cielo con la descripción y las capas que se le impregnan a ese presidente de los Estados Unidos bonachón y que ya no tiene nada que ver con la corrupta presidencia de Nixon. En definitiva, es una especie de Jimmy Carter (el mandatario yanki de la época) de buen rollito que de pronto se enfrenta a una serie de dilemas, pero no desde la óptica tradicional del político burocrático y amoral, sino en la de un simpático dirigente. En cambio, todo el séquito que le acompaña es descrito como personas que acarician la banalidad del mal, que deciden que el pueblo americano no está preparado para la verdad, aunque sea justa y por tanto la amenaza debe ser destruida. Hay diálogos de altura, aunque algo teatrales, entre varios de esos hombres acerca del funcionamiento del poder y su mantenimiento a toda costa que tienen vigencia hoy en día.
Burt Lancaster interpreta al ex general que asalta la base y si en un inicio puede parecer el protagonista indiscutible, al final su persona acaba siendo una excusa para hablar de esos traumas enterrados a toda prisa por los americanos, desde el asesinato de Kennedy, la susodicha guerra del Vietnam, la podredumbre moral política o incluso la asimilación de los derechos sociales para todos los ciudadanos.
Todo está muy bien jugado y siempre se intenta explicar, que no justificar, todas las opciones ideológicas y sociales de los implicados. Así, uno de los guardias de la base expondrá su queja al considerar que parte de la sociedad de su país no entendió su cometido en Vietnam e incluso que después de vivir en el horror durante un año tuvo que soportar como a la vuelta «los hippies» le acusaban de asesino de niños, mientras vive traumatizado por la experiencia, lo que no deja de ser una exposición de los hechos aceptada por parte de la ciudadanía y que tuvo como mejor y más efectivo altavoz una cinta como Acorralado (Rambo dice exactamente el mismo discurso). Por otro lado es interesante ver como dos representantes del poder, como son el ex general y el presidente, no son más que títeres y que en el fondo anhelan lo mismo.
Toda la película bascula entre tensas escenas y complots políticos, usando para ello ideas cinematográficas tan modernas como la pantalla partida en varios de los momentos donde los militares intentan infiltrarse en la base ocupada. Casi todas las escenas, rodadas en interior, crean sensación de claustrofobia y peligro inminente. Su final se desmarca con un anti climax que muchos no aceptaron, pero que refuerza toda la cruel y negra mirada de un hombre, Robert Aldrich (Doce del patíbulo o ¿Qué fue de Baby Jane?), que por encima de todo y en retrospectiva crea un relato de hombres que no son «malas personas», pero que no tienen poder real de decisión, salvo Lancaster, que lo desencadena todo. Así que en su crítica al poder acaba siendo el puñetazo más certero a su país, a sus instituciones y a su historia reciente.
Un director que perfiló a su manera la violencia que emanaba de sus cintas y que supo inflarle una psicología única a muchos de sus personajes. Cuando casi todos los demás cineastas dejaron de molestar con el rollo ese de la guerra, las armas nucleares y también decidieron no incidir insistentemente sobre lo mal que se había hecho todo y lo culpable que se debía sentir la gente, llega el tipo ese Doce del patíbulo y se marca uno de los mejores relatos para entender y reflexionar una época.
Muy interesante película aunque su temática y opiniones fueran ya a finales de los 70 casi olvidados por el público masca chicles. Lo curioso al descubrirla en filmin fue la censura Internacional tan tremenda, la película desaparece si solo ves lo doblado. Pero es una censura que aún en 202X sigue existiendo en España para mucho cine antibelicista o muy bizarro. Por dar otro ejemplo hay mucho cine pro-ruso muy cercenado como T-34 una peli muy divertida y loca creada por la productora de World of tanks, en español es Hombres de acero y dura 28 minutos menos que la versión rusa, pero hace poco descubrí que en Italia No la cortaron y ahí no entiendo el motivo de de estos tremendos cortes.