Para que un ‹coming-of-age› verdaderamente resuene con su público, uno de los requisitos es que se mantenga fiel a la realidad y sea lo más crudo posible, sin obviar las partes más duras del paso de la adolescencia a la adultez que muchas veces la sociedad prefiere ignorar.
Eso es exactamente lo que hace Molly Manning en How To Have Sex, su primer largometraje, que ya ha pasado por festivales como el Festival de Cine de Cannes, donde ganó el premio a Mejor Película en la categoría de Un certain regard, el SEMINCI de Valladolid y el REC de Tarragona. Ella no aparta la mirada ante los aspectos más incómodos que giran alrededor de la juventud y las nuevas generaciones, sino que se mete de lleno para abordar estas problemáticas de la forma más realista posible.
El pretexto de la película nos traslada a Malia, en la isla de Creta, donde tres amigas universitarias inician un viaje para desconectar de sus estudios y sus vidas que girará exclusivamente alrededor de los clubs y la fiesta. Nada más llegar, conocen a un grupo de dos chicos y una chica que se hospedan en el mismo hotel y que se convertirán una pieza clave de su viaje. Se trata de una premisa muy común que perfectamente nos podría recordar a los grupos de británicas fiesteras que cada año acuden a Mallorca o Salou a desinhibirse y pasarlo bien.
Como es de esperar, en How To Have Sex el sexo es una de las temáticas principales. La directora hace una reflexión sobre las construcciones sociales que giran alrededor de las primeras relaciones sexuales, la virginidad y, sobre todo, la presión social que se ejerce sobre las jóvenes en este ámbito.
Con una fórmula sencilla, pero que desemboca en reflexiones muy complejas sobre el contexto social en el que vivimos y la forma en que interactuamos en torno al sexo, la amistad y las primeras relaciones, Manning abre un debate sobre el consentimiento en el que demuestra que un “sí” no siempre significa “sí”, y que reducirlo a una fórmula tan simple sería banal e injusto para las víctimas de un abuso sexual o violación.
En la película, el contexto “fiesta” y el alcohol se utilizan como excusa para difuminar la línea entre el bien y el mal y como carta blanca por parte de hombres con una masculinidad muy tóxica para tener comportamientos violentos hacia las mujeres sin miedo a las consecuencias. Una situación ante la cual las chicas no tienen otra opción aparte de cubrirse las espaldas mutuamente.
Y es que precisamente el aspecto más terrorífico de la historia es el nivel de conexión que genera con su público más joven al mostrar una realidad tan aterradora con la que tantas chicas se sienten identificadas. Situándonos en medio de una fiesta, un escenario que muchos de nosotros hemos vivido, la directora ejemplifica a la perfección cómo los roles de género influyen en nuestra forma de relacionarnos, y cómo los conceptos tradicionales asociados a la masculinidad y la feminidad juegan un papel esencial en ciertos rituales sociales que dejan en evidencia el machismo presente en nuestra sociedad.
El grupo de amigas, que adopta a la protagonista cuando la ven sola en la discoteca con un hombre que claramente la está incomodando, es uno de los muchos de mecanismos necesarios para protegerse, pero que solo actúan como parche ante una problemática que sigue muy vigente y que se sostiene en la cultura de la violación. La protección del violador, el silencio del entorno que sabe lo que ha pasado o la normalización de ciertas conductas machistas en contextos de fiesta son algunos de los pilares sobre los cuales se sostiene este sistema, y que Manning aborda y denuncia en How To Have Sex.
De forma implícita en el film, la directora deja claro que es necesario abrir una conversación en la cual las mujeres se sientan seguras para hablar abiertamente sobre lo que han vivido sin miedo a ser juzgadas, pero que es igual de importante mostrar apoyo a las víctimas que no se atreven a hacerlo.