La mayor parte del cine de Hou Hsiao-Hsien —a excepción de los primeros largometrajes que hizo en los años 80 dónde se dedica a rodar películas más comerciales y sin personalidad— tiene un sello único, una forma de entender las imágenes y la narrativa que solo viendo cinco minutos de cualquier cinta que haya hecho el taiwanés puedes llegar a adivinar que es suya. No iba a ser menos El vuelo del globo rojo (Le voyage du ballon rouge, 2007) proyecto que inicia el Musée d’Orsay y le encarga al cineasta. Aquí sigue habiendo espléndidos planos marca de la casa donde aparentemente no ocurre nada —y que también están en su última estrenada, The Assassin—. Esta vez el director oriental rueda íntegramente en las calles de París, en un París que sólo vemos de día.
Que el título haga referencia a un globo rojo, y que en la cinta veamos como ese globo se pasea por los cielos de la capital francesa nos lleva al mediometraje que Albert Lamorisse dirigió en 1956, y que Hou Hsiao-Hsien homenajea (recordemos también el homenaje que realizaría en 2004 con Café Lumière a Yasujiro Ozu). Al igual que el mágico globo de Lamorisse, éste también hace caso sólo a un niño y será a través de su mirada cuando lo veamos. Un globo que viene de los años 50 y que confrontará a las nuevas generaciones —que tienen ahora una gama más amplia de entretenimiento— con las anteriores, en las que un simple trozo de goma con aire podía traer felicidad y distracción como así nos mostró Albert en el año 56. Pero esta producción francesa también nos trae otra confrontación, la de Oriente con Occidente, y va de la mano de dos mujeres. La occidental es Suzanne, interpretada por Juliette Binoche —que el director ha manifestado era idónea para su tipo de cine y define como la antítesis de la actrices de Hollywood, una actriz de verdad interesada por el cine de autor— una artista dedicada al mundo de las marionetas que vive con su hijo pequeño en un minúsculo y acogedor apartamento de París. La otra es Song (Song Fang), una taiwanesa que debuta en el mundo de la interpretación y que así como en su papel en la película, también es estudiante de cine. Hou Hsiao-Hsien la pone delante de la cámara debido al carácter plácido que descubrió cuando la conoció en su país. Ella hará de niñera de Simón y será un personaje clave para un niño que vive más con todos los que le rodean que con su ajetreada madre.
La confrontación Oriente-Occidente viene implícita en las personalidades de ambas actrices. Suzanne vive en un estrés constante con todo lo que conlleva vivir sola con su hijo, tener unos vecinos desagradables, intentar convivir telefónicamente con su marido que vive en Montreal y además cuidar de un niño al cual dedica menos tiempo del que ella querría. No pocas veces vemos a Binoche angustiada delante de la pausada cámara de Hou, incluso ella misma en un momento se queda perpleja al ver que un mozo de mudanza lleva un pinganillo mientras trabaja y que deviene en el colmo del estrés. Y tenemos la antítesis, Song se desenvuelve al ritmo de la puesta en escena, siempre tiene una palabra amable, no la vemos nunca alzar la voz. Dos mundos muy distintos, dos universos que se miran uno al otro a través de cristales o ventanas (constantes durante todo el metraje), sin interferir. La escena clave de esta oposición viene casi al final, cuando todos los personajes están dentro del apartamento incluido un afinador de pianos invidente, y que será crucial para comprender todo.
Pero donde te gana la película del director oriental es en su ritmo, la hermosura de sus planos y la historia sensible y sincera que cuenta. Una cinta que al igual que la última estrenada en este 2015 necesita un tipo de espectador que ponga sus cinco sentidos en ella, que tenga paciencia, que saboree cada plano y cada detalle de ese lindo apartamento tan acogedor —donde nos gustaría vivir— de esas calles que tan bien filma como si de Rohmer se tratase y conociera la ciudad desde siempre, y de los incansables vuelos del globo rojo tan armoniosos en conexión con la música de piano. Hou Hsiao-Hsien necesita que hagamos un esfuerzo, eso es innegable, pero cuanto más vigor le dediques más placer te devuelve.