Hong Sang-soo podría calificarse (entre otras muchas cosas) como autor del cine de las paradojas. Unos films que hablan de sucesos contradictorios, de emociones contenidas, no desarrolladas o explotadas hasta el dramatismo hiperbólico. Un cine donde a menudo el espacio-tiempo se difumina al ritmo de la personalidad de sus personajes. Y más allá de eso, como otra de sus parábolas metacinematográficas, sus películas son tan reconocibles y aparentemente iguales como a posteriori diferentes, marcadas y cíclicas.
Hotel by the River es una vuelta al Sang-soo más reflexivo, más puro e incisivo. Un film que se vincula con un reseteado completo de lo meta y de la confusión temporal para focalizarse en una linealidad y gravedad que busca una aproximación más directa a un conflicto nada habitual en sus films como es el de las relaciones entre padres e hijos.
Salvando las evidentes distancias formales Sang-soo juega a ser Ozu a través de las codas paisajísticas, del diálogo trascendente construido a partir de la nadería de la cotidianidad o de silencios que tanto pueden revelar ahogos como respirar espiritualidad, amor, reconciliación. Esta dualidad, plasmada también entre mundos de sensibilidades diferentes como el masculino y femenino fluye, como no puede ser de otra manera, entre el reposo y el efluvio alcohólico, entre la timidez, la casualidad y el drama.
Con un blanco y negro saturado y un grano omnipresente, Sang-soo rehúye, una vez más paradójicamente, todo atisbo de ficcionalidad para hacer una inmersión en una realidad invernal tan dura, fría y bella que no deja resquicio para el color. El (los) conflicto(s) es el lugar ideal para que el gris adorne los pros y contras de las revelaciones y secretos que la calma (impostada) de la localización escogida, un hotel tan impersonal y aislado que solo puede ser rellenado a través de las sensaciones y sentimientos de sus personajes.
Un espacio absolutamente desnudo, al igual que sus alrededores (carreteras, paisajes, restaurantes) que parecen configurarse como micro universo destinado a ser habitado solo por los protagonistas de la obra. El mundo pues, se revela como un teatro donde la vida circundante es el atrezzo y la realidad son solo las palabras los actos visibles e invisibles y las acciones presentes y pasadas de los actores.
Pero si una sorpresa nos depara Hotel by the River es su inusitada crudeza. Efectivamente no faltan los momentos de humor y de situaciones absurdas, pero siempre un tanto adornadas con un sarcasmo triste. Sin embargo, lejos de la habitual querencia por una finalización ambivalente o como mínimo sardónica sobre el drama, aquí entramos en un territorio desconocido, duro y directo. Sang-soo opta por llevar al extremo los presentimientos declinados en voz alta hasta una consumación final donde, casi como metáfora de toda la película, nos trasladamos de un fuera de plano misericordioso hasta uno de los planos más cortos, físicos y brutales de toda la filmografía del director. Un plano irrespirable, sollozante que golpea por inesperado y por lo coherente con todo lo exhibido hasta el momento. Dolor y gloria, otra paradoja más.