«Aquel día aprendí que las manos, para quien sepa observar, pueden reflejar las emociones tan bien como la cara. Igual de bien e incluso mejor, porque escapan más al control de la voluntad.»
Jean-Pierre Melville, El silencio del mar, Francia, 1949, min. 62.
Con estas palabras proferidas por la voz en off de esta obra soberbia y mítica que es El silencio del mar Melville reflexionaba sobre la manifestación más clara, pura y fiel de la tensión humana que supone el movimiento incontrolable de las manos en ciertas circunstancias. Pues bien, es precisamente en esta expresión del cuerpo en la que incide Fien Troch en Home, película que ha pasado por la reciente edición del Festival Internacional de Rotterdam. Una sucesión de momentos llenos de tiranteces que desembocan, antes o después, en un plano detalle de manos agitadas como válvula de escape. Una forma de evasión que sirve tanto para el personaje dentro de la narración que manifiesta y libera así todo su estrés, como para el propio espectador, que parece sentir cierto alivio al dirigir la mirada hacia otro lugar que no sea el registrado por el vaivén de la cámara nerviosa de la directora belga. Es así como el contraste entre los rostros espectrales de los personajes y sus convulsas manos pueden identificarse en cierto sentido con las facciones cansadas y tristes de los tres habitantes de la casa a la que Melville dota de vida y las manos del capitán. Lo que refuerza la validez y la certeza de la reflexión del director francés.
Home habla de la adolescencia y, por juego de opuestos, de todo adulto. Cromo repetido. Fien Troch mira hacia el estilo de los hermanos Dardenne y recoge dosis de provocación de Larry Clark por el camino para construir una historia más sobre el conflicto entre autoridad educativa (padres, profesores) y adolescentes. Guerra que nunca tiene fin y que vuelve a ser abordada de la misma manera (tenemos todavía La madre —Alberto Morais— pululando por la retina). Con aspiraciones de supuesto realismo, la cineasta belga seguirá a sus protagonistas de cerca cámara en mano, registrando sus rostros, sus cuerpos y los espacios asfixiantes que hay entre unos y otros. Y es que estos planos cerrados tan cargantes siempre funcionan para contar este tipo de historias. Troch va manipulando el odio que desprenden cada mirada y cada palabra de manera ascendente, marcando siempre el ritmo de una creciente tensión que lleva sabiamente hacia el paroxismo. Lo malo es que estamos tan sobreexpuestos a la imagen que las provocaciones que estos directores proponen no funcionan, están anticuadas. Y eso es peligroso. Irritan, por supuesto, y te mantienen rígido ante la pantalla porque hay más gente a tu alrededor percibiendo el límite de lo humano, y te da vergüenza. Pero ya no producen escándalo, nos estamos acostumbrando. Es en este aspecto en el que Troch hace gala de su inteligencia introduciendo con sentido y de manera oportuna planos realizados con cámara de teléfono móvil haciéndonos ver así que las gilipolleces que se graban con estos (violaciones, palizas, humillaciones), puramente reales, son tan bestias como la ficción más cruda.
El problema llega cuando Troch se posiciona. La directora belga retrata a una generación perdida que va, de manera parecida al péndulo de Schopenhauer y su concepción de la vida humana, oscilando del sufrimiento al aburrimiento. Pero no por su propia voluntad, ni tan siquiera por la naturaleza misma de la vida. Troch señala a culpables, y estos son los padres y los profesores. Un tono general que decepciona y chirría en exceso. Especialmente cuando hoy todos somos los culpables y las víctimas en un mundo loco en el que la conciencia de la vida como algo efímero ha desaparecido como consecuencia de la posibilidad de que todo puede ser registrado y, por lo tanto, aparentemente inmortal. Es en función de este ansia de alimentarse de inmortalidad por el cual una gran cantidad de individuos acabados que habitamos en un mismo tiempo hacemos lo que nos viene en gana con tal de vernos reflejados fuera del tiempo. Somos nuestros propios verdugos, Troch, no mates al padre/madre todavía.
Home transpira pesimismo por todos sus poros. Un desánimo que la diferencia de sus semejantes y que deriva en odio. Y es el odio, en la sinceridad que siempre acompaña a su expresión, un dardo que, usado en su justa medida, puede combatir con eficacia la hipocresía del “like” que nos rodea. Es aquí donde Fien Troch se sitúa a la cabeza.
Ya ví la película. Me movió a pensar si de verdad en el tercer mundo aspiramos al nivel de vida de la Europa desarrollada. Será que el niño que lo tiene todo está igual de vacío que el que no tiene nada? El casi silencio de todos los personajes asusta.
Creo que el comentario del crítico en realidad no aporta nada. Usa muchas palabras para parecer conocedor y su comentario es inútil para saber si vale la pena o no asistir a la sala de cine