La primera sensación que transmite el nuevo trabajo de Tim Blake Nelson como director es cierta ingenuidad en cuanto a tipoligía de personajes y al planteamiento formal. La película presenta un estilo de narrativa algo manierista que parece querer enfatizar la comicidad de cada situación en lugar de permitir que el potencial cómico de las mismas salga por si solo; como si tratara de alcanzar formalmente aquello que le falta al contenido. Esto es algo que encontramos por igual en la puesta en escena, en el montaje e incluso en las interpretaciones. Recordemos, por ejemplo, la escena en que Bill Kincaid es sorprendido en su despacho en el momento en que una de sus alumnas se abalanza sobre él con intenciones cuanto menos éticamente cuestionables. Se trata de una escena nada contenida en la que observamos a tres personajes dos de los cuales parecen más interesados en provocar carcajadas que en resultar creíbles, como sucede también con el estilo narrativo (como dijimos, puesta en escena y montaje) que en ella se emplea. Un estilo narrativo que no pronostica en absoluto el inesperado cambio de rumbo que de repente toma la película.
Transcurrido el primer acto de la cinta, se producen una serie de acontecimientos relativamente inesperados que transforman lo que hasta entonces parecía una poco inspirada comedia de enredos en un crudo thriller de tintes “coenianos”. Y lo más curioso es que el cambio sienta sorprendentemente bien a la película. Se trata de un radical cambio de registro que no solo borra de un plumazo el torpe estilo narrativo antes mencionado, sino que además logra no desencajar en absoluto con todo lo expuesto hasta entonces. De repente nos encontramos ante situaciones creíbles por la incomodidad que transmiten, como el encuentro entre Bill y su madre o escenas de resolución imprevisible como la reunión entre Brady (hermano gemelo de Bill) y el narcotraficante interpretado por Richard Dreyfus. Es entonces cuando aquello que veíamos como una innecesaria e ingenua comicidad se convierte en un simpático suavizante de la tragedia. Además, los personajes parecen ganar solidez y su interacción con cada situación resulta tan creíble como moralmente dudosa. Una lástima que el desenlace no esté a la altura de todo ello.
Poco antes de la finalización del tercer acto de la cinta, se da un inesperado enfrentamiento entre determinados personajes que nos brinda la que en mi opinión es la mejor escena de toda la película. La suma de una fantástica interpretación por parte de los actores con una dirección contenida pero segura de si misma logra plantear un inquietante conflicto igualmente bien resuelto. Pero la voluntad del director de llenar huecos en realidad intrascendentes conduce a la película por caminos tan previsibles como (de nuevo) formalmente mal resueltos. Ello acaba por dejar abiertos huecos verdaderamente importantes (¿que sucede con la situación laboral de Bill?) y enfatizar detalles innecesarios (la almibarada redención de Bolger, amigo íntimo de Brady). Así es como la escena que parecía presentarse como el clímax ideal para el desenlace del relato se convierte en el canto de cisne de una película que acaba dejando a medias la explotación de todo su potencial. Desafortunadamente, cuanto más avanza el argumento a partir de entonces más da la sensación de que el narrador no logra encontrar el modo de terminar su discurso.
A pesar de todo, podemos decir que la película cuenta con suficientes ingredientes interesantes como para merecer su visionado. La interpretación de Edwart Norton, por no ir más lejos, invita a ser disfrutada desde el primero hasta el último minuto. Cabe decir, además, que Hojas de hierba cuenta con ciertos personajes indudablemente interesantes, como por ejemplo la madre de Bill y Brady, interpretada por Susan Sarandon, o el ortodoncista al que conoce Bill en su viaje en avión, interpretado por Josh Pais (recordemos, insisto, la fantástica escena que tiene lugar pocos minutos antes del desenlace). Ambos personajes están tan bien perfilados que verdaderamente da la sensación de que su participación en la película es algo casual. Esta nueva incursión en la dirección de Tim Blake Nelson, pues, no deja de ser un divertido entretenimiento, tal vez algo desigual, pero que en sus mejores momentos nos brinda escenas de cine en estado puro. Sin duda, una película que merecía ser llevada a nuestras carteleras mucho antes que tantas otras en vez de cuatro años después de su estreno en USA.