HLM Pussy, que sirve tanto de título como de espontáneo grito de guerra para las protagonistas, nace como una idea renovadora a las tan veneradas ‹coming of age›. Nora el Hourch nos habla en su primera película desde un punto de partida que no necesariamente rompe con la inocencia de la adolescencia para tratar temas muy vigentes y de una extrema dureza con total naturalidad.
Para esto ayuda y mucho la selección de actrices, también debutantes, que interpreta al trío de amigas que enfrentan sus días de instituto con personalidades muy potentes y totalmente contrarias que empastan a la perfección. Amina, Djeneba y Zineb son tres jóvenes que provienen de familias totalmente contrarias, representando diferentes estratos sociales y raciales con una de esas amistades imposibles de romper. La directora, lejos de empeñarse en presentar otra película de descubrimiento personal, se acerca a distintas problemáticas muy en boga entre la sociedad francesa. Desde su primera escena nos deja claro que su juventud no es algo que anule su concienciación respecto al consentimiento, la libertad y el feminismo, términos que van a rodear toda la película aprovechando la frescura que transmiten las actuaciones de las protagonistas.
Una agresión sexual a una de ellas lleva al límite la concienciación de las muchachas y de paso su amistad al enfrentarse a la realidad. Es el momento en que aprovecha para dar forma a esas diferencias orgánicas en la forma de funcionar las vidas de las jóvenes. Amina procede de una familia acomodada y es la encargada de forzar la denuncia de los hechos vía redes sociales bajo el nombre de HLM Pussy, mientras Djeneba y Zineb, de origen más humilde, son las que se ven envueltas en un ciclón para el que no estaban preparadas. Esa acción resolutiva que se acomete sin calcular las consecuencias da un vuelco al tono del film. El drama surge y equilibra muchos puntos de vista sin intención de juzgar cuál es el adecuado para un tema de tal magnitud, aunque sí existe el interés por denostar el comportamiento del agresor. Porque considera la intención en caliente de mostrar al mundo aquello que no se puede permitir de Amina, pero también la negación de Djeneba o la necesidad de ocultarse y dejar que todo se olvide de Zineb, mientras los adultos —que en la película no acaban de empastar con el tono que mantienen los más jóvenes, al servicio del drama y el inmovilismo en sus ideales, y quizá se desaprovecha la presencia de Bérénice Bejo— no intentan formar parte del problema ni de la solución, meros espectadores ciegos para mostrar esa diferencia generacional.
Es interesante cómo introduce para recalcar su mensaje cortes de vídeos reales de la ‹performance› del colectivo chileno Las Tesis Y la culpa no era mía, convirtiéndolo en un himno que transforma en energética banda sonora para dar fin a tanto acontecimiento al ritmo de «el violador eres tú», de un modo pegadizo y a la vez tajante.
También ansía compartir sus apreciaciones sobre el racismo, llevándolo a otro nivel al hablarnos de inmigrantes de primera y de segunda, de pérdida de raíces o de la normalización de la convivencia entre ellos —una de las protagonistas comenta en una clase donde surge el tema que solo había que ver en qué lado de la calle cogía cada una el autobús para volver a casa—. Se transforma así una película luminosa y positiva, en un juego de claroscuros donde la forma individual en la que cada personaje participa en el conflicto ofrece un abanico de posibilidades que no permite decaer en estereotipos y frases banales. Nora el Hourch tiene claro lo qué quiere narrar y aunque se permita en alguna ocasión abusar de la respuesta lacrimógena, para nada desmerece una historia cristalina, con recursos y muy buenas actuaciones que sabe aprovechar el momento y grita en favor de la hermandad femenina y del derecho a trascender más allá del aspecto, de la familia o del estigma que parece ser en ocasiones ser mujer.