Manuel Von Stürler ganó en los Premios del Cine Europeo el trofeo al mejor documental con Hiver nomade, una historia que, a priori, no tiene mucho que decir. Von Stürler se vio atraído por uno de esos oficios en extinción, paradigma de las transformaciones mundiales, que hay en Europa: La trashumancia (es decir, el pastoreo en continuo movimiento para mantener al ganado alimentado).
De este modo, y tras bastante tiempo de preparación, comenzó a rodar este largometraje, que nos sumerge en el oficio de Pascal y Carole, quienes tienen que alejar a un rebaño de ovejas de las inclemencias de un invierno suizo particularmente duro. Ambos pastores comienzan su viaje con buena disposición y ánimo incansable. Y nosotros nos limitamos a acompañarlos.
Así, veremos como es el día a día de un oficio sacrificado, que no tiene fines de semana ni horario definido. Una profesión vocacional, pero prácticamente anacrónica. Desde luego, el contraste que se ve en determinadas escenas de las ovejas y los burros llevando los sacos junto a automóviles o señales de carretera resulta fascinante.
No obstante, precisamente en el impacto visual reside una de las grandes fuerzas de esta película. Los campos nevados, la vida al aire libre, la impresionante estampa del rebaño guiado, indistintamente, a través de campos, bosques o ciudades. La belleza fotográfica es, prácticamente, de postal. De hecho, tan solo hay dos escenas que transcurran en algún espacio cerrado, correspondiendo siempre a los escasos descansos de los dos pastores.
La relación entre ellos también es uno de los grandes alicientes de la película. El director opta por seguirles, y filmarles, pero no interferir con ellos para nada, siendo un observador más. De este modo no hay entrevistas, no hay interactuación con la cámara, y, por tanto, no hay más explicaciones. Es un documental hecho al modo de una obra de ficción, donde las cosas deben explicarse por sí mismas. Y a quien no le guste, que trate de intuir.
Aun así, pese a dejar que la narración se defienda por sí misma, esta no deja de dar reflexiones interesantes, aunque sea en las conversaciones que tienen sus protagonistas a la lumbre. Los cambios generacionales, las ventajas (y desventajas) de la vida campestre, la dureza y el romanticismo de los antiguos oficios en una época en la que el éxodo rural es, prácticamente, un lastre social. Todo está en lo que se dice y en lo que se deja de decir.
Es la crónica de un oficio, pero también la crónica de un viaje. El ganado no tiene otra finalidad que ser consumido finalmente. A intervalos, van pasando a recogerlo para que la gente pueda cenar cordero en Navidad. De este modo vemos también la cara B del proceso productivo, se pone un énfasis en la parte de la economía alejada de bolsas, acciones y puros números.
De algún modo, hay una crítica velada a toda la sociedad moderna. Pascal y Carole tienen problemas durante el viaje, que deben ir solucionando ellos mismos, dependen, en muchos casos, de la buena voluntad de los habitantes que se encuentran (que les ayudan o no lo hacen) y que miran sorprendidos una forma de vida que desconocen y les asusta. Es el hombre en simbiosis con la naturaleza, una vida sencilla, pero estimulante. Una balada a la melancolía del oficio y un canto a la belleza del medio natural. En el fondo, es una cámara y una historia que filmar. Eso es la esencia del cine. En este caso, va directa al corazón.