Abejas en tiempos sombríos
No son pocos los retratos femeninos que nos brinda el cine de autor europeo en los últimos años. Es tentador ubicar en el radar a films coetáneos del calibre de Demasiado Cerca, Dios es Mujer y se Llama Petrunya o Beginning antes de iniciar el visionado de Colmena, el debut cinematográfico de Blerta Basholli y que lleva matrícula kosovar. Las citadas son tres películas que parten de un estudio de personaje para, en segundo término, poner en jaque un contexto social castigado por la hostilidad y el desapego de unos gobernantes sin escrúpulos. Hive, sin duda, es una más en esta lista, y responde a una tradición focalizada en visibilizar el rol femenino en los alvéolos de las sociedades patriarcales.
Fahrije, la protagonista de esta historia, se nos muestra como alguien que convive con la resignación y el hastío en el seno de una comunidad conservadora, sin recursos y azotada por un conflicto bélico que parece extenderse interminablemente, pero que queda en fuera de campo. Apenas hay, de hecho, alusiones directas a los enfrentamientos armados, como espectadores sólo atendemos a sus lastimosas consecuencias, como la larga espera de las familias para recibir ayudas gubernamentales y poder enterrar dignamente los cuerpos de los alistados. Estas consecuencias de carencia y menosprecio son las que motivan a Fahrije a dejar atrás su oficio de apicultora y mudarse a la ciudad en busca de oportunidades más dignas. Para ello, se propone vender ajvar casero en contra de las reticencias de sus allegados, y abandona su colmena para, igual que las abejas, transportar el alimento con el objetivo de sobrevivir. Hermosa y poética es esta equiparación de las comunidades humanas con estos insectos polinizadores, efectuada en el cine español de la mano de Víctor Erice o Mario Camus, o también en Checoslovaquia por parte de Juraj Jakubisko, autor de La Abeja Milenaria.
En su debut, la cineasta demuestra mucha astucia a la hora de presentar a los personajes, pues deja margen a que el espectador se familiarice con el rostro de la protagonista mientras subraya su pasividad ante las acciones ajenas, una actitud observante que permite al espectador acceder progresivamente a su subjetividad. Ya desde un comienzo, pues, sabemos que no está ocupando un espacio que le otorga lo que se merece o al menos lo que necesita para ser feliz.
Hay un instante muy revelador en el que ella se ubica tras el volante y un hombre se acerca al vehículo, devolviéndole una mirada entre la frialdad y la incomprensión, y en ningún momento se verbaliza la sorpresa de él al toparse con una mujer conduciendo. Una coyuntura que no es descabellado equiparar a la de films como Ten, de Abbas Kiarostami, donde también conocemos a un personaje femenino conduciendo un coche en el corazón de Teherán.
Basholli sabe bien que los gestos minúsculos atesoran grandes connotaciones, y más cuando se anexionan a un conflicto estatal en el que es menester, y la directora lo tiene en cuenta, expresar lo máximo con lo mínimo, sin pretensiones de abarcar más de lo que puede. Asimismo, el plano que cierra la película desprende lirismo trágico, pues Fahrije ha recibido una mala noticia y deja que una abeja se pose en su mano, como si el dolor físico ocasionado por una picadura ya no importara.
A fin de cuentas, Hive no sólo pone de manifiesto las vicisitudes sociales de este tumultuoso estado balcánico, sino que denuncia la contradicción de este tipo de países, que acogen a sus habitantes a la par que los minusvaloran. Su mayor virtud es que lo que pierde en furia lo gana en sutileza e intensidad dramática y, gracias a ello, el film puede quedarse a revolotear en nuestra cabeza durante varias horas.