Cesc Gay sigue fiel a su vocación teatral cada vez que decide incursionar en el cine. Solo hay que recordar Una pistola en cada mano y esa confrontación de hombres y mujeres en conversaciones con chispa, escenas cortas y mucha química. Una fórmula fresca, directa e infalible que se ha convertido en marca de la casa y que deviene en una magnética atracción para que los actores den rienda suelta a su verborrea.
El director se vuelve a rodear de rostros hartamente conocidos en el panorama español en su último trabajo, que ya perfila sus intenciones desde el título. Con Historias para no contar, Cesc Gay comparte a través de cinco episodios independientes sus pesquisas sobre la habilidad que mejor ha perfeccionado el ser humano: la mentira socialmente aceptable. No es una novedad que el guion se centre en las relaciones personales, ya sean de pareja, laborales o de amistad, para componer un variopinto arco de posibilidades sobre una misma inquietud, y precisamente por ello, en la película encontramos la soltura habitual y la comodidad de sus protagonistas para llevar adelante sus líneas de diálogo. Quizá el problema es que de tan cómodo y relajado que parece el director en aquello que ya sabe llevar a cabo incluso con los ojos cerrados, las historias tienen un peso desigual en el resultado, y es fácil que las sonrisas iniciales se traduzcan en un pasatiempos que no consiga calar en su plenitud.
Lo que sí resalta dentro de estos grupos de personas con belleza, soltura y saber estar, en representación de una clase solvente, afín a la cultura y no siempre tan adaptada a los nuevos tiempos como podría parecer por sus estilismos, son esos estudiados y modernos escenarios que nos transportan por las calles de Barcelona, rompiendo la idea de escenario único tan afín al teatro, con decorados milimétricamente pensados para que la luz sea radiante y combine con esos momentos de micro-tensiones que se generan en cada capítulo. La idea general es partir de encuentros, fortuitos o planeados, donde siempre hay una verdad a medias que no termina de calar entre todos los integrantes, generando el conflicto que a unos lleva al bochorno, a otros a la inspiración, y siempre combina con la necesidad de tener un interlocutor dispuesto a escuchar abiertamente para que el otro pueda mentir descaradamente.
Se repite entonces la estructura y sobrevuela un mismo concepto, pero cada parte de esta historia posee una esencia propia e intransferible. Pasamos por problemas de pareja, por amistades imperfectas, por aquellos que cuentan los años de una vida juntos o los que apenas se acaban de conocer. También sabe ser divertida de un modo en el que hasta las escenas más tensas se convierten en comedia, dando esa idea de flexibilidad y viveza, compitiendo quizá con la comodidad de trabajar con actores fuertemente experimentados en todo tipo de papeles, por lo que, cuando no empasta del todo aquello que no deberían contar (por ser fiel con el título), sí se expone de un modo muy fácil la complicidad con los compañeros de reparto.
Historias para no contar se sostiene gracias a la comparativa con nuestra forma de relacionarnos diariamente, y su formato episódico consigue que el film se pase en un suspiro pero, en ocasiones, contemplar un producto sencillo y directo puede desvirtuar la gracia innata de cualquier proyecto, incluso de uno escrito por Cesc Gay, siendo una propuesta ocurrente y muy entretenida, sí, pero irremediablemente pasajera.