Mantengo una extraña relación de amor y odio con el cine de Seijun Suzuki. Reconozco que es uno de esos autores imprescindibles y fundamentales que rompieron las estructuras clásicas de hacer cine en el Japón de los sesenta, de modo que sin su atrevimiento a la hora de enfrentarse con los magnates de los estudios Nikkatsu seguramente el camino que hubiese recorrido el cine japonés en años venideros no hubiera sido tan libre e hipnótico como el que hemos conocido. Este es un punto muy a favor de la figura de Suzuki acerca de su importancia en la historia del cine. Sin embargo, vistas sus grandes obras (es decir, aquellas que poseen un incontable número de defensores e incondicionales tales como El vagabundo de Tokyo, La vida de un hombre tatuado, La puerta de la carne y Branded to kill), éstas me suscitaron una sensación de enfado y bostezo innato quizás provocado por las enormes expectativas con las que acudí a mi cita con Suzuki. Su cine sencillamente no me gusta, ya que lo encuentro demasiado excesivo e impreciso, de una narrativa que apuesta por el absurdo de atmósfera pop no exento de humor estrafalario un tanto chapucero casi siempre sin gracia, aparte de por la heterodoxia frente a ese surrealismo hipnótico y cautivador que poseen los más grandes cineastas vanguardistas de la historia del cine.
Empero, igualmente que no me gusta, su cine no me deja indiferente, siendo este un aspecto que engrandece la estampa de cualquier cineasta con esta natural cualidad de hechizo, ya sea este un embrujo positivo o negativo. Hecha esta carta de presentación, admito que Historia de una prostituta es la única obra de Suzuki que me ha cautivado y seducido con la misma intensidad que las cintas que más me gustan. ¿El motivo de esta afección? Creo que el mismo se halla en el hecho de que Historia de una prostituta es la película más madura y potente tanto desde el punto de vista narrativo como visual de Sukuzi. Sin ser una película de atmósfera clásica (imposible con esos ralentís, montaje sincopado, ruptura impostada de imágenes e interpretaciones animales sobre todo la de Yumiko Nogawa, actriz que ya había trabajado con Suzuki en La puerta de la carne), si que se percibe una mayor contención de Suzuki a la hora de construir los cimientos de su obra, siendo pues la película del director japonés que mejor se adapta a lo que podríamos calificar como cine japonés clásico, este es, el que se erige por medio de una trama lineal que soporta el peso del montaje escénico, apoyada en una fotografía en la que la belleza y la pausa a la hora de plasmar en pantalla la historia triunfan sobre puntuales movimientos nerviosos de cámara instrumentados en mareantes zooms así como en primerísimos planos que impiden contemplar en toda su plenitud la profundidad y delicadeza de los escenarios en los que discurre la sinopsis.
La película abraza un argumento muy similar al desarrollado por otro grande de la Nueva Ola Japonesa como Yasuzo Masumura en su obra maestra Red Angel. Así el film narra la historia de Harumi, una joven que despechada por un desengaño amoroso decidirá embarcarse como prostituta del ejército japonés viajando para ello al frente de Manchuria. En el camino hacia su destino, Harumi sentirá una profunda atracción hacia el joven Mikami, un hombre de mirada pura no pervertida aún por la maldad de la guerra que ha sido asignado como ayudante de un despiadado y animal comandante que dirige con mano dictatorial y corrupta su regimiento, el inhumano y cruel Narita. Una vez en el frente, Harumi descubrirá la brutalidad y violencia de la guerra por medio de sus obligados encuentros sexuales con los soldados japoneses, pero fundamentalmente por sus encuentros con el bárbaro Narita, ejemplo de esos oficiales del ejército imperial que degeneraron la caballerosidad japonesa en su propio beneficio, el cual se encaprichará de manera enfermiza de Harumi. A pesar del hostigamiento sexual de Narita, Harumi luchará por el amor del subordinado Mikami, cayendo pues ambos en una espiral de pasión, cumplimiento del deber y lucha por su libertad que chocarán de frente con el ambiente achacoso, bárbaro y dictatorial presente en los mandos y miembros del ejército japonés.
Desde el punto de vista estrictamente técnico, Historia de una prostituta es sin duda un portento y por tanto una pieza de indispensable visionado para todos aquellos que disfrutan del arte cinematográfico en su sentido más amplio. Suzuki mezcla con un virtuosismo sorprendente reposados y sensibles planos dotados de un llamativo sentido introspectivo al más puro estilo de Kenji Mizoguchi o Mikio Naruse, con otras secuencias marcadamente iconoclastas muy en la línea del cine europeo de la época (sin duda el efecto Godard tiene mucho que decir en el cine de Suzuki), sin que esta extraña unión incite una quiebra en el resultado final del film.
Desde el punto de vista generacional, la película podría calificarse como un melodrama de intensa profundidad trágica (a ello contribuye el hecho de basar la historia en una espléndida obra de Tajiro Tamura, novelista que también fue adaptado por Suzuki en La puerta de la carne), muy del estilo de la ya citada Red Angel, pero también equiparable a las grandes obras de Mizoguchi protagonizadas por sufridas geishas, esto es, aquellas cintas en las que el genio de Mizoguchi se centraba en mostrar la tortura que los amores imposibles imprimen en el alma humana. Me encanta que Suzuki huya de todo intento de experimento y extravagancia tan típico de su cine a la hora de confeccionar el esqueleto principal del film. Pese a contar con la oportunidad de rodar en exteriores grandes escenas de batallas cargadas de extras, Suzuki optó por el minimalismo rodando principalmente en estudios y decorados de cartón piedra, lo cual otorgó a su obra un carácter teatral e intimista ciertamente remarcable y cautivador. La composición de escena de Suzuki ennoblece el ambiente pictórico tradicional japonés que desprende la cinta, siendo éste un punto que conecta con inteligencia la modernidad visceral del cineasta japonés con la tradición oriental. Así esto sirvió a Suzuki para lanzar una soterrada denuncia en contra de los ancestrales ideales contrarios a toda lógica y sentido inmersos en la cultura tradicional japonesa, ideales que se apoyaban en el patriotismo chabacano para devorar la libertad y la aquiescencia de los ciudadanos que formaban la sociedad japonesa.
Quizás el punto más débil del film sea el hecho de no centrar el protagonismo absoluto a un personaje. La cinta es fundamentalmente una obra coral, que tras las primeras escaramuzas protagonizadas por Harumi dará paso a una cinta que carecerá de una estrella que brille sobre la que pivotar las distintas subtramas, puesto que el protagonismo original de Harumi dejará vía libre con el paso del metraje a toda una serie de personajes y situaciones en las que todos sus participantes serán igualmente relevantes, lo cual induce cierto desconcierto y desorden en el discurrir de la historia. Pese a esta indefinición, la genial dirección de Suzuki conllevará un producto final de altísima calidad, altamente demoledor y rodado con una sobriedad imponente.
Con una magnética fotografía en blanco y negro que deja pocos huecos para la esperanza, Suzuki alcanzó con Historia de una prostituta el cenit de su carrera artística, trazando una obra dura, equilibrada, pesimista, crítica contra las anquilosadas tradiciones de la sociedad japonesa, no exenta de buenos toques de humor y excelentemente interpretada. Sin duda una película que no dejará indiferente a nadie y que deleitará a los amantes del cine profundo, moderno e innovador.
Todo modo de amor al cine.