Se ha dicho, a propósito de esta su última creación, que supone el ingreso de su director en la liga de los grandes autores contemporáneos. Aunque esto pueda ser opinable, teniendo en cuenta que en su haber hay películas tan notables como Frances Ha, Margot y la boda o The Meyerowitz Stories, sí supone, para quien esto escribe, su trabajo más pulido, emotivo y logrado hasta la fecha, porque condensa en él la mayoría de virtudes de su filmografía previa al tiempo que minimiza una buena parte de sus vicios (cierta arrogancia intelectual, cierta autoindulgencia, ciertos clichés y desajustes narrativos). Es una película extraña, porque su ambición, perceptible en su duración y en la carga personal que se adivina tras sus imágenes, se canaliza de un modo modesto, casi humilde, en el que la grandeza aparece camuflada tras un tono enormemente complicado de conseguir, en el que lo cómico y lo triste cohabitan y hasta se funden y confunden, como sucede en la propia vida. Y siendo indudablemente una película de Noah Baumbach, en la que están todos los rasgos que definen su cine (la visión ácida de la familia, los vaivenes del amor, la diatriba contra la escena hípster y cultureta, el paso del tiempo y la asunción de responsabilidades), estos mismos rasgos aparecen mejor ensamblados y más matizados y contenidos que en ocasiones anteriores, en las que la mano se le acababa yendo en uno u otro sentido.
Resulta enormemente gratificante dejarse arrastrar por su ritmo siempre vivaz y entretenido, plagado de diálogos agudos y situaciones que basculan entre lo tierno y lo cruel, entre la emoción y el patetismo, entre la comedia inapelable y el drama desgarrador, pero más estimulante aún resulta la minuciosidad, el detalle y la humanidad que impregnan la narración de principio a fin. Pudiendo ser una farsa matrimonial salvaje estilo La guerra de los Rose (lo cual tampoco hubiera estado mal, para qué engañarnos), Baumbach prefiere mantener cierta compostura y naturalidad al narrar el progresivo desquiciamiento de dos personas que, manteniendo aún lazos de afecto tras su ruptura, deben lidiar con el difícil proceso legal que implica una separación habiendo un niño de por medio. No es, por tanto, una crónica de la desaparición del sentimiento amoroso, ya que la narración empieza cuando el amor ya se ha acabado, pero sí sobre su asunción, sobre la forzada aceptación de la pérdida de aquellos a quienes un día amamos y cuya presencia se nos antojaba indispensable. En este sentido, la película se las apaña para, sin dejar de resulta cálida y divertida (recurriendo para ello a una serie de personajes secundarios deliciosos entre los que brilla un entrañable Alan Alda), golpear de forma inmisericorde al espectador con sus cargas de profundidad y sabiduría.
El impacto de Historia de un matrimonio, así como su distinción y lo perdurable de su influjo, se explican, a mi entender, en base a dos factores: uno, la carga satírica que atraviesa toda la película y que la diferencia del resto de dramas de pareja al uso, carga satírica que siempre ha estado presente en el cine de su autor pero que aquí se complementa con un sustrato de humanidad que hace que ninguno de los personajes, mucho menos los dos protagonistas, nos resulten lejanos o antipáticos, al contrario, su confusión y vulnerabilidad difícilmente pueden resultarnos más reales. Por otra parte, y ligado a esto mismo, tenemos a dos actores ofreciendo sendos recitales y haciendo que sus cuitas personales nos interesen y emocionen. Destacaría un poco más a Adam Driver, básicamente porque tiene un par de momentos en los que toca la fibra sensible del espectador de una forma majestuosa, pero Scarlett Johansson no se queda atrás. El resultado es una película que, como The Meyerowitz Stories, discurre con una placentera y engañosa facilidad, que en realidad enmascara un equilibrio dramático de gran complejidad, donde el exhibicionismo emocional apenas tiene lugar y donde la amargura (que es la de la propia vida, la que nos deja la experiencia del amor cuando se acaba) se infiltra en el relato con una calma sinuosa y no exenta de ironía, hasta llegar al corazón mismo de la emoción en un tramo final sencillamente portentoso, broche de oro a una gran película que lo es, entre otras cosas, porque nunca se afana en parecerlo.