Si reducimos a lo esencial las obsesiones que centran temáticamente la filmografía reciente y no tanto de Hirokazu Koreeda, nos encontramos con la recurrente presencia del estudio de la familia en la sociedad japonesa desde distintos aspectos —que tan socorrido resulta para simplificar su discurso cinematográfico, aun rebosando complejidad emocional y como retrato de dinámicas colectivas—. Yendo un poco más allá podría decirse que al director japonés lo que más le interesa es explorar la construcción de las relaciones personales a través de la mediatización social y el peso de la tradición. ¿Qué es una familia? ¿cómo se crean los vínculos que nos unen a los demás? ¿existe algún tipo de determinismo biológico o cultural en ellos? ¿cómo nos afectan? Su mirada tiende a lo naturalista, basándose en la observación a una distancia suficiente como para que sean los personajes quienes expongan en la captura de lo cotidiano sus conflictos sin juicios apriorísticos. Al mismo tiempo esto provee de una gran autenticidad en la configuración de la escena con sus planos largos, la cámara en mano cuyo uso con el tiempo ha ido estilizando, la recreación de ambientes domésticos y su narrativa que parece a la deriva: construyendo momentos, enlazando instantes que permiten al final ver una mirada completa y la profunda intencionalidad de sus aparentes sencillas formas.
En Distance (2001) se nos presenta a un grupo de personajes sin aparente conexión que en el aniversario de la tragedia que les afectó a todos se unen para conmemorar la pérdida de sus familiares, envueltos en las actividades de una secta y que cometieron suicido tras envenenar el suministro de agua de la ciudad. El duelo les une y hasta han creado ciertos lazos superficiales que año tras año parecen confirmarse. Pero en su dolor no se han atrevido a enfrentarse a la verdad tras los actos de sus seres queridos, a cómo vivían fuera de las imposiciones y las reglas de la sociedad. La primera dimensión que se desvela es la de el propio punto de vista de la narración, un radical fuera de campo desde el que se intenta explicar a través de ‹flashbacks› una realidad fragmentada entre todos ellos. Abandonados a su suerte deben pasar la noche con uno de los antiguos miembros en la casa de la organización cercana al lago donde esparcieron las cenizas de sus allegados. Es ahí donde comienzan los recuerdos a emerger a través de las conversaciones. La pérdida no estaba en la muerte sino mucho antes. La descripción de la descomposición de la institución familiar toma ahí su protagonismo.
Las creencias de los ya difuntos no podían combatirse a partir de lo establecido. Lo que no se muestra es algo que casi todo el tiempo parece intuirse. Cómo esta secta —que parece ser un reflejo de alguna como Verdad Suprema, que copó los titulares informativos en los años noventa por una serie de ataques terroristas contra la población civil— suponía una salida y una liberación de las estrictas directrices y expectativas a cumplir en sus vidas tanto para los demás como para sí mismos. Una nueva familia cuyo líder se asume como figura paternal y una estructura flexible, autogestionada y colaborativa que le da sentido a sus vidas por quiénes son y no por cómo deberían ser. Todo ello añadiendo que tiene un objetivo claro de luchar contra un orden nocivo y que tiende a sus individuos a lo autodestructivo. El misterio no es tanto las razones por las que esas personas cometieron actos terribles contra los demás y acabaron con sus vidas, sino las causas de esa insatisfacción crónica y frustración a la que lleva un mundo cuya búsqueda de un lugar propio acaba en la total desorientación. Una desorientación que en los vivos es inmediatamente detectable y que para Kore-eda da contexto y conclusión al relato sin necesidad de más explicaciones.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.