Hipócrates (Thomas Lilti)

Hipócrates

Los hospitales han sido utilizados a lo largo de la historia del cine en infinidad de ocasiones, pero nunca han calado tanto como en el medio televisivo; el marco perfecto (debido a su duración) para desarrollar estas historias que fusionan el mundo laboral de los médicos con las emociones de su vida privada. Series como Urgencias, Anatomía de Grey, House M.D., Scrubs, o The knick (mi favorita a pesar de llevar sólo una temporada en emisión). El segundo largometraje dirigido por el francés Thomas Lilti (su debut en el largometraje, tras dirigir varios cortos, se produjo con Les yeux bandés en 2007) nos acerca a ese mismo escenario, aunque lo haga con un enfoque bastante diferente al de las series de televisión.

La narración arranca presentando a Benjamin, un joven que aspira a convertirse en un médico importante. Con ese objetivo en mente se dispone a realizar su primera práctica en el hospital público en el departamento de medicina general que comanda su padre. El joven llega casi al mismo tiempo que Abdel, un médico argelino que tiene que demostrar su capacidad para conseguir un puesto en Francia. Por culpa de un descuido técnico del joven francés, la relación entre los dos nuevos internos se torna tensa. La responsabilidad parece superar a Benjamin y le sitúa al límite de sus posibilidades, cuestionándose su capacidad como médico. Benjamín tiene que lidiar contra las sospechas constantes de tratos de favor por ser hijo de quien es.

Hipócrates

Hipócrates se sustenta básicamente en las acciones en el desempeño de su labor de los dos personajes principales y la relación que se establece entre ambos. Durante la primera mitad hay un leve tono cómico en las andanzas de estos aspirantes a médicos por la presencia de las bromas entre sus compañeros, de las que huye el joven argelino, mucho más serio que los otros novatos. En la segunda parte, como era de esperar tratándose de una cinta de hospitales, la muerte hace su aparición y la película francesa se decanta por el drama y la exposición de un oficio tan mediático como el de la medicina que les hace transitar enfrentándose tenazmente a sus temores, sus fracasos, su egoísmo y su vanidad, y tener que responder de sus decisiones ante los pacientes, los familiares de éstos, los médicos veteranos y el resto del personal sanitario, a quienes curiosamente vemos inmersos en su adicción a las reposiciones de House. El director francés incide en exhibir el contraste de la pasión de los novatos con la frialdad de sus compañeros más experimentados, que ya han perdido su delicada compasión hacia las personas mayores en su agónica espera de la muerte.

Si hay algo en lo que destaca la labor de Thomas Lilti es por la convincente dirección de actores, aunque se eche de menos mayor espacio para el personaje de Reda Kateb (visto en la fascinante Un profeta de Jacques Audiard) en detrimento del protagonismo de Vincent Lacoste, cuyo personaje termina cargando bastante. El director utiliza un enfoque realista y sencillo (con claras reminiscencias del documental) apoyado en todo momento en la cámara en mano, bastante nerviosa, situada siempre muy cerca de los personajes durante la mayor parte del tiempo, aunque su puesta en escena resulta muy impersonal y sosa. Destaca sobremanera la fotografía bella y luminosa de Nicolas Gaurin que se decanta por la autenticidad por encima de la ostentación. La banda sonora rompe en momentos muy puntuales con la rigidez narrativa y ayuda a inmiscuirnos en el estado de ánimo de los jóvenes protagonistas.

Hipócrates

El mayor inconveniente es que no hay muchos elementos cinematográficos a los que agarrarse y se produce casi una total ausencia de empatía con unos personajes a quienes básicamente vemos en sus quehaceres laborales. El filme se resiente del contundente espacio que dedica al desempeño de una profesión olvidándose de otros aspectos de la vida ajenos a su dedicación, aunque es de agradecer que éstos sean expuestos sin el glamour y el perfil heroico de la mayoría de los personajes de las series citadas en el prólogo, y que no haya demasiado espacio para el sensacionalismo y sentimentalismo facilón en la exposición de los enfermos terminales. Globalmente deja una fuerte sensación de falta de profundidad y complejidad en su desarrollo. Tampoco ayuda el uso en la parte final de un giro hacia lo social algo acelerado y poco creíble, con un dramatismo bastante forzado que no termina de funcionar, aunque durante todo el metraje se percibe que el director sabe de lo que habla (estudió medicina).

No se pueden hacer grandes lecturas al margen de exponer las complicadas condiciones en las que se hallan los médicos públicos internos de Francia por culpa de unos recortes económicos que propician la escasez y el mal estado de equipos fundamentales para el buen desarrollo de su labor, y su crítica a la injusticia del estamento médico cuando tiene que tomar decisiones en torno a los acciones de sus aspirantes.

En definitiva, nos encontramos ante un filme que no pasará a los anales de la historia, pero que consigue mantener nuestra atención sin demasiados alardes. Una propuesta que atraerá principalmente a quienes tengan un elevado interés por los entresijos de los hospitales.

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