High Life, o Cuerpos celestes
Es difícil de imaginar qué pensaría Stanley Kubrick, autor de una de las cimas indiscutibles de la ciencia-ficción, si viese, pocos meses después del 50 aniversario de 2001: Una odisea en el espacio, cuál es el rumbo que parece tomar el cine espacial. De hecho, High Life podría encontrar una extraña pareja de baile en First Man. No solo por su más que probable discreción en la temporada de premios, quizá condenados por su supuesta etiqueta ‹d’auteur›; sino porque tanto la nueva película de Claire Denis (L’intrus) como el último intento de Damien Chazelle por calcular el precio de los sueños, rechazan, cada una a su manera, los principales esquemas narrativos del género. Relegar todo aquello que la cultura pop tanto se ha esforzado por imaginar —velocidades de curvatura, pársecs y plantetas vivientes— al fuera de campo, evidentemente tiene un precio y sería una pena que el público se lo cobrase.
Por supuesto, a Claire Denis no parece importarle demasiado. Las referencias están ahí —la secuencia de apertura en el jardín-invernadero revela hasta qué punto Las naves misteriosas de Douglas Trumbull se adelantó a su tiempo—, pero el estilo es algo innegociable para la directora de Trouble Every Day. Primerísimos primeros planos y encuadres sangrantes, que recortan los cuerpos de un puñado de presos enviados en una misión suicida hacia un agujero negro. Desde una suerte de prólogo excesivamente largo, se nos presenta a Monte –Robert Pattinson ratifica, película a película, su puesto privilegiado como estrella del último cine independiente— como el único superviviente de una travesía que parece lejos de terminar.
Imágenes de su pasado, con diferentes texturas, ya sea a través de pantallas o en forma de recuerdos, fracturan la narrativa, creando un relato cuya estructura se contagia de la lucha mental de Monte, que se sabe presa de un destino fatal, pero se ve obligado a tratar de sobrevivir. Un juego de conexiones, en el que diferentes hilos narrativos (la hija, el motivo de su condena y su voto de castidad dentro de la nave) se entrecruzan siempre con el personaje de Pattinson como eje central. La violencia y el sexo, elementos troncales en la filmografía de la directora de Los canallas, deambulan en las relaciones entre los presos convertidos en conejillos de indias y la doctora —interpretada por Juliette Binoche, imbuida por el espíritu de Afrodita— de larguísimos cabellos trenzados, encargada de asegurar una descendencia que mantenga la misión en marcha ‹ad eternum›.
Son muchas las lecturas posibles de estos personajes y los roles que Denis les asigna, como si de un macabro experimento sociológico se tratara, viendo quién y de qué forma pierde la cordura primero. Sin embargo, la mayor virtud de High Life reside en el enfrentamiento entre una directora y sus estilemas frente a un género cuyos motivos visuales son de dominio público. Denis propone una revisitación del viaje espacial desde una mirada al interior. Una pieza de cámara claustrofóbica, que a través del retrato de ese microcosmos formado por un puñado de exiliados, compone un fresco desolador sobre la condición humana y el instinto de supervivencia en tiempos violentos.