Hierve (Philip Barantini)

Experimentar desde dentro la cocina de un restaurante es probablemente la experiencia más alucinante que he vivido. Es algo imprevisible, un sinsentido en el que no se entiende el tiempo como algo lineal, donde hay presión, estrés, equipo y creatividad, pero sobre todo presión: la espada de Damocles siempre está cerca, vigilante, amenazante.

Al final se trata de un trabajo en el que hay que implicarse con todos los sentidos y que convierte la necesidad de alimentarse en un acto de ocio. Cuando uno piensa en la cocina de un restaurante debería evocar instantáneamente magia y garbanzos cocidos. En eso se resumiría el misterio de aquello que esconden los cocineros, ya sean del bar de carretera secundaria o del Estrella Michelin.

Luego está la curiosidad innata del cineasta, que siempre quiere llevar la verdad a un límite insospechado para que la ficción resulte más sabrosa. Ese es el trabajo de Philip Barantini, que prolonga su corto Boiling Point (2019) hasta llegar a Boiling Point (2021) —era excesivamente tentador comentar esto—. Mismo reto, mismo actor y un viaje, cómo no, estresante, por los escasos metros cuadrados de un restaurante de moda. Hierve —así la vamos a conocer a partir de ahora en España— es el resultado de un acto de pasión reinterpretado a partir del objetivo de una única cámara. Sí, Barantini se apunta a lo del plano único para descubrirnos las bambalinas y el escenario de una sola vez. Sin cortes, sin detalles, sin descanso. Muy estresante, y muy necesario para replicar la sensación del ‹non-stop› que se suele incentivar en una cocina. Hasta cuando no hay nada que hacer.

En ese sentido, Hierve vive más de las intenciones que del resultado. Al tratarse de un plano único, se aprecia mejor la solvencia de actores y cámara, que no paran de bailar a un mismo son, que de la milimétrica acción que parece querer narrarnos el director. No hay un espacio que permita respirar al relato, todo sucede sin dar tiempo a una reflexión, sin poder interiorizar en cierto modo cada pequeño microcosmos que crea. Porque la cámara se mueve siguiendo a sus personajes, que siempre se guía por un mismo truco: un implicado en una historia avanza hacia un nuevo escenario donde se convierte en protagonista momentáneo de sus frases. Esto implica que Barantini se lo juegue todo a una sola carta y escupa todos los dramas que pueden acontecer en un negocio culinario a lo largo de una única noche. Acotemos: a lo largo de un único servicio de cenas. Muchos dirán que es totalmente inverosímil, pero en realidad resulta totalmente probable, difícil por supuesto, pero no imposible. Así que la acusación sería baldía cuando se quiere someter al relato a una desesperación creciente que implica al equipo que allí trabaja como al líder y protagonista sobre el que vira todo este drama, el Chef, ardorosamente interpretado por Stephen Graham y su acento.

Esta bajada directa al infierno patrocinada por un líder que no sabe ordenar sus propias ideas tiene ese aspecto vibrante y decadente a un tiempo. Es llamativa la labor de sus actores, que se sincronizan con naturalidad ante la presencia de una cámara que les anuncia su protagonismo, y a un mismo tiempo es forzada esa situación si somos conscientes en todo momento que estamos ante un teatro. De todos modos, ese plano único le ofrece el inevitable sabor de la inmediatez y la tensión vivida en un trabajo que necesita de cada uno de sus participantes para que fluya con efectividad, un claro reflejo de lo que ha necesitado para realizar la película por parte de sus actores. Rápida, estresante e hiperactiva, Hierve seduce desde el descontrol absoluto, y aunque deja demasiadas migas por el camino, su tronco es robusto. Técnicamente impoluta, como a cualquier buena cocina, solo le falta un poco de error y un poco de deleitarse consigo misma, algo que casi (casi, casi, casi) consigue su desdichado Chef. ¿Cenaríais en este restaurante?

Puedes ver Hierve en Filmin:

https://www.filmin.es/pelicula/hierve

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