«Dejar que la fe supere los hechos, dejar que la fantasía supere a la memoria; miro en el fondo y creo.»
Moby Dick, Herman Melville
La frase de arriba es un fragmento de la famosa novela de Herman Melville que da apertura a esta historia donde el protagonista (Víctor) se perderá en una región inhóspita de África. Hay algo místico entre Europa y África, una conexión que han tratado de revivir diversos artistas como Picasso, Alain Robbe-Grillet o Chris Marker, donde se mira a dicho continente de una manera más que antropológica religiosa, buscando en este sitio un pre-significado, esto teniendo en cuenta que África es la cuna de la humanidad, el lugar donde todo empezó y desde el cual se ha construido nuestra manera básica de entender la realidad y de persistir en ella. Hay algo de esto en la presente historia, pues nuestro protagonista que es uno de los estereotipos de hombre blanco occidental moderno, un empresario exitoso ocupado en sus proyectos con buen dinero e instalado en un ritmo de vida de lujos, reuniones y mucho trabajo, se siente en parte vacío y por lo mismo se obsesiona con la idea de poder reencontrarse con una vieja amante con la cual vivió una pequeña pero importante parte de su vida.
A lo largo de la cinta Víctor se enfrentará a una serie de infortunios que lo mantendrán siempre alejado de su deseo, y no habrá manera de entender si lo que vive es parte de la realidad o solo una ilusión prolongada, porque en su papel de extranjero, Víctor permanece ajeno a las dinámicas culturales del país africano, y lo que de vez en cuando percibe como una pista o indicio de su realidad deseada más bien pueden ser malinterpretaciones propias o verdades forzadas por sus mismas ansias de encontrar a la chica.
Víctor tiene además una pareja oficial a la cual parece querer, pero esta no lo nutre, le plantea una relación cómoda, es una otredad pasiva que no confronta, en cambio la chica misteriosa que busca Víctor es el Eros real, el misterio, la incertidumbre, el peligro, el Eros que demanda trabajo, que juzga y ridiculiza, que fortalece, porque pone el músculo neuronal y físico a trabajar, y va más allá de la dependencia sumisa del que se posa ante un ídolo mirándonos a la par o por encima y por lo mismo lo podemos respetar.
El estilo es en gran parte naturalista con algunos planos largos donde se puede sentir tanto el bramido de la populosa y calurosa ciudad como el silencio solitario del desierto. En el guion no abunda tanto el diálogo y por lo mismo hay amplio espacio para la contemplación de los momentos, a pesar de ello se hecha en falta un poco más de riqueza en cada una de las interacciones, si bien cada nuevo personaje que aparece en la búsqueda de Víctor, plantea algún momento interesante, no se siente que haya un verdadero desarrollo o que aquella necesidad que aqueja al protagonista sea de verdad tan angustiante como aparenta ser, en cierto punto la historia pierde su fuerza y se llega a volver predecible y hasta monótona.
Hier es al final un trabajo que depende del estereotipo o de la fábula del hombre que a pesar de tenerlo todo es infeliz y debe volver al principio, al origen, a lo primitivo, al mundo donde todavía la magia y el misterio son posibles para reencontrarse y reavivar el camino hacia una existencia significativa; todo esto puede sonar muy bien y la intención de hecho es la adecuada, pero como lo expresé arriba, la cinta se alarga de más y se puede volver un ejercicio extenuante.