Hermosa juventud es el quinto largometraje de Jaime Rosales, una película donde explora la juventud española de nuestros tiempos en la piel de Natalia y Carlos y los sitúa en un entorno hostil, una España en crisis donde la juventud apenas encuentra una oportunidad laboral o personal. En ese sentido Rosales no sólo dirige, sino que interpreta una parte de la sociedad de nuestro país en un marcado espacio temporal.
Lo primero que te encuentras al abordar Hermosa juventud es precisamente eso, una joven hermosa, que bien podría ser cualquiera, de una belleza natural, real, con los pies en el suelo, pero con algo que le ronda la cabeza. Ella es Natalia (Ingrid García Jonsson). Por otro lado está Carlos (Carlos Rodríguez) novio de Natalia y encargado de cuidar a su madre impedida. Él va de curro en curro cobrando una miseria, la realidad actual de gran parte de los jóvenes españoles, una idea en la que Rosales incide de forma constante en sus escenas y diálogos, a los que carga con más pesimismo según avanza. La vida de estos dos jóvenes va dando tumbos, siempre a causa o por la falta de dinero, otra realidad que azota, no sólo a los jóvenes, sino ya al resto del país, representados en las familias de ambos. Natalia y Carlos resultan tan interesantes como cualquier joven del extrarradio de Madrid, Logroño o cualquier ciudad española, pero Rosales (al igual que otros antes) se preocupa de mostrarlo al público.
La narración en Hermosa juventud resulta curiosa. Si bien comienza como una historia al uso, como una reivindicación social más, Rosales, aprovechando el boom tecnológico que revoluciona a las sociedades occidentales, tira de método móvil/tablet para contarnos aspectos y momentos cruciales (o no tanto) de la vida de Natalia y Carlos: whatsapps en forma de texto e imágenes, aplicaciones que te ayudan a llegar de una estación de metro a otra o videojuegos que entroncan con esa dura realidad que golpea a los jóvenes (y a los no tanto también). Una nueva forma de narrar bastante acertada, y además sin artificios, simple pero efectiva, pura imagen donde el sonido sólo hace entrada como representación de aquélla. Con ello Rosales hace lo que más nos gusta hacer en España: la demanda social en pantalla grande, un grito claro y alto a una sociedad echada a perder, y cuyo destinatario principal no hace falta nombrar. Si hay un pero que se le pueda poner, es que su director cae (aunque en pocas ocasiones) en sus propias trampas narrativas de reiteración, y eso tampoco hacía falta. Pero una nimiedad viendo la obra en su conjunto.
Los actores principales parece que no hacen ni el mínimo esfuerzo para presentarnos a sus personajes, pero en el fondo están haciendo que Natalia y Carlos lleguen con claridad al público y puedan incluso sentirse identificados con ellos. En el punto interpretativo, las películas de Rosales siempre han derrochado naturalidad, y en Hermosa juventud, la cosa no cambia: actuaciones a simple vista libres y abiertas a la improvisación. A esa naturalidad también ayuda que la textura que le da su director siempre sea la adecuada: la cámara casera, el apesadumbrado granulado o la vista desde la pantalla de un móvil. Hermosa juventud es, en resumidas cuentas, una película real, actual y en cierto punto, pesimista, pero arrancará al inconformista que todos llevamos dentro.